The Hidden Life (Terrence Malick, 2019) es el maravilloso y terrible biopic del campesino austriaco Franz Jagerstatter, que al ser reclutado por el Ejército del Tercer Reich se declaró objetor de conciencia alegando motivos religiosos (era católico practicante) y pidió ser paramédico. Pero a diferencia del Desmond Doss que nos muestra el filme Hacksaw Ridge (Mel Gibson, 2016) en el Ejército de Estados Unidos, a quien se le maltrató por las mismas razones, pero finalmente pudo estar en el frente socorriendo a sus compañeros; a Jagerstatter se le apresó y un día como hoy pero de hace exactamente 80 años fue martirizado (la pena de muerte era aplicada a los “arios” con la guillotina). Sus cartas y escritos fueron publicados en 1987, y en estos días tuvimos la oportunidad de leerlos; convencidos finalmente de su santidad. La Iglesia lo beatificó el 27 de octubre de 2007.
La Iglesia Católica alemana durante el Nazismo y la Segunda Guerra Mundial (poco más de un tercio de la población, a diferencia de Austria en la que era más del 90%); aunque condenó dicha ideología apoyados por la encíclica Mit brenen sorge (Pío XI, 14 de marzo de 1937) no tuvo una posición uniforme en su acción pastoral. En general se puede identificar una práctica de acompañamiento a los fieles; donde algunos resistieron al totalitarismo paganizante de diversas formas, la mayoría asumió el silencio y otros lo apoyaron abiertamente. En nuestras anteriores entregas sobre la Resistencia hemos descrito a los católicos (clero y laicos) que asumieron una posición de crítica que los llevó a los campos y a la muerte. Al final, tal como describe la película de Malick, fue un asunto de la consciencia.
The Hidden Life con las peculiaridades del cine de Malick: protagonismo de la naturaleza (bosques y montañas alpinas, parte de ella en el pueblo de Franz: Sankt Radegund), imágenes con uso de gran angular, la maravillosa banda sonara de James Newton Howard y un guión que resalta los pensamientos del protagonista tomados de sus cartas y escritos (que leímos en su traducción de ediciones Encuentro: Franz Jagerstatter, 2022, Resistir al mal. Cartas y escritos de la prisión). Nos permite darnos una idea de cómo poco a poco se hizo consciente del hecho que su profunda mentalidad cristiano-católica no podía aceptar el ser cómplice del mal (su sentencia de muerte afirma: “no obedeció la orden de servir con las armas por rechazar el nacionalsocialismo (…) basado en su religión”). Esta decisión para nada fácil: su muerte dejaría viuda a una joven esposa (Franziska Schwaninger) y sus tres hijas: Rosalía (1937), María (1938) y Aloisia (1940); pero incluso existía la posibilidad de que el Estado les quitara la pequeña granja. Esta es el principal argumento con el cual le presionan todos los que le rodean y con el mismo debe lidiar en la soledad de su celda.
Otro argumento en contra, además de la pérdida de la propia vida, que le repitieron tanto las autoridades del Estado como las eclesiales, e incluso amigos y familiares, fue que su sacrificio no generaría un cambio en la guerra y en el Tercer Reich. Su respuesta es clara en el “Texto N° 88” de sus escritos en la prisión una vez que se le ha dictado sentencia de muerte (6 de julio de 1943): “Ni prisiones, ni grilletes, ni siquiera la muerte, son capaces de apartar a alguien del amor de Dios, o de arrebatarle su fe o su libre albedrío”. Algunos sacerdotes intentaron convencerle con el texto bíblico: “Romanos 13, 1-2”, el cual “obliga” a obedecer a las autoridades civiles, y Franz responde en su “Texto N° 84”: “estar obligados, so pena de pecado, a comprometerse bajo juramento a obedecer a nuestras autoridades terrenales en todo cuanto ordenen no figura en ninguno de los mandamientos de Dios ni de la Iglesia”. No podía ir en contra de su consciencia porque ella era “el lugar del seguimiento de Cristo”.
¿Cómo un sencillo campesino sin estudios llegó a tal conocimiento? El intercambio epistolar con su esposa muestra su humildad como granjero. Constantemente hablan del trabajo, de sus dificultades pero especialmente de la esperanza que se fortalece en el cariño que se tienen, de la crianza de sus hijas y el apoyo de sus padres, entre otros. La esperanza se apoya, además, en una vida que está llena de rutinas piadosas: de celebraciones eclesiales, de eucaristía frecuente, de oración y el deseo de ser mejores cristianos. Franz va poco a poco desarrollando su camino de santidad, después que se casa en 1936 y va a Roma de luna de miel. Ambos rezan, leen la Biblia y se apoyan espiritualmente. Aunque las autoridades de la iglesia de Austria apoyó la anexión por parte de Alemania en 1938 y motiva a votar a favor en el referendo sobre el mismo. En su pueblo Franz será el único que vota en contra, sin criticar a la Iglesia pero sin que esta “encadenara su voluntad”. Pero hay otra causa de su consciencia bien formada: tuvo la oportunidad de estar en contacto con la biblioteca de su abuelastro cuando era joven, y desde ese momento le quedará el hábito de la lectura y el ser autodidacta.
La película de Malick termina con un pensamiento que da respuesta a la duda sobre el significado y peso del martirio de Franz, tomado de George Elliot (la escritora victoriana Mary Ann Evans): “porque el bien creciente del mundo depende en parte de actos ahistóricos; y que las cosas no sean tan malas para ti y para mí como podrían haber sido, se debe en parte a la cantidad de personas que vivieron fielmente una vida oculta y descansan en tumbas no visitadas”. Gandalf lo dice con otras palabras en la adaptación cinematográfica de El Hobbit: «Son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente, los actos sencillos de amor los que mantienen a raya la oscuridad». Así comprendemos por qué el alma del pueblo alemán pudo resucitar después del horror del Holocausto y la Segunda Guerra Mundial.
El 11 de agosto de 1943 Adolf Hitler ordena construir la línea defensiva “Panther Wotan” en el Frente Oriental que iba desde el Báltico pasando por el río Dnieper hasta el Mar Negro. Si a ello se suma el “Muro Atlántico” que había comenzado a construir el año anterior, este era el reconocimiento de la incapacidad de su “imperio” para generar ofensivas y por tanto debía desarrollar una guerra defensiva (líneas de trincheras y fortalezas) que desgasten a sus enemigos tal como ocurrió en la Primera Guerra Mundial. Y en lo interno, no solo era la explotación al máximo de todos sus recursos materiales y humanos (esclavizando a todos sus habitantes), sino el impedir cualquier posibilidad de resistencia, como el caso de Jagerstatter, por medio de la tortura y la muerte. La otra esperanza de Hitler era que esto le daría tiempo para que sus “armas secretas” hicieran la diferencia en la guerra. Los Aliados conocían el peligro de esta posibilidad y decidieron destruir los centros de investigación y producción de las mismas, el cual será nuestro tema de la próxima semana.