Terminó la fiesta del fútbol. Durante cuatro semanas la atención estuvo fijada en el balompié. En Bangladesh con cada Mundial de fútbol hay una fanaticada del 11 argentino que puede competir en número y en atención con cualquiera de las villas de los barrios pobres de Buenos Aires. Y en Venezuela cada triunfo del combinado brasileño se celebra con ruidosas caravanas de vehículos por las calles de las principales ciudades de Venezuela. Dos países que nunca han participado en alguna de las 21 convocatorias realizadas desde la primera realizada en 1930 en Uruguay. En ambos países se suspira por formar parte de esa élite en algún momento. Y quienes más pujan por ser parte de esa constelación son sus jugadores. Surgidos mayoritariamente de los encuentros de las calles de los barrios pobres, saben que una las mejores alternativas de escalar social y económicamente es a través del fútbol profesional. Y la mejor vitrina para mercadearse es un Mundial.
La mejor cantera de millonarios promovidos desde la depauperación y con su esfuerzo ha sido el fútbol en los últimos tiempos. El barrio, las favelas, las villas y los campos de refugiados se han convertido en los semilleros de los nuevos potentados y emprendedores del deporte como profesión. Los orígenes modestos y humildes de las principales figuras de este Mundial Qatar 2022, como de los anteriores, proceden de las clases socioeconómicas más bajas de las ciudades. Sus esfuerzos en la punta de sus botines los han colocado en un alto target adquisitivo. Cuando desde las pantallas de nuestros televisores o en los palcos de cualquier estadio europeo observamos una final de la Eurocopa, de la Champion, de La Liga, de la Copa América o la Copa del Rey; estamos disfrutando de un espectáculo donde 22 millonarios se disputan la victoria física y mental. Es la más gráfica ilustración de la derrota de la pobreza limpiamente, con el esfuerzo físico y con la mente.
La imagen de promoción del Mundial de Fútbol de Qatar 2022 de Louis Vuitton, de dos pensativos jugadores de ajedrez frente al tablero,con una partida en desarrollo muy bien puede ilustrar lo que ha sido el avance y la penetración de la política y las relaciones internacionales, con la vanguardia de un balón casi desde el primer pitazo de un juego inaugural. La firma francesa de lujosa marroquinería resalta como lema en su cuenta de Twitter para el anuncio “La victoria es un estado de la mente”. Y es verdad, en el ajedrez, como en la política y en la guerra, el triunfo se alcanza cuando la razón se impone por encima de la pasión y de los humores. Y así funciona también el balompié. Detrás de cada partido hay todo un diseño estratégico encabezado por el director técnico, sus coordinadores, sus entrenadores y los jugadores que hacen de cada enfrentamiento un verdadero desempeño de las piernas y el cerebro.
La política y la guerra, las dos expresiones más importantes de las relaciones entre los Estados, han ido concediendo en estos últimos años espacios bien importantes que no han logrado la diplomacia formal, ni el despliegue armado ni los dispositivos bélicos, y han desplazado la rivalidad geopolítica entre los Estados y sus alianzas a un rectángulo de 100 metros de profundidad por 70 metros de anchura. Lionel Messi y Cristiano Ronaldo reflexivos ante la jugada que van a ejecutar son la expresión sublimada de un mundo cambiante durante toda una centuria que cada cierto tiempo calla parcialmente las bocas de los cañones, paraliza los raids aéreos y las maniobras navales, y hace un alto en las estratagemas y los intereses políticos para focalizar la atención en los 22 jugadores que están representando a dos países.
Durante un mes, 32 países previamente clasificados disputan 64 partidos para poder levantar en la final la Copa del Mundo. En ese lapso todos los temas globales pasan a un segundo plano. En el caso del Mundial de Qatar 2022, el titular que estaba ocupando la prioridad en todos los medios noticiosos, la guerra entre Rusia y Ucrania y la posibilidad del desencadenamiento de la tercera guerra mundial, ha sido subordinado al seguimiento y los resultados de las clasificaciones de las selecciones en Doha. Y al final, el juego entre Argentina y Francia.
Las emociones globales reposan durante las cuatro semanas de duración del campeonato, en la FIFA que recibe en transferencia la condición de un estado global con un territorio planetario, con toda la población mundial fijada en los partidos, y con la soberanía y con el gobierno de acuerdo con como vaya desarrollándose el torneo en los grupos, en los octavos de final, en los cuartos de final, en las semifinales y en la final. Después del pitazo de finalización el mundo regresa a sus conflictos, a las guerras y a los titulares que marcan día a día la pauta informativa. Para el caso de Qatar, como en los últimos mundiales, cuando las selecciones empiezan a retornar a sus países hay algunas secuencias que se catalizan y proyectan desde el punto de vista geopolítico que marcan la verdadera influencia del fútbol a nivel planetario y que permiten calificar a la FIFA como un verdadero Estado global muchísimo más poderoso política, social y económicamente, que la mayoría de los 194 países reconocidos oficialmente por la ONU. Eso puede marcar, en algún momento, una manera de la obsolescencia de los Estados tal como los conocemos doctrinariamente.
La rivalidad geopolítica global que se apalanca históricamente con el músculo militar y con los movimientos políticos y diplomáticos y sus expresiones en el marco de la economía y la tecnología, cada cuatro años ha ido acrecentándose de manera positiva con el tiempo marcando muy sutilmente la penetración deportiva en todos los rincones del planeta y descubriendo con un enfoque diferente las realidades que están caracterizando el mundo actual. Los Juegos Olímpicos primero y el Mundial de Fútbol después permiten activar un mecanismo de promoción de la paz bajo el signo de la unión y la hermandad como lo sembró en sus inicios Pierre Fredy de Coubertin, barón de Coubertin, padre de los Juegos Olímpicos modernos. En sus dos entidades de organización, promoción y ejecución deportiva, el Comité Olímpico Internacional (COI) y la Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) el deporte mundial ha ido ocupándole espacios desde sus inicios, a la política y a la guerra. Más rápido, más alto y más fuerte (Citius, Altius, Fortius) han servido de lemas en las sedes que se asignan para el esquema de los Juegos Olímpicos y de los Mundiales de Fútbol para hacer la tarea pendiente de los organismos multilaterales de la política y la economía y de los Estados nacionales en sus relaciones. Lo que no ha podido abrirse paso con las diligencias formales de la Organización de Naciones Unidas (ONU), de la Organización Mundial del Comercio (OMC), del Fondo Monetario Internacional (FMI) y de las tramitaciones interestatales; el lapso de los Juegos Olímpicos y los Mundiales de Fútbol lubrica y facilita los avances en esa dirección, mientras aquellos dan un paso al lado.
Solo las dos guerras mundiales y las derivaciones de la Guerra Fría pudieron limitar en algún momento la ejecución de ambas actividades. La Copa de 1934 en Italia, Mussolini la convirtió en un instrumento de propaganda a favor del régimen, Hitler hizo lo mismo en 1936 con los Juegos Olímpicos. El número de medallas de oro en los juegos sirvió de bandera para promocionar las bondades de los bandos del este y del oeste en la etapa de posguerra. Tokio como sede de la llama olímpica en 1964 cierra la guerra de ingrata recordatoria en Hiroshima y Nagasaki y le abre la incorporación plena a Japón al desarrollo en el primer mundo. Los boicots en Montreal 1976 y Moscú 1980 fueron los aletazos agónicos de la Guerra Fría y una pésima decisión de las dos potencias. Después de la caída del muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética, las competencias deportivas continuaron avanzando en su política de promoción de la paz y la hermandad entre los pueblos.El primer Mundial de Fútbol transmitido por televisión fue el correspondiente a Suiza en 1954, hoy los derechos de transmisión de la copa y la promoción del país sede por este concepto catalizado a través de las redes sociales alcanza niveles astronómicos en los beneficios políticos, económicos y sociales. México en 1970 llevó la copa por primera vez fuera de Suramérica o Europa, la promoción del continente asiático se desarrolló en el torneo de 2002 con sus sedes de Corea del Sur y Japón, la edición de Suráfrica en el año 2010, la primera en el continente africano, fue una antesala política bien significativa ante la apertura del país y el tema de las libertades y los derechos humanos que se expresaron durante mucho tiempo con el apartheid. El premio Nobel de La Paz Nelson Mandela jugó un rol que le adjudicó el apoyo de la opinión pública mundial para la realización del torneo en su país. Rusia en 2018 sirvió para mostrar parcialmente algunos avances del país después de la experiencia sovietica. Qatar 2022 le abrió una ventana distinta al mundo árabe tan distinto en costumbres, historia y tradición al resto del mundo. El tema de los derechos humanos y las libertades en el país anfitrión y en los vecinos, más el desarrollo económico derivado del petróleo puso nuevamente en la palestra abierta de las opiniones globales otros que alcanzan niveles de contraste entre la guerra y la paz en ese sector.
Otros temas como los nacionalismos y la migración que están reflejados en este último Mundial. El ascenso de la selección de Marruecos y la fotografía de la mixtura de la de Francia indica el nivel de penetración e influencia de África en toda Europa. Esas son parte de las realidades que vende el mundial de futbol para los países desde el mismo momento que se anuncia la sede. Hay otras durante la realización de la copa y muchísimas más después del último pitazo. La FIFA también vende muchas ilusiones individuales en cada uno de los nacionales que se retratan en Lionel Messi y en Cristiano Ronaldo en la imagen de Louis Vuitton. Desde el mismo momento que la foto salió a la luz pública a través de las redes sociales, los like y la difusión les generaron cifras astronómicas a ambos. Su autora, la artista Annie Leibovitz, reporta más de 60 millones de visitas y 2 millones de dólares para Ronaldo con sus más de 500 millones de seguidores y 1,7 millones de dólares para Messi en sus 376 millones de followers. En ese espejo millonario de los carros de alta gama, mansiones, jets privados, y una forrada cuenta bancaria se reflejan muchos fanáticos en Bangladesh, en Venezuela y en el resto de los países pobres de África, Latinoamérica, Asia y Europa del este que aspiran y suspiran en salir de la pobreza en la punta de un botín de fútbol y con una gambeta a la vida.
Ganó Argentina. Nos vemos en Canadá, México y Estados Unidos 2026.