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Frente a un churrasco sangrante

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A medida que iban llegando los convidados, la indecisión que se había formado en el reducido grupo de la panadería, se acentuaba. Habían mudado la habitual mañana de sesiones frente a un pancito dulce y un espumoso café para la residencia del general. El tema de la convocatoria orbitaba de vanguardia en la incertidumbre de un viernes vespertino. Y ya ustedes saben las exigencias de esos días por la tarde que generalmente disipan los compromisos formales y distienden las responsabilidades más serias. Nada más traspasar hacia la residencia el olor a carbón de parrilla aceleró mucho más la franqueza y las sonrisas de quienes iban llegando y se abrían en bienvenidas y saludos aparatosos. Era viernes. Por allá estaba el coronel tal que había bajado de la ciudad dormitorio, el general cuál de los hábitos técnicos y conversaciones complicadas con fórmulas y números; y el acartonado almirante que siempre acudía a la panadería con la gravedad y la formalidad de la formación de lista y parte en un portalón, para el ritual matutino del café del portugués don Manuel; y hoy estaba de lo más jovial y encantador. Era viernes. Y el cuerpo sabía que había parrilla bien empapada de cualquier bebida capaz de acelerar las emociones hasta niveles de sensaciones espirituosas y de abrir las compuertas de la lengua.

-Hice un recorrido largo y agotador a pesar de mis años. Es parte de un intento de reagrupar en torno a un objetivo único, los esfuerzos militares frente a la coyuntura. Es difícil poner de acuerdo a militares retirados. Exageradamente espinoso y complejo. En los activos hay una línea única y directa. Pero, en aquellos hay un pandemónium de agendas personales mezcladas con resentimientos viejos y ambiciones que hacen un peligroso coctel que retarda, obstaculiza, niega e impide cualquier avance. Lo más grave es que estos son necesarios en los enlaces y la comunicación antes, durante y después del desenlace. Y luego están los egos inflados y las componendas ya pactadas desde hace mucho tiempo. Estaba hablando el viejo general de la panadería y el pancito dulce. En la mano un generoso güisqui bien amarillo que se campaneaba en la atención absorta del resto de los presentes que se centraba en la seria exposición. Afuera, uno de sus hijos alentaba el fuego de carbones y disipaba el humo que se elevaba hacia el cielo caraqueño.

-Todas las carpetas son prioritariamente presidenciales y de gabinete. De compromisos. Todos sin excepción de sus grados de actividad quieren ser presidentes, generales o ministros, o un alto cargo encaramados en un protagonismo inútil y sin cruzar el rio de la coyuntura nadando. Sin mojarse. Quien menos puja lanza en el WC un piano de cola con todos los integrantes de la orquesta. Lo que esté fuera de esos papeles no tiene importancia para ellos. Lo más grave es que en ese escenario imposible, inverosímil y absurdo que se han creado, lo que no encaje lo atacan, lo destruyen y le arman una ofensiva para demeritar; lo que en algunos casos se le da cabida en algunos medios y en las redes. A esta altura cada quien disponía de un generoso y sangrante churrasco en el plato con una guarnición de ensalada apresuradamente preparada por el general. Algunos habían cambiado el escocés que aturde por el vino que achispa gratamente y con placer musical. En el ínterin del despacho de la comida y la bebida mantenían la atención en el monologo inicial que ya se había transformado en un dialogo jovial muy propio de los viernes. Era viernes por si no lo recordaban.

Hubo momentos para rememorar –aquí la reunión se había tornado en horizontalidad – la llegada a la primera magistratura en Estados Unidos del general Dwight Eisenhower después de sus victorias como comandante supremo aliado en el frente occidental durante la II Guerra Mundial y la elección del general Charles De Gaulle como presidente después de haber organizado la Francia Libre y la liberación del país galo de los nazis a partir de 1940 luego de su histórico discurso en la BBC de Londres y haber unificado a todo el país en torno a la libertad de la nación, cuyos resultados se observaron en 1944. ¡Cuatro años después! Ambos tuvieron que imponerse con coraje y decisión a otros egos de colegas para poder imponer, consolidar y mantener su liderazgo. Aquel de cara a los afanosos desaciertos de empatía y la enérgica, carismática y voluntariosa personalidad del general George Patton, y este frente al a la competencia profesional y la experiencia política del general Henri Giraud y la ventaja que se acreditaba el mariscal Philippe Pétain como jefe del estado títere del régimen de Vichy impuesto por los nazis. Hubo una mención bien desarrollada en un comentario del almirante presente para enfatizar que esos esfuerzos del general francés lo promovieron para ser el jefe del gobierno de la provisionalidad en el gobierno de la cuarta república en 1944 después de la liberación y presidente de la transición hacia la democracia en la quinta república en 1959. Alguien hizo una maroma teatral tratando de hacer una vista al horizonte desde el cerro señalando quejoso y solemne -¿ Hay alguno en ese grupo que menciona mi general que calce esas puntuaciones de Eisenhower o De Gaulle? ¡Lo dudo! Todos se han llevado al retiro un cuartelito a su propia dimensión profesional, un corneta de órdenes frente a la residencia, un ordenanza y una banda de guerra para rendirse emocionalmente unos honores en algunas oportunidades injustificados. En este momento de la cita todos hicieron un paréntesis de seriedad y de atención. Y fue el momento que el general considera oportuno que la velada llegaba a su fin. Era viernes y el cuerpo de los asistentes lo sabía y lo había experimentado frente a las bebidas y la comida.

A las 9:00 de la noche ya todo el mundo había comido y bebido. Algunos con una chispa etílica cercana y efusiva en contigüidad con las brasas que aún humeaban mientras se extinguían hacia el cielo capitalino con el respaldo del cerro Ávila. Testigos mudos e inmutables de una realidad que se arrastra hacia el futuro de Venezuela y sus treinta y tantos millones de nacionales. Un contexto pujado en ambiciones y oportunismos que se han venido arrastrando durante casi toda la historia republicana registrada en 200 años de preeminencia y distinciones de capas, de espadas y de botas de campaña. Una triste realidad. A esa hora en punto el general estaba con su hijo en la puerta despidiendo a todo el mundo. A la manera norteamericana. Solo faltaba el sargento reemplazante y la bandera nacional. Durante ese lapso en que la fila se desangraba en las despedidas y los agradecimientos, a lo lejos, resguardado en el garaje se veía el LTD Landau recién pintado.

Mientras los carros de cada quien se comían literalmente la autopista en el regreso hacia sus domicilios, la imagen viva de la conversación reciente y del churrasco sangrante – como la patria – de ese viernes, los continuaba atormentando en la vía

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