OPINIÓN

G7: un hueso duro de roer

por Beatriz De Majo Beatriz De Majo

objetivos climáticos y medioambientales

La acogida del G7 para Joe Biden en su primer viaje fuera de sus fronteras fue sin duda tibia. 4 de los 7 que se sentaron en la mesa a deliberar asuntos estratégicos mundiales son países europeos  (Reino Unido más  tres de la Unión: Alemania, Francia e Italia) y es preciso remarcar que la dinámica europea de estos días tiene bastante más que ver con asuntos internos de los países de la Unión –los desacomodos provocados por el Brexit a los restantes 27– y con los desafíos de la coyuntura poscovid, que con temas de política internacional, y mucho menos con lo que sería el eje de las tratativas que traía el presidente norteamericano en su portafolio. Puesto en palabras norteamericanas el gran tema de las deliberaciones debía ser la recuperación del multilateralismo basado en los tradicionales principios de la democracia y el respeto de los derechos de los individuos, en contraposición a los populismos y autocracias que están surgiendo como champiñones en el mundo entero. En un lenguaje llano el asunto se enuncia de manera más pedestre: el riesgo de que la primera potencia mundial sea sobrepasada en influencia global por el gran coloso de Asia.

El resultado de los encuentros entre los 7 habla por sí solo, al menos en lo formal. Se consiguieron importantes acuerdos dentro de esta alianza trasatlántica en materia de cooperación con el Tercer Mundo en la batalla a la actual pandemia, así como compromisos serios a futuro en los vitales asuntos relacionados con los riesgos climáticos. En aquello de hacer causa común con Washington frente a su contendor chino y de asegurar su liderazgo desde una posición de fuerza renovada, la letra de lo convenido no habla ni de un muro de contención ni de una actitud frontal del conjunto para impedir que China tenga un rol determinante en la escena mundial.

Sí es un secreto a voces entre los 7 y entre muchos de los 27 aquello de que China se está convirtiendo en una amenaza en el terreno de lo económico y de lo tecnológico, incluso en el campo de la investigación científica, y que Pekín no cejará en su empeño, haciendo uso de todas las vías ortodoxas y no ortodoxas de que disponga, para influir en el resto del mundo y conseguir una posición preeminente en los restantes continentes. De ello no quedó récord en las reuniones formales más si en las conversas de los pasillos y en la prensa.

No puede decirse a esta hora que Joe Biden “vino a por lana y salió trasquilado” como reza el castizo dicho de la lengua hispana y como lo han evaluado la corrientes de izquierda de los países europeos, que no son pocas. Pero lo que sí es claro es que el mandatario americano retorna a sus predios con el mensaje de que el resto de los países influyentes del mundo libre y que sus socios europeos en particular estiman que es preciso asegurar para China un espacio en la dinámica mundial, así ese espacio no coincida con la visión, los principios, la ideología política de los restantes actores liberales de la comunidad de naciones. Y a pesar de que sus actuaciones no sean cónsonas con las legítimas aspiraciones de respeto a los derechos de los ciudadanos y de las libertades individuales. Para los Estados Unidos de hoy, un hueso duro de roer, no cabe duda.

Aún quedan dos hitos importantes antes de su regreso a Washington para poder ponerle un termómetro a este viaje de la más alta autoridad norteamericana: la reunión de OTAN y su tenida bilateral con Rusia. El tema de seguridad se mide con otros decibeles y es posible que allí su huella pueda ser más profunda que la que dejó en los otros terrenos.