Han transcurrido ya más de nueve meses desde que el Ejército israelí comenzó las operaciones por tierra en la franja de Gaza. Ese es el tiempo que tardó la coalición internacional contra el ISIS en liberar Mosul y, por lo tanto, supone un hito de referencia para los analistas militares. Es cierto que las circunstancias no son exactamente las mismas. Nunca hay dos guerras iguales.
Por una parte, las fuerzas armadas de Israel son muy superiores a las de Irak, por mucho apoyo aéreo y logístico que les prestasen los países que participaron en la coalición, España incluida. Por la otra, el objetivo es más difícil porque Hamás está mucho más integrado en el entorno social de la Franja de lo que nunca estuvo el ISIS en Mosul y porque, a pesar del desastre que ha provocado, mantiene el apoyo de la mayoría de los sufridos palestinos tras los que se esconde.
Hamás: mejor de lo que pensaba Israel
Hagamos balance, ¿cómo está la guerra después de nueve meses de campaña terrestre? Hamás, desde luego, pasa por una situación difícil. Uno tras otro, han caído todos sus bastiones: primero la Ciudad de Gaza, luego Jan Yunis y, finalmente, Rafah. El Ejército de Israel no controla la Franja –es imposible hacerlo contra un enemigo irregular que utiliza a su pueblo como escudo mientras el mundo mira con lupa la observancia del derecho de la guerra por los israelíes– pero llega hasta donde quiere y cuando quiere, incluidos los túneles bajo las ciudades.
Dentro y fuera de Gaza, han muerto muchos de los líderes más veteranos de la organización terrorista y la proporción de sus militantes que ha sido abatida o capturada es seguramente muy alta. Por si eso fuera poco, la internacionalización de la guerra, que podría venir a salvarles, sigue pareciendo muy improbable. El apoyo de Irán y su Eje de la Resistencia, con las riendas sujetas por una comunidad internacional –Rusia y China incluidas– que no quiere una guerra regional, no es ni mucho menos tan firme como sin duda llegaron a soñar.
Con todo, es probable que la organización terrorista esté, a estas alturas de la guerra, mejor de lo que pensaba Tel Aviv al comienzo de la campaña. Oculta entre la población, sigue practicando la guerrilla urbana en la Franja mientras trata desesperadamente, en ocasiones con éxito, de llevar el terrorismo a la Cisjordania ocupada y a las mismísimas calles de Israel. Además, y por mucho que nos duela reconocerlo, la masacre del 7 de octubre –así somos los seres humanos– le ha asegurado a Hamás el liderazgo moral del pueblo palestino.
Israel: mejor de lo que pensaba Hamás
También Israel pasa por una situación difícil. La guerra se prolonga, la cifra de bajas aumenta, la economía se resiente y una parte de la sociedad, minoritaria pero alborotadora, reclama un acuerdo para la liberación de los rehenes a cualquier precio. En el norte, el desafío de Hezbolá ha obligado a desalojar numerosos emplazamientos sin que la comedida respuesta de Tel Aviv haya conseguido acallar los cohetes chiíes. No hace mucho que Irán llegó a atacar directamente suelo israelí y probablemente esté pensando cómo volver a hacerlo porque, reconozcámoslo, Israel, la gran potencia militar de Oriente Medio, ha perdido parte de su capacidad disuasoria.
Sin embargo, y a pesar de las obvias dificultades, es probable que Israel esté mucho mejor de lo que Hamás habría pensado cuando ordenó a sus militantes atravesar la valla que aislaba la Franja. Netanyahu, poco apreciado por sus compatriotas, retiene el apoyo mayoritario para una única cosa: continuar la guerra hasta la destrucción definitiva de la organización terrorista. Las cifras diarias de muertos palestinos –la única baza estratégica de Hamás– han bajado muchísimo desde que la presencia de las tropas israelíes sobre el terreno, con carácter permanente en los dos corredores que Tel Aviv mantiene en el centro de la Franja y en la frontera con Egipto, le permite ser más selectivo en sus operaciones militares.
Sus aliados –los de verdad y, sobre todo, Estados Unidos– siguen apoyándole, a pesar de las ocasionales críticas destinadas casi siempre a la opinión doméstica. En la Unión Europea, la mayoría de los países que defienden la causa palestina –España es una excepción– no desean que el reconocimiento del nuevo Estado venga de la mano de Hamás o crezca con sus raíces hundidas en la sangre derramada el 7 de octubre.
La tragedia de los rehenes
Como ninguno de los bandos está cerca de la victoria –ni tampoco tan mal como sus enemigos soñaron– las espadas en Gaza siguen en alto. Las conversaciones para un alto el fuego discurren perezosamente –no trato de ser equidistante cuando constato que ni Israel ni Hamás pueden sobrevivir si hacen concesiones a sus enemigos– a pesar del impostado optimismo norteamericano, que quizá obedezca únicamente a las presiones electorales sobre el Partido Demócrata, dividido sobre el conflicto.
La guerra, pues, continúa y el importante papel que en ella ocupan los rehenes capturados el 7 de octubre se hace más dramático por momentos. El último capítulo de esta tragedia se escribió hace unos días con el vil asesinato por Hamás de seis rehenes, dos de ellos mujeres, cuando el Ejército israelí se aproximaba al túnel donde estaban secuestrados.
Sobre estas muertes sin sentido –quizá el más cruel símbolo de una guerra que nadie puede ganar del todo– cabe hacer algunas reflexiones que nos atañen a los españoles.
Hamás, es obvio, prefiere asesinar a los rehenes a que sean liberados. También prefiere la destrucción de Israel a su libertad. Esa actitud es, desde luego, condenable; pero no es una organización humanitaria, sino terrorista. Sería irracional esperar de ellos algo diferente.
Israel, por su parte, enterrará a sus muertos y seguirá presionando militarmente para conseguir la liberación de algunos de los rehenes que todavía quedan vivos en manos de Hamás, que seguramente ya no lleguen al medio centenar. Sus líderes –Netanyahu no está solo en esto– no se cierran a un acuerdo pero, a pesar de las presiones de sus aliados y de parte de su pueblo, no firmarán nada que dé la victoria a su enemigo. Piensan, probablemente con razón, que sería un suicidio hacerlo.
A la hora de buscar culpables, Hamás acusa a Israel de obligarle a cometer los crímenes. Es una lógica pervertida –la de los criminales siempre lo es– pero no puede sorprender a nadie. El mundo occidental, al que España pertenece, señala al liderazgo de Hamás. El presidente Biden, que en absoluto puede considerarse un halcón, mencionó a los «rehenes asesinados por esa viciosa organización terrorista» y prometió que «los líderes de Hamás pagarán por sus crímenes».
¿Y nosotros? Leo la declaración del Ministerio de Asuntos Exteriores en X, antes Twitter: «España condena de forma rotunda la muerte de seis rehenes israelíes que llevaban cautivos desde los atentados terroristas de Hamás del pasado 7 de octubre». Pobres, se murieron. La condena está bien, claro, pero ¿tan difícil nos resulta llamar a las cosas por su nombre?
Originalmente publicado por el diario El Debate de España