Domingo por la mañana. Eucaristía en la capilla del centro de los Combonianos de Madrid. Oficia un sacerdote que no es de los habituales. Uno de esos sacerdotes que consigue atraer la atención incluso de los feligreses más propensos a la distracción, como es mi caso. Nos cuenta una historia impactante sin recurrir a efectos dramáticos.
Resulta ser el director de la Universidad Católica de Khartoum (Jartum), que comparten cristianos y musulmanes. Para los que hayan olvidado la geografía, Jartum es la capital de la República de Sudán del Norte, una nación envuelta en la actualidad en una sanguinaria guerra civil, que estalló en 2021 y que enfrenta a dos facciones del ejército.
La guerra se cebó inicialmente con la enorme capital sudanesa cuyo centro quedó arrasado, incluyendo las modernas instalaciones de la Universidad Católica. La institución ha perdido todas sus posesiones, incluso los vehículos. Los combates obligaron a huir a los profesores y alumnos que quedaron dispersos a los cuatro vientos. En la actualidad la dirección de la Universidad se encuentra refugiada en la ciudad de Port Sudán, en la costa del Mar Rojo, desde donde está trabajando en la difícil y meritoria tarea de reconstruir su estructura y reanudar su actividad.
Sudán es una nación muy extensa con una población de 48 millones de habitantes, el 90% musulmanes. La guerra ha obligado al desplazamiento de más de siete millones de personas, un millón de las cuales ha tenido que refugiarse en los países vecinos donde son víctimas de maltrato, enfermedades y malnutrición. El número de muertos es muy elevado pero imposible de cuantificar con exactitud.
La catástrofe humanitaria es de enorme magnitud. Sin duda la más terrible de cuantas están ocurriendo hoy en el mundo. Las víctimas son mucho más numerosas que las que están causando los conflictos de Gaza y Ucrania juntos. Pero no merecen ninguna atención por parte de los medios internacionales. Uno no puede dejar de preguntarse el porqué.
Existen varios conflictos que presentan características comunes: Se sitúan en África o el sudeste asiático, en zonas atrasadas y depauperadas. Las causas de los conflictos son variadas. Algunas se pierden en la noche de los tiempos. Pero en casi todos los casos el desencadenante se debe a la presencia de un islamismo radical dinámico y agresivo. Los más significativos son los siguientes.
Nigeria. Desde 2004 los islamistas de Boko Haram han asesinado a más de 50.000 personas, fundamentalmente cristianos. Una terrible limpieza étnica. Los desplazados se cuentan por millones. las mujeres cristianas secuestradas son también incontables. El conflicto se ha extendido por toda la cuenta del lago Tchad, afectando a la nación homónima y a Camerún. En amplias zonas la inseguridad está haciendo la vida imposible para un creciente número de personas.
Mozambique. Uno de los países más pobres del mundo. El conflicto en curso en la provincia de Cabo Delgado enfrenta a grupos musulmanes que intentan establecer un estado islámico con las fuerzas de seguridad. Los civiles han sido los principales objetivos de los ataques de los grupos islamistas. Especialmente los habitantes de las aldeas cristianas. En una zona con dos millones y medio de habitantes, más o menos como Gaza, existe más de un millón de desplazados.
El Sahel. Una zona de fronteras imprecisas que incluye a varias naciones en proceso de disolución: Mali, Níger, Burkina Fasso. La combinación de conflictos armados y sequías ha aumentado dramáticamente los niveles de pobreza en la región. En la última década, 2,5 millones de personas han tenido que huir de sus hogares como consecuencia de la inestabilidad provocada por los grupos yihadistas.
Hay algunos más, como Tchad, el brutal conflicto del Tigré en Etiopía o la lucha de Abu Sayaff por implantar un estado islámico en el sur de Filipinas. Todos pasan desapercibidos a ojos de los espectadores occidentales. Y eso que la mayoría de ellos presenta una virulencia mayor que lo que sucede en Gaza. Afectan a muchas más personas indefensas. Tienen consecuencias terribles para los más débiles.
En cambio, la presencia del conflicto gazatí en todos los medios es obsesiva. No se puede abrir un navegador en el móvil sin que te asalten mensajes, podcasts o anuncios en los que se nos convocan a parar lo que está sucediendo en Gaza. Hay continuos actos públicos, manifestaciones, declaraciones.
El activismo político progresista ha encontrado en este tema un argumento permanente para la movilización y el enfrentamiento. Como en tantas otras ocasiones se aplica una doble vara de medir. Las intervenciones occidentales son juzgadas con dureza diamantina. No existen excusas sea cual sea la provocación. Sin embargo, las agresiones protagonizadas por musulmanes pasan desapercibidas, o merecen, como máximo una tibia condena. Incluso si las víctimas son otros musulmanes.
También influye en este silenciamiento la potencia financiera y mediática de los poderosos emiratos del Golfo. Sus dirigentes, con su riqueza ostentosa y excesiva, controlan fondos de inversión incalculables, canales de información influyentes, dirigencias políticas e incluso equipos de fútbol de prodigiosa popularidad. Pueden comprar conciencias y acallar denuncias. Sus tentáculos se extienden con relativo sigilo por doquier. Financian predicadores salafistas y mezquitas integristas que estimulan la radicalización de jóvenes resentidos. Y controlan el comercio de armas que alimenta los conflictos descritos. Unos conflictos que van poco a poco, reduciendo la presencia del cristianismo en África. Y con ella la presencia occidental en una zona geopolíticamente decisiva para el porvenir del mundo. Mientras la población autóctona, independientemente de su etnia y su religión, huye en busca de una vida mejor hacia occidente, principalmente Europa, generando tensiones sociales allí a donde llegan.
Antonio Flores Lorenzo es ingeniero agrónomo, historiador y antiguo representante de España en la FAO.
Artículo publicado en el diario La Razón de España
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