«Sometimes it is harder to deprive oneself of a pain than of a pleasure»*(FRANCIS SCOTT FITZGERALD)
Una asignatura, una profesora y un alumno no parecen suficientes, al menos en casos como este ocurrido en un instituto de Alicante, para entender en qué consiste la educación. Cuando las cosas salen mal, uno puede solucionar el asunto rápidamente echando la culpa a los demás y procurando evitar que le salpique. Por otro lado, se puede reflexionar sobre la parte mala que toca asumir y aceptar el resultado, proponiéndose mejorar en la medida de lo posible.
El periodista Aitor Soler titula así la noticia: «Polémica por el mensaje que una mujer ha mandado a la profesora de su hijo, alumno de un instituto de Alicante» (Información.es; 10.8.2022)**
Las cosas no fueron bien. Puesto que el trinomio asignatura, profesora y alumno fracasa, aparece un cuarto miembro: la madre del alumno. En los tiempos hiperconectados que vivimos, todos nos comunicamos y decimos lo que se nos pasa por la cabeza en frío y en caliente sin tener en cuenta a menudo la idoneidad del momento o del mensaje. La progenitora del alumno -cursando estudios de bachillerato- aprovecha la disponibilidad del correo electrónico del profesorado para explicarle a esta profesora de Historia de España lo mal que lo ha hecho con su hijo. No le ha escrito para informarse de qué se podría haber hecho antes, quizás a lo largo del curso. No. Este correo ha sido enviado a posteriori, cuando los resultados de las pruebas obligan a su retoño a permanecer en lista de espera. En otras palabras, la señora no está satisfecha. El mensaje de la madre se ha hecho público y viral.El hijo afectado con estos resultados negativos quiso publicarlo en una red social. De verdad que el texto es triste. Un profesor decente quiere hacer bien su trabajo, enseñar, ser escuchado (y respetado) y valorar finalmente lo que el alumno ha aprendido o no ha aprendido. Decía que es triste y lo es: «no hay un mal alumno, sino una mala profesora».
A veces uno se pregunta cómo se ha llegado tan lejos ¿Qué hacemos los profesores que enseñamos tan mal? ¿Cómo se puede ser tan simple? ¿Cómo que no hay malos alumnos? ¿No hay malos alumnos? Claro que también hay malos profesores. Y profesores buenos. Convendría recordar que todos hemos sido alumnos alguna vez en la vida. Es lógico concluir que ha habido profesores buenos, malos y malísimos. No olvidemos tampoco a los alumnos encantadores ni a los alumnos que no lo son tanto. Como alumno, aprendí de todos mis profesores, de los buenos y de los malos. Me vino bien para saber cómo enseñar. Por si acaso alguien no había tomado en consideración el proverbio de Séneca, sepa que «homines, dumdocent, discunt «***.
Cuando la madre del muchacho escribe esa frase «no hay un mal alumno, sino una mala profesora», empiezo a preguntarme si fue antes el huevo o la gallina, si es culpable del fracaso el alumno u otra persona. Vamos, que digo yo que podría ser que no hubiera malos hijos, sino malos padres (y madres). En fin, no lo sé. No todo el mundo es padre. Todos somos hijos, eso sí.
En los años de experiencia como profesor me he dado cuenta de los alumnos a quienes nunca tuve que llamarles la atención porque venían a clase bien educados por unos padres que les enseñaban a comportarse correctamente. Alumnos que no molestaban a sus compañeros, no gritaban, no dejaban de tomar notas y escuchar. Estos alumnos aprovecharon la clase, aprendieron la asignatura y obtuvieron buenos resultados. Además, mi relación con ellos fue grata. Y espero que fuera también grata para ellos conmigo.
Hace meses veía una serie danesa sobre una profesora singular. Me llamó la atención la respuesta que le dio a una colega cuando le preguntó qué le había movido a ser profesora. No siempre ocurre, pero a veces un profesor ayuda además a esa pequeña liberación a la que alude Rita Madsen.