Estudios recientes demuestran que más de una cuarta parte de los países del mundo sufren los efectos de la violencia basada en diferencias de religión (Centro de Investigación Pew, 2018). En su esfuerzo sensibilizador de la humanidad, la Organización de las Naciones Unidas declaró el 4 de febrero como el Día Internacional de Fraternidad Humana.

¿Cómo es posible que las religiones, que supuestamente propugnan la paz, el amor y la armonía, estén tan comúnmente asociadas con la intolerancia y las agresiones violentas? Los científicos sociales están divididos al respecto. Estudiosos como William Cavanaugh sostienen que incluso cuando los extremistas utilizan textos teológicos para justificar sus acciones, la violencia «religiosa» no es religiosa en absoluto, sino más bien una perversión de las enseñanzas fundamentales. Otros, como Richard Dawkins, creen que, dado que las religiones alimentan las certezas y santifican el martirio, a menudo son la causa fundamental de los conflictos. Mientras tanto, Timothy Sisk afirma que tanto las tradiciones religiosas jerárquicas (como el chiísmo) como las no jerárquicas (como el budismo) pueden ser vulnerables a la interpretación del canon para justificar o incluso proporcionar garantías para la acción violenta.

La violencia inspirada por la intolerancia religiosa es más fácil de describir que de definir. Abarca desde la intimidación, el acoso y el aislamiento hasta el terrorismo y la guerra abierta. La violencia basada en diferencias de religión surge cuando se cuestionan las creencias fundamentales que definen la identidad de un grupo.Es entonces cuando comunidades autoproclamadas propietarias del cuestionamiento intensifican acciones contra comunidades diferentes.Usualmente, esto sucede bajo la dirección de un líder religioso fundamentalista. Algunos investigadores, denominan «ansiedad social xenófoba» a la sensación de amenaza percibida por miembros de comunidades autoproclamadas lo cual, combinado con exclusión política y cultural, y desigualdad social y económica, puede culminar en violencia física extrema.

A menudo se critica a los líderes religiosos por no hacer lo suficiente para frenar la violencia religiosa. Al no condenar públicamente cada acto de extremismo, se presume que comunidades religiosas enteras son de alguna manera cómplices. Nada más alejado de la realidad (Frazer y Jambers, 2018). De hecho, hay millones de personas creyentes que participan activamente en la ayuda a los pobres,a los marginados, así como en el fomento de la reconciliación tras las guerras. Pueden movilizarse (Dubois, 2008) a través de sus iglesias, mezquitas, sinagogas y templos, o trabajar por medio de agencias humanitarias internacionales y misiones en el extranjero. Aunque se les suele acusar de avivar el fuego de la violencia sectaria, los líderes religiosos suelen intentar hacer lo contrario, como mediar en acuerdos de paz y promover la no violencia.

En una época de turbulencias e incertidumbre, la acción interconfesional puede ofrecer un importante antídoto contra la violencia religiosa (Academia Británica, 2015). Las comunidades religiosas pueden ser y son un recordatorio de los principios básicos de nuestra humanidad común. Aunque no es patrimonio exclusivo de los grupos confesionales, la difusión consciente de valores de empatía, compasión, perdón y altruismo es hoy más necesaria que nunca. Los persistentes llamados a la paciencia, la tolerancia, la comprensión, el diálogo cara a cara y la reconciliación son más importantes que nunca dada la espiral de polarización actual y el peligroso anonimato que proporcionan el populismo y la manipulación de la verdad.

Por cierto, hoy se cumple 31 años de aquel golpe de Estado, un hecho criminal bajo la excusa de la reivindicación popular, nada más alejado de la realidad.


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