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Francisco se nos quedó corto

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Foto AFP

La recién formulada encíclica papal Fratelli Tutti, publicada el pasado fin de semana, ha generado profusa atención por parte de la prensa mundial y algo de conmoción dentro de la feligresía de la Iglesia Católica. Sin duda el documento de Francisco es un gesto innovador, empapado de un enfoque social liviano y con un inusual sentido de lo político. La esencia de su mensaje radica en que Francisco le asigna a la hermandad entre los pueblos y al acercamiento social un rol significativo en el combate de las guerras en la búsqueda de una solución a las pandemias –pero va más allá– en la resolución de los grandes escollos que encara el mundo de hoy.

La encíclica pontificia se refiere a un batiburrillo de temas que, más que nada, reflejan una postura crítica frente a múltiples distorsiones sociales con las que la humanidad vive consustanciada en la época contemporánea. Es una verdadera ensalada de temas como la manipulación colectiva que lleva a la deformación de la democracia de la libertad o de la justicia; la pérdida del sentido de la historia; el egoísmo y la falta de interés por el bien común; la prevalencia de una lógica de mercado basada en el lucro, el desempleo, el racismo, la pobreza; la desigualdad de derechos y sus aberraciones. Y unos cuantos más. Es un alambicado ejercicio de diagnóstico de los grandes males universales sin que asome más soluciones que grandes postulados de hermandad y de entendimiento entre los hombres.

Llama la atención –eso sí– el posicionamiento tan tajante como inesperado que asume la máxima autoridad de la Iglesia Católica sobre el populismo y el mercado y la utilidad de ambos a los fines de la disminución de las desigualdades. Pero es necesario precisar que estos elementos no son necesariamente lo más destacado de los dogmas papales expresados en esta tercera encíclica, aunque sí puedan ser los más llamativos para los representantes de las tendencias neoliberales.

De todo su contenido es protuberante –en la opinión de esta articulista– la atención especial que el prelado dedica al rol de la prensa y de los medios sociales dentro de la pérdida del sentido de hermandad, que es la característica esencial de nuestros tiempos. Este asunto, o bien está pasando inadvertido o bien está deliberadamente siendo minimizado en importancia. A propósito del tratamiento público de la realidad, dice Francisco que “hay que acostumbrarse a desenmascarar las diversas maneras de manoseo, desfiguración y ocultamiento de la verdad en los ámbitos públicos y privados. Lo que llamamos ‘verdad’ no es solo la difusión de hechos que realiza el periodismo. Es ante todo la búsqueda de los fundamentos más sólidos que están detrás de nuestras opciones y también de nuestras leyes”.

Los medios de comunicación reciben así una buena dosis de la crítica papal como promotores y responsables de la desinformación y, por su lado, las plataformas digitales son objeto de un varapalo papal notorio, por ser ellas los instrumentos que alimentan “la descalificación continua como forma básica de actuación, aunque se le disfrace tras la defensa de algunos valores”. Lapidario todo, pero hueco en su esencia.

En definitiva, este ejercicio del representante de Pedro de establecer un norte para la humanidad no es demasiado feliz. Es un popurrí desordenado de temas nada deleznables –eso sí–, pero ante los cuales hubiera sido necesario mucho más de pensamiento analítico y, sobre todo, de propuestas.

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