El ciudadano ideal –que satisface a principales de repúblicas proclives a utilizar el discurso político-filosófico del miedo– es quien trémulo mira, escucha, calla, oculta y otorga sin que a ese forzoso consentimiento o acto de inmerecida reverencia preceda su juicio: que debe infaustamente suspender a favor de su seguridad personal.
El pánico ha servido a millones de seres humanos para sobrevivir en un mundo donde, con inimaginadas formas de tortura, los más notables entre los que miran al Estado e instituciones públicas como su excretorio de palacio presidencial [y donde convergen o se congregan las mofetas internacionales que exigen trato de dignatarios de repúblicas] pagan asesorías a expertos en la urdimbre del terrorismo e insurrección permanente de gobierno. Lo otro legítimo, la rebelión que irrumpe de pueblos hambreados y oprimidos.
Aun cuando sea indiscutiblemente eficaz, el discurso político-filosófico del miedo no logra merecer una categoría epistemológica, porque es exclusivo de escatófagos y cualquiera [sin instrucción, cultura] está apto y aplica en baremos para pronunciarlo. En tribulaciones de radio, televisión y multimedia, una escoria uniformada de militar o trajeada de caballero formal que tenga poder de mando puede proferir, a su antojo, que freirá las cabezas de sus opositores y los exterminará tras instigar a sus mercenarios para que procedan. Pero, tuvo genios como Goebbels -«Si no puedes negar las malas noticias inventa otras que las distraigan» (https://www.frasesypensamientos.com.ar/autor/joseph-goebbels.html)
El miedo no es una categoría filosófica, cierto, empero sí cualidad de la antiquísima propaganda lapidaria para la dominación política con fines macabros. Hoy, bochornosamente, se discute si es o no «crimen de guerra» ejecutar comunicadores sociales por informar y también a civiles por solo intentar escapar de países de súbito convertidos en campos de exterminio. Escépticos dudaron de quienes pujaban a favor de exhumar el califato o islamismo, marxismo, estalinismo», maoísmo, nazismo y hegemonismo de tiranía centro-suramericana. Durante la segunda mitad del siglo XX, se creyó desaparecerían. El discurso político-filosófico del miedo evidencia que el goce y disfrute de la crueldad procede de golpes de Estado, fraudes electorales o consensuales, pero, universalmente, todos, al cabo de antojosos lapsos, admitidos constitucionales. Es decir: está instituido en las psiquis de los adeptos del genocidio, y no requiere explicaciones complejas. Existieron y todavía nacen mujeres u hombres sin inteligencia e inescrupulosos: seres adeptos a las abominaciones [Cayo] «caligulayas» capaces de provocar crisis humanitarias en cualquier parte. Que justificarán con razonamientos superficiales, absurdos o disparatados.
El discurso político-filosófico del miedo tiene vigencia universal. Destaca en Estados Unidos, Rusia, Corea del Norte, Siria, Gaza, Cuba, Venezuela, Nicaragua, Bolivia y Argentina: países en los cuales los principales de repúblicas se ilegitiman cuando hablan y ordenan actuaciones que instigan a sus seguidores a cometer crímenes de guerra, pervertir la aplicación de justicia, exclusión, segregación, persecución, encarcelamientos de disidentes, el racismo u otros delitos gravísimos.
El torcido, deplorable [dis]curso político del siglo XXI no está sorprendiéndonos, sino que nos confirma (a los pobladores del mundo) lo siguiente: faraones, majestades, monarcas, emperadores, califas y hegemónicos centro-suramericanos avanzan.
@jurescritor