Después de 14 años viviendo en Francia, reflexiono en voz alta sobre lo que sucede en este agraciado país. Desde hace varios días arden las ciudades francesas en medio de una explosión de violencia en respuesta a la desafortunada muerte de un menor delincuente por un policía al arremeter contra un control vial a bordo de un auto robado. Este fue el pretexto del llamamiento a la destrucción, al saqueo y al incendio de bienes públicos y privados en las principales ciudades del país. Hasta hoy (04.07.2023), la violencia ha dejado 3.200 detenidos, más de 700 policías heridos en enfrentamientos y emboscadas, 5.000 vehículos en llamas y cerca de 1.000 edificios y establecimientos comerciales saqueados o incendiados, incluida la valiosa biblioteca de Marsella. Cerca de 200 alcaldes sufrieron amenazas y ataques. Según las primeras estimaciones (cifras del MEDEF), las pérdidas ascienden a 1.000 millones de euros. Lo más chocante es constatar que los vándalos (30% menores de edad) provienen de familias de origen magrebí o africanas que son mantenidas por el Estado. Aparte del daño ocasionado a la imagen del país, su efecto en una economía agobiada por una deuda colosal será terrible, 25% de las reservas turísticas han sido canceladas y los Juegos Olímpicos de 2024 ofrecen dudas a sus promotores. A todo esto, se suma la ambigüedad del gobierno, de los dirigentes de los partidos, las erradas premisas del multiculturalismo y la falta de coraje político para enfrentar 40 años de inmigración salvaje promovida por líderes populistas que al final de cuentas se han prestado a los perversos intereses ideológicos de la izquierda aliada con el islamismo radical que apuestan al caos y destrucción de Francia y al derrumbe de Europa.
Los ataques con armas automáticas a la policía y las dantescas imágenes de incendios contra edificios públicos, locales comerciales y residenciales, todo esto combinado con atentados puntuales contra alcaldías que están ocurriendo desde hace varios días, no dejan ninguna duda que han sido estratégicamente orquestados en la mayoría de las ciudades y villas del país. Esto nos hace temer del reinicio de la «yihad» en Francia, país que en los últimos años ha sido el blanco de cruentos atentados terroristas.
En la esfera política francesa, una liga de intelectuales, políticos y magistrados judiciales, utilizando en forma difusa las banderas del multiculturalismo, el tercermundismo y el antiimperialismo, así como el de un humanismo mal entendido, nadan en esa turbia marea antidemocrática y antioccidental orquestada por movimientos fundamentalistas islámicos. Algunos promotores del tercermundismo llegan a traicionar sus propios valores alimentando todo aquello que atente contra Occidente y hasta contra su propio país, aliándose con organizaciones terroristas y mafias de delincuentes que controlan barrios enteros en ciudades de Francia.
Pierre Vermeren, historiador de la descolonización de Argelia, escribe sobre la “política del avestruz” de los dirigentes franceses: “El caso francés, después de los atentados de Mehra en marzo de 2012, ilustra la exitosa estrategia de los terroristas: islamización y conversión, radicalización religiosa previa al paso a la acción, banalización del crimen y del horror, frivolidad de la élites mediáticas y de los notables, compasión y cultura de la excusa de parte de sociólogos mediatizados, cobardía de la élites políticas”. (Face au terrorisme, il faut arrêter la politique de l’autruche, Le Figaro, 20.08.2017).
La temeraria relación con el islamismo tiene eco en los medios de comunicación, la mayoría bajo control de la izquierda. Los que no piensen como los extremistas de izquierda son unos «fascistas», «ultraderechistas», «racistas», «islamofóbicos». Para Pascal Bruckner, “Un pensamiento de izquierda, huérfano de ideales, ha encontrado en el islam un substituto a la idea del ‘proletariado’ y un ‘modelo revolucionario’. Pero, además, el carácter antioccidental del islam les procura el aura de una religión del Tercer Mundo”. (Pascal Bruckner, Un racisme imaginaire, 2017).
Desde hace más de 20 años se vienen produciendo alertas sobre lo que Zemmour denominó “El suicidio francés” (Éric Zemmour, 2014), la actitud de “autoflagelación” (Michel Houellbecq dixit) y de masoquismo político en relación con el Tercer Mundo, como bien lo define Bruckner: “Un Tercer Mundo espontáneo, sentimental, inocente y justo; un Occidente rapaz, materialista y cruel; sobre esa antítesis primaria y ambivalente la izquierda europea ha construido una corriente de pensamiento que se ha convertido en una ortopedia de la conciencia. Viven y proyectan una culpabilidad que hace de sus seguidores unos militantes de la expiación”. (Pascal Bruckner, Le Sanglot de l’homme blanc. Tiers-Monde, culpabilité, haine de soi, 2002).
La proclamación de fronteras abiertas con la idea de crear una comunidad multicultural mermando la identidad y valores tradicionales de las naciones que integran la Unión Europea, ha promovido una inmigración salvaje, imposible de asimilar a las costumbres y valores del país que los acoge. A pesar de brindarles toda suerte de beneficios económicos y sociales, éstos responden con odio y violencia (la mayoría de los actos terroristas son cometidos por descendientes de magrebíes que disfrutan de la seguridad social francesa). Por otra parte, al igual que los medios de comunicación, el sistema judicial está en manos de jueces de izquierda, de allí el laxismo en relación con terroristas y delincuentes que debido a su prontuario deberían estar en la cárcel, pero como lo demuestran los hechos están libres y reinciden en sus delitos o se pliegan a organizaciones terroristas para cometer actos atroces.
En Francia proliferan los idiotas útiles transformados en colaboracionistas del islamismo radical, incluyendo a sus dirigentes que continúan alimentando el buenismo y la política del avestruz. Esta escalada de vandalismo contra el patrimonio público y privado no es espontánea, obedece a una estrategia contra las sociedades democráticas occidentales nacida de la unión de las organizaciones de extrema izquierda internacional orquestadas en unión con el islam integrista y el lumpen delincuente. Francia y su inapreciable historia política, social y cultural está viviendo el crepúsculo de su grandeza y valores, para evitarlo debe sacudirse del chantaje histórico al que la tiene sometida la izquierda que, cuando no logra imponer sus ideas y mantener sus privilegios, amenaza con hacer colapsar al país. En relación con UE, ésta tiene que cambiar de rumbo radicalmente, reinventarse antes que ocurra su desintegración y con ésta el descalabro definitivo de la cultura occidental.