Retomando lecturas durante la semana, se alcanzó la profunda gracia de hallar una respuesta que el corazón anhelaba, enmarcada en los cuestionamientos que se hacen periódicamente todos aquellos que abrazan la fe, y confiando en el poder detrás de prácticas como la oración. La impronta de perder el tiempo en un clamor interno por cierta persona en particular, ver su condición, un reflejo de la condición de cualquiera en diversos momentos, me hizo pensar que todas las veces en las que, con toda el alma, se doblan rodillas ante aquel que sé que tiene toda soberanía para manifestar una intervención.
Eventualmente lanzo inquietudes a los vientos preguntando al Creador lo que me preocupa, pero en esta oportunidad solo fue un tímido pensamiento, un impasse entre la mente y el corazón respecto a la situación, la fe siempre parece confrontarse cuando nuestros sentimientos afloran. Entonces, solo pensé y dudé del tiempo invertido. Posteriormente procedí a leer aquella historia donde un centurión intercede por la intervención del Maestro en favor de un milagro para su criado, un hombre de confianza a quien evidentemente apreciaba y respetaba. En su rogativa deja claro el reconocimiento de autoridad que confería al Maestro y la concepción de vivir en armonía con la línea de mando y sujeción a la que pertenecía, lo que le aseguraba que solo la orden de aquel hombre era suficiente para que su siervo fuese sanado, ya que se concebía indigno de que aquel hombre pisara su casa, donde yacía el enfermo.
El corto pero revelador relato, se conforma de tres aspectos importantes que a mi criterio que aceleraron la intervención sobrenatural y el desatar de una bendición de sanidad. Primero: el centurión no escatimó ser un hombre de autoridad como algo a que aferrarse, cuando vio la oportunidad fue a quien sabía le podía ayudar; esto refleja humildad desde una posición, sea cual sea, todos debemos saber reconocer que el Padre está por sobre todos y que independientemente del poder que el hombre posea siempre habrá uno sobre él. En segundo lugar: fe, el centurión creyó en la autoridad de ese a quien la enfermedad obedecía y cuya esencia debía ser divina, porque tales hazañas no son sobrenaturales, estableciendo la premisa en su mente que solo con una orden del Maestro todo sería ejecutado, como en las filas de mando militar. En tercer lugar: en medio de sus preces él reconoce su propia condición de indignidad, aun cuando el milagro era para alguien más reconoce no ser digno de una visita; una forma de apreciar la santidad del Padre y nuestra propia ruindad, en el entendido de que si algo hemos recibido es solo por su gracia y no por ser merecedores.
Esta hermosa historia me alentó, recordándome que cada vez que disponemos nuestro corazón en oración con las actitudes correctas y sinceras el Maestro escucha, y aunque no veamos de inmediato el resultado, la orden de cambio ya ha sido expedida y algo debe estar pasando en la línea de mando celestial. También, me inspiró a soñar con una generación jovial, vibrante de cambio, lista para ser parte de los mismos, muy lejos de las cámaras donde otros vean, más bien, en el secreto del reconocimiento de la propia indignidad, pero con la confianza de que el que es superior en todo siempre tendrá la última palabra. Una generación de centuriones que pueda dejar atrás sus propias asignaciones y presentarse ante el Maestro y solicitar su favor, no para sus propios beneficios sino para la restauración de vida, salud, bienestar y gracia de alguien más. Esa es la generación a la que el corazón del Padre le está bombeando sangre en este tiempo.
@alelinssey20