Esas criaturas autocalificándose racionales, no somos cosa distinta que avistamientos de seres eyectados hacia el Universo, sustanciadores de la inaudita, espontánea e inmensa explosión nuclear de la cual discernió Georges Lemaître: el big bang [a partir de tesis que publicaran Edwin Hubble y Albert Einstein]. Empero, somos especulativos y todavía nada sabemos sobre las causas por las cuales sucedimos fenomenológicos, en esta realidad y tiempo. Situación enrarecida con la predecible e inevitable violencia de forcejeo existencialista y también por causa de la inducida entre quienes gustan de refriegas para aparearse y legar: dándole sentido a los preceptos del dominio, poder y sumisión. La vida tuvo origen extraterrestre y fue posible tras la muerte paranormal de una entidad orgánica.
Los principales de la Escuela Jonia-Milesia buscaban algo permanente, estable, en la centrífuga del caos y cambio irrefrenable. Creyeron que «podrían hallar respuestas irrefutables» al siguiente desafío teorético: ¿de qué está hecho el mundo? (K. C. GUTHRIE, William: Los Filósofos griegos. «Fondo de Cultura Económica» con ediciones sucesivas desde 1953, la mía de 1980. P. 29)
Tales, Anaximandro y Anaxímenes fatigaban sus días tras las sustancias que darían forma material a los hombres u objetos en el medio ambiente donde se procuraban alimentos y cobijo. Envejecían frustrados, pero, meditabundos no se resignaban. Intuían lazos entre decadencia y renovación de estructuras. Las discusiones oscilaban, los defensores de la forma contra la materia divulgaban sus conjeturas. Los primeros filósofos griegos [en] tramaron con alocada lucidez. Según algunos, el aire era la sustancia primordial del mundo. Otros afirmaban que el agua y no faltó quien atribuyera la vida al sol. El gélido hastío por las discrepancias respecto al origen de todas las cosas entumecía el pensamiento científico primitivo. Ello queda demostrado en las afirmaciones de los pre-socráticos que disertaban en la Escuela Jonia-Milesia. Indagaban antes de formular, por ello fueron científicos precursores [aquellos filósofos griegos] Así infiere K. C. GUTHRIE:
-«A la materia hay que conceder cada vez más atributos espirituales, incluso al pensamiento, hasta que el problema llega a su punto culminante y se hace inevitable la ruptura» (Ob. Cit., p.p. 38-39)
Sofistas y escépticos imperaban cuando Sócrates debutó en el fiero ámbito de los sesudos. Por ello, se inmiscuyó en disputas epistemológicas con un estilo que no parecía el clásico del sabihondo: pero, sí debió lucir petulante, era inevitable en la Edad Selvática de la Investigación Científica.
-«El verdadero socratismo representa, ante todo, una actitud mental, intelectual, fácilmente confundible con la arrogancia, ya que estuvo convencido que no sólo él ignoraba» (Cfr. P. 78)
Opino que la ignorancia concede firmeza a una paradoja llamada conocimiento. Ella arrea a individuos de psiquis extravagante y escaso coeficiente propugnar la sempiterna derrota. Los aptos miran a necios esputar puerilidades. Sustancian sentencias blindadas, porque los pleitos inmediatistas entorpecen el desarrollo de las ciencias. Así lo [cierto] siento. El cinismo ha sido invencible recurso protocolar cuando un pensador busca herir la inteligencia de otro que adversa sus axiomas, aforismos, máximas, apotegmas. Siento empatía por el apriorismo que exige privilegiada imaginación, lo intuitivo, paranormal-desafiante, todo quehacer intelectual fundado en la irreverencia. Los dioses no existieron ni irrumpirán, la Teología es divertimento de timadores. El encantamiento del ser humano ante su existencia fenomenológica no es infundio, quiere proseguir pero vencer calamidades.
@jurescritor