Conversemos en esta entrega de nuestro reporte semanal nuevamente focalizando la atención en aspectos teóricos que pueden, a nuestro juicio, ayudarnos a comprender mejor tanto las “herramientas” como las “dinámicas” que tiene la geopolítica en el siglo XXI.
¿Sigue siendo el poder naval relevante?
Pregunta tramposa. Pensemos algunas cosas: – Desde la guerra de las Malvinas (1982) no ha existido una sola ocasión en que dos flotas buscaran enfrentarse en batalla; desde esa misma guerra de 1982, no ha habido un lanzamiento desde submarinos (hubo tanto de Argentina como de Reino Unido) contra buques de combate enemigos. Tampoco desde 1982 ha habido acciones aeronavales contra buques enemigos ni una operación anfibia con miles de tropas implicadas en la misma. Desde la Segunda Guerra Mundial no ha habido un solo caso conocido de un submarino puesto fuera de acción en combate.
A pesar de todo lo anterior, si hay una capacidad que viene incrementándose en el mundo (en los países serios claro) es aquella que hace a las operaciones navales: la construcción de buques de superficie sigue incrementándose; la construcción de submarinos de propulsión convencional y nuclear es un boom; todo lo relacionado con las capacidades anfibias está en pleno desarrollo; los avances en armas misilísticas de largo alcance sigue creciendo. Para que tengan una idea, China tiene capacidad de impactar a un buque a 3.000 km de distancia.
La razón de todo ello no estriba en una sola consideración sino en varias, algunas de ellas las hemos tratado en el pasado y otras no: Todo lo relacionado con una confrontación entre Estados Unidos y China tiene a la Cuenca del Índico y el Pacífico Oriental (como mínimo) conformando el escenario de la misma; Ese escenario es “mayoritariamente” aeronaval. En cierta medida se parece al que conocemos de la campaña del Pacífico de la 2da Guerra Mundial, particularmente en sus frentes del Pacífico Central (Chester Nimitz) y el del Pacífico Sudoriental (Douglas McArthur). No debemos, sin embargo, pensar en el mismo en la dinámica de “asaltos” al estilo Tarawa, Iwo Jima o Saipan. Más bien en el control de espacios que permitan la maniobra de los elementos enemigos (en el caso de Estados Unidos “encerrar” a los chinos en el mar de la China y no salir al océano y a la vez los chinos pugnando por impedir el cerco cuanto menos). Por otra parte, el Ártico es desde hace varios años un espacio gigantesco donde ya hay pugna por el control del mismo con fuerzas militares, y donde las nuevas líneas de navegación traen desafíos estratégicos gigantescos. Asimismo, sigue con absoluta vigencia la mirada que tienen las naciones “serias” de observar a sus costas como lugares de acceso a “autopistas” que son esos mares que tienen próximos. El poder asegurar el empleo de esas vías de comunicación, negarlas o restringirlas a otros es algo de suma importancia.
El poder naval es el que con mayor facilidad permite la integración de los países en operaciones multinacionales. Es incluso mucho más “fácil” de conformar que lo que ejércitos y fuerzas aéreas permiten. Concretamente porque las ejercitaciones entre las armadas son mucho más comunes que las de ejércitos y fuerzas aéreas al tiempo que los procedimientos de interacción entre armadas son “relativamente” comunes cuando esas armadas tienen capacidades similares o complementarias.
Especialmente los ejércitos son siempre mucho más complejos de poder integrar fuerzas multinacionales. El poder naval, en todas sus dimensiones, goza de un enorme futuro en el siglo XXI. Sin embargo, los costos gigantescos de los medios navales (todos ellos) obligan a tener no sólo políticas de largo plazo sino unas que permitan a países que no son grandes potencias generar capacidades navales que tengan letalidad pero fundamentalmente aptitud para integrarse con otras fuerzas navales regionales. Algo que implica un tema que la política debe generar y no los militares.
¿Todo gira alrededor de la disputa sino-estadounidense?
En el marco general sin dudas, pero ello no obtura otras situaciones de conflicto regionales que pueden estallar, las que por sus propias características demandarán especificidades de recursos militares que bien pueden ser absolutamente diferentes del escenario del Ártico o de la Cuenca del Indo Pacífico.
Guerras civiles, conflictos que escalan fuera del margen de administración de la diplomacia, crisis humanitarias que requieren masivo empleo de fuerzas militares, aparición de situaciones de insurgencia y hasta la preservación del acceso a recursos críticos pueden derivar en choques entre fuerzas militares, sea por cortos o largos períodos de tiempo o bien desplegar las mismas para generar un efecto de disuasión.
El espectro de “posibilidades” que pueden aparecer, a nuestro juicio, hace que el pensar en estructuras “pesadas” con enorme servidumbre logística es una de las peores decisiones que pueden adoptar los planificadores estratégicos de naciones no inmersas en las disputas clave del siglo XXI. Fuerzas relativamente menores, con enorme capacidad de ser proyectadas con un aviso mínimo y otras en condiciones de reforzar a las primeras con algo más de poder pero sin perder capacidad de ser también proyectadas en oportunidad, son la base sobre la cual generar capacidades militares creíbles.
Si volvemos al escenario del Indo Pacífico, más allá de lo expresado para el poder naval, los elementos terrestres y aéreos son reorganizados bien para ser preposicionados en esas zonas o reforzar la misma, para lo cual la capacidad de ser movilizados estratégicamente repercute directamente en el tipo de medios que poseerán. Todo ello lleva tiempo y no se adquiere ni en días ni en meses. Lleva años de trabajo serio.
¿Es tan determinantemente militar el escenario futuro?
En modo alguno si la pregunta se hace desde la base de pensar que “lo militar” es algo directamente relacionado con el empleo directo del instrumento en la guerra. Esto no es un juego de significados: es a nuestro juicio entender profundamente como el mundo funciona.
El mundo, como hemos mencionado muchas veces, no es un lugar donde la armonía reine sino que siempre ha sido un espacio caótico, lo que varía es el nivel del caos y la manera en que ese caos deriva en el choque violento que denominamos guerra. Salvo para los ignorantes propagadores de la defensa defensiva y otras estupideces, ha sido claro que contar con capacidades militares creíbles opera como una herramienta que aleja la guerra, mientras que la carencia de ellas o la percepción que se tenga que ellas no existen ha servido para que la apelación al uso de la fuerza tenga incentivos.
Corrientes que particularmente asumimos equivocadas, o en el caso latinoamericano absolutamente irresponsables pueden propiciar el criterio de carecer de capacidades militares como algo útil. En esa mirada el carecer de capacidades hace que “otro” no piense que sea necesario tener capacidades. Una estupidez que la historia demuestra una y otra vez su carácter de tal. El carecer de capacidades militares hace que uno sea observado incluso como un actor “relativamente” peligroso para la paz regional. Esa condición de peligrosidad se genera porque en caso de una crisis en ese país “alguien” deberá asumir los costos de intervenir y si ello no sucediera “los vecinos” serán receptores de las consecuencias que esas crisis pueden generar: posible desmembramiento del país en crisis, zonas del mismo bajo control de agentes no estatales, ingreso de elementos desestabilizadores, etc. Claramente para la mentalidad extremadamente primaria del político promedio latinoamericano este tipo de visiones son directamente apocalípticas y jamás pueden ocurrir y de surgir “veremos cómo atendemos a la misma”.
Cerramos con las recomendaciones de lecturas, extraídas de nuestra “inútil biblioteca”: EL ESTADO MAYOR ALEMÁN por Walter Göerlitz: escrito por uno de los más grandes historiadores militares del siglo XX, es la obra clásica sobre el tema. Versa sobre la creación, desarrollo y evolución del Estado Mayor General prusiano-alemán a lo largo del periodo 1657-1945. EL DISCURSO DE LA GUERRA por André Glucksmann: libro de excepcional importancia, donde se lleva a cabo una profunda meditación sobre el fenómeno bélico: guerra fría y coexistencia pacífica, guerra limitada y revolución, en definitiva apariencias distintas de la Guerra, matriz, latente o explícita que, en última instancia, gobierna la existencia humana. Una relectura de De la guerra de Clausewitz y de la Fenomenología del Espíritu de Hegel, permite a Glucksmann exponer dos teorías de la guerra: 1) una política (Hegel) para la que el terror compartido constituye el fundamento del orden del mundo, y encuentra en el arma atómica su instrumento cabal, que se extiende desde Napoleón hasta el concepto norteamericano de “escalada” y 2) una estrategia (Clausewitz) que descubre en la superioridad de la defensa activa el secreto de la guerra del pueblo, que va de la Revolución francesa a Mao Zedong y al concepto del “tigre de papel”. LA ANARQUÍA QUE VIENE por Robert Kaplan: ¿Es la democracia el mejor sistema de gobierno?, ¿es legítima la tiranía para el Tercer Mundo?, ¿la guerra es beneficiosa en algún sentido?, ¿ds contraproducente la paz?, ¿debería Estados Unidos tener un papel preponderante en el mapamundi que se avecina?; si las respuestas a estas preguntas fueran tan cautelosas como es habitual en política exterior, este libro no tendría sentido. La insolencia de las respuestas con que Kaplan desafía lo “políticamente correcto” para cuestionar la democracia y la paz propician su interés. LA TRANSFORMACIÓN DE LA GUERRA por Martin van Kreveld: este libro apunta a proveer una nueva visión acerca de la guerra, al mismo tiempo trata de avizorar un futuro analizando las probables formas de la guerra del futuro y las posibles tendencias.
@J__Benavides