OPINIÓN

Gato negro

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

Todos estamos de acuerdo que este año 2020 es para el olvido. La pandemia del covid-19 ha golpeado a toda la humanidad, sin importar raza, color, sexo o estatus socioeconómico. No hay nación que no haya sufrido los embates de esta pandemia, unos más otros menos, colapsando todo el sistema sanitario y poniendo en riesgo la capacidad de respuesta ante esta terrible enfermedad.

Naturalmente, los países con mejor sistema sanitario han podido brindar a sus ciudadanos la ayuda y la asistencia necesaria, pero toda la red de hospitales no es suficiente para albergar a tantos enfermos, por eso se tomaron medidas drásticas, como el confinamiento obligatorio y prohibición de circulación después de ciertas horas.

Pero, nunca falta un pero, a pesar de las medidas tomadas para hacer frente a la segunda ola de contagios, estas no han sido suficientes, por lo tanto la infestación no ha parado, por el contrario, sigue en aumento, llegando a cifras verdaderamente preocupantes.

Venezuela no escapa de esta realidad, que a pesar de los partes oficiales de la evolución del coronavirus en el país, la realidad dista mucho de los informes presentados por el gobierno nacional. Por lo cual, todos dudamos cada vez que, en cadena de radio y televisión, vemos a voceros como la señora Delcy o su hermano Jorge, informando sobre la evolución de la pandemia, dudamos y nos preocupamos.

Antes de que llegara esta terrible enfermedad, nuestro país ya estaba sumergido en problemas económicos inquietantes, debido a la merma sufrida en los ingresos por la venta de petróleo y la paralización casi en su totalidad del aparato productivo, acompañado por una escasez de productos, devaluación y casi desaparición de la moneda nacional y una inflación tan alta que ya toca las puertas de la estación espacial internacional.

Sin olvidar que ya veníamos arrastrando dificultades en todo el sistema hospitalario nacional. Con centros asistenciales con deficiencias tanto en su estructura como en su personal, ya que nadie en su sano juicio, trabajaría en esas condiciones y muchos menos devengando un sueldo que no llega a los dos dólares al mes.

Lo más triste de esta historia es que la pandemia le cayó al régimen de Nicolás Maduro como anillo al dedo, ya que ha podido incrementar los controles de la sociedad, con planes de confinamiento selectivos, de esta forma ha podido alargar su tiempo de permanencia en el poder, ya que el virus ha afectado también las protestas contra el gobierno central, por lo cual estamos a las puertas de un nuevo proceso comicial, para elegir los diputados a la Asamblea Nacional, con candidatos títeres que abren la boca solo para decir estupideces, describiendo una realidad en la medida de sus miserias, tratando de arrear a una población que está hasta las cejas de tanta desidia, autoritarismo y corrupción.

Por lo tanto, el venezolano se ha tenido que tragar a la fuerza veinte años de revolución, percibe que esto no tiene salida en el corto ni en el mediano plazo, ya que los únicos que tienen las llaves para abrir de nuevo las puertas de la democracia, la siguen teniendo los militares y estos a pesar de la realidad que nos embarga, no van a soltar esa posibilidad de obtener premios, dádivas y comisiones, solo para complacer a unos millones de ciudadanos que reclaman libertad.

Por eso la vida en Venezuela, los niveles de existencia de nuestros compatriotas han llegado a los límites de la miseria, en el cual la única opción que tienen muchos para sobrevivir es participar en las convocatorias de los candidatos chavistas a la Asamblea, a ver si pueden rasguñar algo de dinero y algunos mendrugos de pan, solo con vestir una franela roja, gritar loas al difunto eterno y soportar una larga estadía bajo un sol inclemente, oyendo discursos incoherentes por parte de postulantes que viven en una burbuja, más cerca de Narnia. Es conocido que los regímenes autoritarios necesitan estas demostraciones de asistencia obligada para retroalimentar sus sueños de apoyo popular.

Hay que asumir que el comunismo es para los pendejos, los ilusos y los utópicos, ya que está comprobado que no es ninguna ideología, sino un cuento para imponer un estado confesional y totalitario, en donde el venezolano ha perdido el derecho a su existencia privada, además, los revolucionarios se han preocupado en incrementar y atizar la ignorancia, para mermar de esta manera la capacidad de lucha de la población, porque han creado una verdad a la imagen y semejanza de sus desmanes, vendiendo esperanzas a unos connacionales que no tienen nada que perder, ya que lo han perdido todo. Se me olvidaba, el bucle repetitivo de prometer a diestra y siniestra nunca termina, en eso son constantes, en repetir una y otra vez una mentira hasta convertirla en verdad.

Esto nos ha conducido a que no sabemos qué defender, porque desconocemos la verdad, a la vez no podemos combatir aquello que ignoramos, porque desconocemos la mentira. ¿Qué nos lleva a esto? No saber ni poder combatir los errores y a los culpables que nos han llevado a esta realidad, que no es otra cosa que una demostración ferviente de un delirio ideológico. Justificando una supuesta lucha para ayudar a los más necesitados, mientras los apóstoles bolivarianos demuestran que ser chavista da buenos dividendos.

Ya no importa la democracia, la separación de poderes ni el imperio de la ley. Lo que vale es la disuasión y fomentar la fuerza como mecanismo para convencer, que permite al mismo tiempo estructurar todo un engranaje de control social, en el cual la mentira se ha convertido en el eje donde gira toda la nación. Ya es natural ver y oír a voceros del gobierno fingir con aplomo y firmeza, instaurando la falacia y el engaño oficial, nos hemos convertido en militantes de la ignorancia.

Ahora, la idiosincrasia del venezolano está basada en la picardía, en el oportunismo, porque el esfuerzo, la dedicación y los logros no cuentan. El honrado ya no tiene cabida, es aislado y rechazado por idiota, ya que la revolución se ha convertido en un derroche de abusos, porque lo que vale para seguir vivo en este país, es tener miedo y sumisión para sobrevivir. Han hecho del patriotismo un refugio para su ineficiencia y corrupción. Todo se vale, con tal de que todo siga igual, porque las voces revolucionarias solo escuchan sus propios ecos.

Esto nos ha llevado a que hoy no tenemos el país por el cual lucharon nuestros antepasados, no tenemos la nación que nos merecemos, ya que nuestra patria se ha convertido en el imperio de la piratería y el clientelismo, soportado por un Estado fallido sin propósito ni sentido. Esto es debido a que las tiranías nos arrebatan el derecho a ser ciudadanos, porque nos obligan a aplaudir lo que detestamos o a rechazar lo que secretamente admiramos.

Ya la libertad no importa, es mejor ser acomodaticio y miserable. Ya no hemos acostumbrado en engullir de un sorbo la mentira que nos adula, y bebemos gota a gota la verdad que nos amarga, porque anhelamos que terceros mejoren nuestra situación, para que podamos seguir bajo una ilusión escapista. Tenemos y debemos valorar la independencia y la autodeterminación y alejar la ideología retardataria, porque nunca ha sido de gran ayuda, ya que es como buscar, a medianoche y en un sótano oscuro a un gato negro que no está ahí.