Soy de los que sostienen la posición de que no debemos naturalizar los agravios entre líderes que están llamados a dar ejemplos, dignos de emular, a la ciudadanía a la que se deben, especialmente a los niños y jóvenes que no dejan de ser espectadores de algunos de esos pugilatos orales que dan lugar a estridentes debates.
Tampoco me coloco en el extremo de no dar por inevitable, y hasta necesario, apelar a una que otra frase cargada de sarcasmos o ironías que le dan un toque especial y llamativo a las arengas que suelen pronunciar los más altos dignatarios.
En la galería de los insultos desencadenados por jefes de Estado, Venezuela tiene un inmenso corredor en el que están colocados los más ácidos vejámenes o mofas, locuazmente desatados por Hugo Chávez y Nicolás Maduro, para injuriar con la mayor impunidad, no solo a sus homólogos presidenciales, sino a ciudadanos de a pie que terminan siendo diana, de tales escarnios o burlas, por el hecho de disentir de sus arbitrariedades.
Así han quedado registrados en las redes sociales los hirientes adjetivos desembuchados por Hugo Chávez, tildando de «majunche» o de «escuálido» a todo aquel ciudadano venezolano que diera muestras de estar en desacuerdo con sus desafueros, al mismo tiempo que tachaba, el 20 de enero de 2008, al presidente colombiano Álvaro Uribe de «peón del imperio» y, un año antes, al Secretario General de la OEA, José Miguel Insulsa de «virrey del imperio y soberano pendejo».
Inolvidable el bochorno que dejó en el pesar de los venezolanos las vergonzosas expresiones de uno de los subalternos de Chávez, Diosdado Cabello, sancionado por Estados Unidos por presuntos vínculos con el narcotráfico, después de exclamar: «Agarren su carta democrática, la doblan bien doblada y se la meten bien profundo».
De esas afrentas o menosprecios no estaban exonerados ¡ni los muertos!, si nos atenemos a que cuando murió el expresidente Carlos Andrés Pérez, a Hugo Chávez no lo contuvo ni siquiera la compasión elemental en estos casos, para atreverse a decir que «yo no pateo perro muerto… No habrá luto nacional porque hoy murió un corrupto, un dictador…».
Tampoco escapaban de sus denuestos los prelados de la Iglesia Católica.
Una prueba de ello está registrada en las insolencias que en octubre de 2007 arrojaba Chávez, mientras se realizaban las honras fúnebres, al cardenal venezolano Rosalio Castillo Lara, una de las más reconocidas figuras pontífices de la Iglesia latinoamericana.
Recuerdo con tristeza que, mientras estábamos confundidos entre miles de feligreses, escoltando el féretro por los alrededores de la plaza Bolívar de Caracas, en las inmediaciones de la Catedral capitalina, Hugo Chávez confesaba en cadena de radio y televisión lo siguiente: «Me alegra que haya muerto ese demonio vestido de sotana, ojalá se esté pudriendo en el infierno como se merece, sé que se retorcerá eternamente viendo avanzar la revolución…», así hablaba quien al mismo tiempo se paseaba, con toda mordacidad, en los escenarios religiosos apretando un crucifico entre sus manos.
Pero hasta ahí no llegaban las parodias «revolucionarias» basadas en los más agrios comentarios.
Como aquel que, en el año 2006, se atrevió a soltar Hugo Chávez en plena sesión de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) contra el entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush.
«Ayer estuvo aquí el diablo. En este mismo lugar, huele a azufre todavía». Más de uno no simulaba las carcajadas para celebrar semejantes desplantes, que seguramente estimulaban al dicharachero Hugo Chávez a proseguir con su andanada escatológica para llegar al extremo de amenazar al expresidente de EE. UU. en los siguientes términos: «Si algún día se te va a ocurrir la locura de invadir Venezuela, te espero en esta sabana, Mr. Danger. Cobarde, asesino, genocida… Eres un alcohólico, eres un borracho, eres un inmoral. Eres de lo peor…, un hombre enfermo psicológicamente. (…) Eres un burro, Mr. Danger».
Ese mismo año Hugo Chávez desafiaba a otro imperio, al Británico, teniendo en su mira esta vez al exprimer ministro Tony Blair, a quien le dijo entonces: «No sea sinvergüenza, no sea inmoral… ¡Váyase largo al cipote, señor Blair!».
Otro hecho que conmovió a la comunidad judía en nuestro país, que es bastante numerosa por cierto, fue aquel día del año 2012 en que, un iracundo Hugo Chávez, se abalanzó contra Israel, enrostrándole sus conspiraciones de financiar a sus oponentes.
Esa vez Chávez fue al extremo al decir: «Aprovecho para condenar de nuevo, desde el fondo de mi alma y de mis vísceras, al Estado de Israel. ¡Maldito seas, Estado de Israel! ¡Maldito seas! Terroristas y asesinos».
Cosas como esas son las que animaron al Rey Juan Carlos I a espetarle a Hugo Chávez el latigazo de «¿por qué no te callas?» mientras se celebraba la XVIII Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, en 2007, esa vez Chávez llamó «fascista» al expresidente español José María Aznar.
El sucesor de los insultos es ahora Nicolás Maduro. Por su patibularia boca han pasado los expresidentes Mariano Rajoy, Felipe González, Donald Trump, Barack Obama, Jair Bolsonaro, Sebastián Piñera, Mauricio Macri, Alan García, Andrés Pastrana, Óscar Arias y pare usted de contar.
Todos han sido siquitrillados sin miramientos por un Maduro incontenible, a la hora de descalificar ¡hasta a sus propios aliados naturales! como Luiz Inácio Lula da Silva de Brasil o Gabriel Boric de Chile.
Artículo publicado en el diario El Debate de España