Foto Joe Raedle/Getty Images

El fracaso democrático en Venezuela no es un fenómeno aislado, se refleja en una tendencia más amplia en América Latina. El apoyo a la democracia ha disminuido, ignorarlo, es una necedad. La crisis de confianza, exacerbada por escándalos de corrupción y la percepción de incapacidad de las élites políticas, erosiona la legitimidad de los gobiernos. La hiperinflación y devaluación han desatado una crisis económica sin precedentes; la violencia desbordada se convierte en grave y peligrosa. En este contexto, Venezuela, catalogada por algunos como autocracia de línea dura, por otros, dictadura tiránica, es un ejemplo extremo del desgaste democrático. La comunidad internacional no es ciega y tiene que reconocerlo.

Brillante en recursos naturales y resplandeciente en diversidad cultural, está inmersa en un aprieto político, económico y social dejando a la población sumida en la desgracia y desesperación. La promesa democrática de garantizar la participación ciudadana y el respeto a los derechos humanos es hoy un sueño esquivo. La frustración en Venezuela es palpable, desgarradora, merece atención sincera y urgente.

Conocida por su caudal petrolero y cultura vibrante, es testigo de una crisis generalizada más devastadora de la historia moderna. El malogro democrático no es de data reciente, sino el resultado de años de erosión institucional, polarización política y desesperanza ciudadana.

Desde la llegada del chavismo al poder, Venezuela experimenta un declive en sus instituciones democráticas. Se inició como un movimiento que certificaba empoderar a los más desfavorecidos y reducir la desigualdad. Sin embargo, se transformó en un régimen autoritario, socavando la autonomía, quebrantando derechos humanos y llevando a la muerte las libertades ciudadanas.

La separación de poderes, piedra angular de la democracia, ha sido eliminada. El Poder Judicial debe actuar como contrapeso al Poder Ejecutivo, pero ha sido cooptado y politizado. La Asamblea Nacional, que se supone representa la voluntad del pueblo, hoy está convertida en garita del partido oficialista, alineada con el gobierno. Los medios de comunicación independientes han sido silenciados, o adquiridos por entidades progubernamentales, dejando a la población sin fuentes confiables de información.

El derecho al voto, columna de la democracia, manipulado por actos electorales cuestionables, en la cual, integridad electoral y equidad brillan por su ausencia, es parte importante de la frustración extensa. La desconfianza en el proceso conduce a abstenerse de sufragar, no por apatía, sino por la profunda convicción de que su elegido no será respetado.

La frustración democrática se manifiesta en la diáspora. Millones huyen en busca de mejores oportunidades, escapando de la represión e indigencia. Llevan consigo sueños y esperanzas de una nación, siendo testimonio viviente de un sistema que ha fallado. La falta de acceso a servicios básicos como alimento, medicina, agua y electricidad, refuerzan la emigración masiva. Testimonio doloroso de la desesperación que siente la población.

Represión política, informes de detenciones arbitrarias, torturas y violencia, son alarmantes. La falta de rendición de cuentas y la impunidad han minado aún más la confianza en las instituciones gubernamentales. Sin embargo, a pesar del sombrío panorama, la resistencia, resiliencia de la ciudadanía y el arraigo, no deben subestimarse. Protestas, manifestaciones y voces disidentes rechazan la opresión, indicativo del espíritu indomable que anhela el restablecimiento de la democracia.

Contrariedad y rechazo son reflejo de un país traicionado por su dirigencia, no obstante, mantiene la esperanza de un futuro promisor. La colectividad debe apoyar, pues la democracia no es solo una cuestión interna, sino un llamado a la solidaridad y defensa de valores universales.

¿Cómo abordar esta frustración democrática en Venezuela? Se debe mantener el compromiso de presionar por elecciones verificables, justas y libres, con observación internacional, sin presos o inhabilitados políticos.

La reconstrucción será un proceso arduo y desafiante, pero un objetivo que vale la pena perseguir. No se puede permitir que la promesa de la democracia siga siendo una ilusión inalcanzable. Por el contrario, hay que trabajar arduo y porfiados para rehabilitar la democracia, proveyendo un camino robusto y saludable hacia un futuro esperanzador e higiénico de una nación devastada y arruinada en su economía; rota y destrozada su sociedad; vulnerados sus principios, violada su moral y ética.

@ArmandoMartini


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!