He escrito varios artículos sobre figuras sobresalientes de los distintos géneros literarios del Siglo de Oro español y he dejado de lado algunos escritores que merecerían dedicarles algunas líneas. Esto no responde a que sean menos o más conocidos, fue simplemente una escogencia personal. Hoy escribiré sobre don Francisco de Quevedo, uno de los grandes de la literatura de ese siglo; personaje lleno de características muy peculiares, multifacético y altamente discutido. Ángel Valbuena Prat, en su «Historia de la literatura española», dice que, si se necesitara un término para definir a Quevedo, él diría que lo más apropiado es calificarlo como el escritor de los contrastes. Ciertamente, la producción de Quevedo es muy contrastante; crea obras históricas, obras moralistas y también satíricas. A la vez, escribe poesía, como también produce los relatos de vidas ejemplares. De tal manera que, cuando se unen todos los géneros que él cultivó, puede decirse que esta variedad de creación se debe al gran ingenio que tenía Quevedo.
Don Francisco de Quevedo y Villegas nació en Madrid en septiembre de 1580. Su padre, Pedro Gómez de Quevedo, fue secretario de la Princesa María, hija de Carlos V y esposa del Emperador Maximiliano II; su madre, María de Santibáñez, fue dama de la reina. Quevedo perdió pronto a su padre en 1586 y su madre entró entonces al servicio de la Infanta Isabel Clara Eugenia. Este ambiente, propiciado por las relaciones de sus padres, le dio a Quevedo el contacto con la esfera política y cortesana.
Al igual que otros de los escritores sobre quienes he escrito, estudió con los jesuitas en Madrid; su aprendizaje de las lenguas clásicas, así como de la filosofía los realizó en la Universidad de Alcalá; años más tarde, se inscribió en teología, aunque se cuenta que por un problema muy poco conocido dejó Alcalá y fue a Valladolid, ciudad de asiento de las cortes, donde prosiguió su instrucción teológica y con el conocimiento de los Santos Padres. Entró a trabajar en Palacio y ello le permitió que se le comenzase a conocer como poeta. En 1605, aparece publicada la primera antología de la literatura española, «Flores de poetas ilustres de España», del poeta y antologista don Pedro Espinosa. En este florilegio, Espinosa publicó, además de escritos de su autoría y de su medio andaluz más cercano, las composiciones de distintos literatos de prestigiosa fama, entre quienes se cuentan Vicente Espinel, Lope de Vega, Francisco de Quevedo, Argensola, y, en especial, Luis de Góngora, legítimo agasajado de la antología. En esta publicación,hay 18 composiciones de Quevedo, entre ellas su célebre letrilla satírica «Poderoso Caballero es don dinero»: «Más valen en cualquier tierra, / (Mirad si es harto sagaz) / Sus escudos en la paz / Que rodelas en la guerra. / Y pues al pobre le entierra / Y hace propio al forastero, / Poderoso Caballero / Es don Dinero».
Dice Valbuena Prat que escribir sobre la vida de Quevedo es muy difícil puesto que, desde su perspectiva, su vida está teñida de tragedia, amargura y desengaños. No todos los analistas ven así a Quevedo. Fue un figura que personificó de manera excelsa el corazón del estilo barroco; reunía en sí mismo todos esos sentimientos calificados como incompatibles y excesivos, inherentes al Siglo de Oro. Una mente contradictoria como ninguna, pugnaz a más decir; en él se unen lo chabacano con lo excelso; su capacidad de creación literaria es imposible describirla en una sola palabra.
En 1606, cuando Felipe III traslada la corte de Valladolid a Madrid, Quevedo vuelve a la ciudad de mano del duque de Osuna, quien será su protector. En 1613, viajó a Italia, respondiendo a un llamado del duque de Osuna, quien para esos momentos era el virrey de los reinos de Nápoles y Sicilia. Este viaje y su posible participación en la Conjura de Venecia han sido muy discutidos por sus biógrafos, pues hay contradicciones en las fechas de su permanencia en Italia durante dicha conspiración.
En una de las distintas biografías que he consultado, se dice que «según el primer biógrafo de Quevedo, Pablo Antonio de Tarsia, «el escritor español fue a Venecia acompañado de un francés, Jacques Pierre, «y otro caballero español […] a hacer una diligencia de gran riesgo». Allí le sorprendió la Conjuración y el poeta «tuvo la dicha de poderse retirar sin daño de su persona; en hábito de pobre, todo andrajoso, se escapó de dos hombres que le siguieron para matarle». Esta participación en el levantamiento fue negada por Quevedo, cuando fue llamado a testificar en el Consejo de Estado en Madrid. Es uno de esos episodios de la vida del gran escritor que ha suscitado opiniones contrarias. Lo cierto es que, a la caída en desgracia del duque de Osuna, Quevedo también se ve afectado y fue desterrado a la Torre de Juan Abad, Ciudad Real.
Cuando Felipe IV accede al trono en 1621, el conde-duque de Olivares, empieza a ejercer un gran poder de tal envergadura, que en 1622 llega ser una suerte de ministro del rey con plenos poderes; apadrinado por este, Quevedo vuelve a la escena política palaciega. Sin embargo, protagoniza de nuevo sucesos que hacen tambalear su posición, tal es el caso de su pugna en contra de la posibilidad de elección para el patronazgo de España de Santa Teresa, ya que Quevedo defendía el patronazgo de Santiago Apóstol. El conde-duque de Olivares le había sugerido tener prudencia en este caso, pero él desoyó esos consejos, trayéndole como consecuencia otro exilio, en 1628, en el convento de San Marcos de León.
No tardó en volver a sus ocupaciones palaciegas y en 1634 contrajo matrimonio con una dama viuda, Esperanza de Mendoza, muy allegada a la esposa del conde-duque. Este, años más tarde, empezó a tener problemas en su entono, y Olivares comenzó a desconfiar del escritor; por ello, Quevedo fue objeto de acusaciones que le condujeron a prisión en el convento de san Marcos, desde 1639 hasta 1643. Al quedar en libertad, optó por retirarse a Torre de Juan Abad, donde falleció en 1645.
Como señalé en líneas precedentes, Quevedo se dedicó a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez que importantes poemas en los que expuso su estilo propio del Barroco.
En toda su creación literaria, Quevedo imprime ese sello personal reflejado, más allá de la originalidad temática, en el extraordinario manejo de la lengua castellana. Se cataloga como el pináculo del Conceptismo; amante del uso conciso del lenguaje; dominó la elipsis, figura retórica que se fundamenta en la omisión espontánea de ciertos elementos de la oración que se pueden entender sin hacerlos explícitos.
Se han escrito ríos de tinta sobre la rivalidad entre Quevedo y Luis de Góngora. Ambos escribieron sonetos donde hay ataques entre ellos, a veces muy ofensivos. Suele citarse el célebre soneto de Quevedo «Érase un hombre a una nariz pegado / érase una nariz superlativa, / érase una nariz sayón y escriba, / érase un peje espada muy barbado (…)».
Esta disputa entre estos dos monumentos literarios suele explicarse como dos maneras distintas de hacer poesía: 1. la complejidad en la aplicación de los conceptos (fruto del ingenio); 2. la dificultad tanto retórica como de estilo (fruto de una amplia cultura clásica).
Quevedo atribuía la complicación de Góngora a un uso abusivo del léxico; esta concepción de Quevedo se ve con nitidez en el soneto: «Aguja de navegar cultos con la receta para hacer «Soledades» en un día, y es probada». ¿Quién no ha recitado o leído en algún momento «Miré los muros de la patria mía, /si un tiempo fuertes ya desmoronados /de la carrera de la edad cansados /por quien caduca ya su valentía (…)».
En prosa, la obra de Francisco de Quevedo es también diversa y amplia. Se considera de incalculable valor «La cuna y la sepultura» (1634), una obra de carácter moral, que posee una indudable influencia de Séneca.
La novela picaresca «Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos» es una obra aguda y de gran mordacidad, perfecta en su estilo. Se trata de una fábula que versa sobre los problemas de la identidad social
Cierro este artículo recordando a Jorge L. Borges, quien decía «Francisco de Quevedo es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura».
@yorisvillasana