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Gadafi, Hussein y Noriega deberían recordarle a Maduro que los tiranos tienen fecha de caducidad

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Los dictadores no terminan con un final feliz. Basta recordar a Muamar el Gadafi en Libia, Saddam Hussein en Irak o el mismo Manuel Antonio Noriega en Panamá. La historia de este último se parece demasiado a la de Maduro en Venezuela.

Panamá. En mayo de 1989 Guillermo Endara gana las elecciones con 71,2% de votos contra 28% del candidato del Partido Revolucionario (PRD), controlado por el general Noriega. El tirano no aceptó los resultados y se aferró al poder por sus pistolas.

Después de robarse varias elecciones, tener su propio cartel de drogas y fracasar en varias negociaciones el camino se le puso estrecho a Noriega. Incluso sus supuestos amigos lo habían dejado solo.

El 20 de diciembre de 1989, Estados Unidos lanzó la operación Causa Justa en Panamá. El operativo recibió muchas críticas internacionales, sin embargo, ayudó a poner fin a una narcodictadura sangrienta que se creía indestructible e intocable.

El ajusticiamiento de Gadafi en 2011. El dictador petrolero que se creía el salvador de África también cayó.  Gadafi había legitimado su dictadura, muchos países de Europa y África habían hecho las paces con el tirano y sus crímenes parecían olvidados. No fue así. Al final una rebelión interna ajustició a uno de los tiranos más letales y poderosos del siglo XXI.

En 2006 Saddam Hussein fue condenado por un tribunal iraquí por crímenes de lesa humanidad. Había gobernado con mano de hierro Irak por 30 décadas y pensaba que jamás saldría del poder. Se equivocó.

Maduro ha cometido todos los errores de Gadafi, Hussein y Noriega juntos. Se ha robado varias elecciones, ha violado todos los acuerdos, ha cometido genocidios y controla grandes operaciones de narcotráfico mediante el Cartel de los Soles.

La presencia de Rusia y Cuba en territorio soberano de Venezuela es otro tema de grave preocupación. Los mercenarios del Grupo Wagner y los asesores de inteligencia cubana no son un problema exclusivo de Caracas sino de toda la región.

La diplomacia tiene sus límites. Gadafi, Hussein y Noriega habían jugado todos los juegos diplomáticos, algunos con éxito otros no tanto. Habían firmado y violado varios acuerdos y al final el mundo entero se cansó de ser estafado.

Hasta ahora el tirano se siente seguro, confiado en el poder de las armas, pero una cosa ha quedado clara, se le está acabando el tiempo y también las salidas democráticas. Ningún opresor es eterno y Maduro tampoco lo será.


El autor es periodista exiliado, exembajador ante la OEA y exmiembro del Cuerpo de Paz de Noruega (FK).

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