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Francia entre la incertidumbre y la esperanza

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Ilustración: Juan Diego Avendaño

Emmanuel Macron, extrañamente sorprendido por los resultados de las elecciones del Parlamento Europeo (que anunciaban todos los sondeos), convocó elecciones legislativas anticipadas. Jugó el destino de su gobierno y del sistema político. En la Asamblea Nacional, la coalición que lo apoya (ahora “Ensemble”), gozaba de una mayoría relativa. Así, podía (con dificultades) dirigir el país. Argumentó que el pueblo debía “clarificar” su voluntad. Con gran participación (2/3 de los electores) se eligió una nueva integración: ningún grupo (“bloque”) obtuvo mayoría. Se inicia, pues, un período de incertidumbre, situación que se trató de evitar al crearse las instituciones constitucionales vigentes (1958).

Charles de Gaulle, quien dio a Francia su lugar (entre los vencedores de la II Guerra Mundial), consideraba que el “desastre” de 1940 fue consecuencia de la debilidad del régimen (parlamentario multipartidista) de la III República (1875-1940). Por eso, desde la Liberación propuso una reforma institucional, cuyas bases (para un gobierno estable y fuerte) precisó en el discurso de Bayeux (16.6.1946). Pudo realizarla cuando ante grave crisis fue llamado a conducir al país (1958). Fundó entonces un sistema que tiene como “piedra clave”, órgano de dirección por sobre querellas y partidos, al presidente de la República. Le corresponde velar por el respeto a la constitución y los tratados, asegurar la permanencia del estado y el funcionamiento de los poderes públicos, garantizar la independencia y la integridad territorial. Nombra el primer ministro y preside el consejo de ministros, convoca a referéndum y negocia los tratados. Es jefe de las Fuerzas Armadas.

La V República ha evolucionado. En realidad, se ha mantenido – ya dura casi 66 años – porque se ha modificado (reformas constitucionales o legales, interpretaciones doctrinales o jurisprudenciales, prácticas políticas) para adaptarse a las exigencias del tiempo. Es diferente a la de De Gaulle o François Mitterrand, sus grandes referencias. Entre las innovaciones más significativas están la teoría de los dominios reservados (relaciones exteriores, fuerzas armadas) y la aceptación de la cohabitación (coexistencia de fuerzas políticas distintas en la dirección del estado). Para tratar de evitarla en 2002, cuando se redujo el período presidencial, se dispuso que su inicio coincidiera con el de la Asamblea Nacional, para que en este organismo el jefe del estado contara con  apoyo de la mayoría. En verdad, tras la reforma de 1962 (elección popular del mandatario) se estableció un régimen parlamentario dirigido, con un gobierno orientado por el programa del presidente, adoptado por la Nación.

La democracia supone el gobierno de todo el pueblo (no de una parte): los unos (la mayoría) participan en la dirección y administración de los asuntos públicos (gobierno); a los otros (oposición) corresponde señalar errores y formular proposiciones y, especialmente, constituir alternativa real de poder. Pero, también exige libertad, porque sin ese derecho no existe posibilidad de verdadera escogencia (que no se ejerce sólo para elegir representantes). Distintas formas (o regímenes) son posibles. De todas, la que asegura mejor y en forma permanente tomar en cuenta la voluntad popular es el parlamentario. Siempre el gobierno ha de contar con el respaldo de la mayoría en el órgano de representación popular. Debe decirse que más que resultado de una construcción doctrinal, se trata de un régimen conformado por circunstancias históricas (en Inglaterra y en la República de los Siete Países Bajos Unidos), a mediados del siglo XVII.

Las instituciones constitucionales francesas responden a dos fuentes: la tesis de la soberanía popular que proclamó la Revolución y reclamaron los republicanos en 1870 (“Ningún cuerpo ni ningún individuo pueden ejercer autoridad alguna que no emane expresamente de ella”); y la necesidad expuesta por De Gaulle -hoy apremiante- de un poder fuerte para realizar los fines estatales (“Los poderes públicos, de hecho y en derecho, sólo son válidos cuando concuerdan con los intereses superiores del país”). Atendiendo tales principios, debe constituirse un gobierno de coalición, con mayoría parlamentaria, que asegure la estabilidad para enfrentar los problemas que afectan a la Nación. Tarea difícil (¡no honorífica!) que, según el héroe fundador, toca facilitar al presidente, de elección directa y colocado “por encima del parlamento”, quien ha de actuar “por sobre todo sentimiento de partido o clase” para superar divisiones y querellas. Pero, ahora ¿no fue él quien provocó este verdadero “enredo”?

Charles de Gaulle pretendió ser un guía de la Nación. Y llegó a serlo no sólo durante la segunda guerra mundial sino después para señalar caminos (no siempre seguidos). En 1958 sustituyó el sistema político establecido 83 años antes (1875) por uno que le garantizara el funcionamiento de un poder fuerte, capaz de responder a las exigencias de los nuevos tiempos. Sus sucesores inmediatos (G. Pompidou, V. Giscard d´Estaing, F. Mitterrand y J. Chirac) lo mantuvieron (aunque con modificaciones). Pero, a partir de 2007 pareció que aquella creación requería adaptarse a una sociedad en transformación. Para realizar esa tarea se eligió (en 2017) a Emmanuel Macron.  Distintas circunstancias – y tal vez la pérdida de interés – lo impidieron. Al mismo tiempo, comenzaron a manifestarse signos de descontento social. Problemas viejos y nuevos en distintas áreas (educación, salud, seguridad, inmigración, salarios, costo de vida) provocaron reclamos por parte de muchos sectores.

La insatisfacción se manifestó con fuerza en las elecciones para el Parlamento Europeo de junio pasado. El RN, en sus inicios partido de extrema derecha, tras una campaña populista, recogió casi 1/3 de los votos. Por su parte, la suma de los diversos grupos de izquierda casi duplicó a los de la coalición presidencial. Tales resultados debieron dar lugar a un análisis sereno de la situación para adoptar las medidas que correspondían. No fue así. El presidente Emmanuel Macron resolvió convocar a nuevas elecciones legislativas, con insospechadas consecuencias. Se sabe ahora que su decisión fue personal e, incluso, contraria a la opinión de los funcionarios de obligatoria consulta.  Todo parece indicar que privó un sentimiento de frustración ante la “incomprensión” popular de su gestión.  En todo el caso, como muchos han señalado, era prudente esperar un tiempo para tomar esa medida que muchos consideran errada y en todo caso inoportuna.

Los resultados tradujeron sorpresas. Los sondeos de opinión no habían previsto algunos aspectos. En la primera vuelta (votos): RN 10,648M (31,15%), NFP 9,042M (28,14%), E 6,820M (21,27%) y LR 2.105M (6,57%). Mostró el avance del RN entre las clases populares y el impulso logrado por la izquierda gracias a la unidad de los partidos. Pero, la mayoría presidencial (Ensemble) obtuvo más de lo esperado. Para cerrar el acceso del RN al poder, los otros dos bloques “acordaron” el desistimiento de candidatos en beneficio del mejor situado. Fue un factor decisivo. Estos fueron los números de la segunda vuelta (votos): RN 10,110M (37,05%), NFP 7,040M (25,81%), E 6,692M (24,53%) y LR 1,474M (5,41%). Pero, el de mayor número de votos consiguió el menor número de diputados (143); y los otros (NFP y E), gracias a sus renuncias mutuas, los mayores grupos parlamentarios (182 y 168, respectivamente). LR se conformó con 45.

A pesar de unas reglas claras (el presidente designa el primer ministro, que debe contar con mayoría parlamentaria para evitar ser censurado por la Asamblea), el país político está paralizado por las ambiciones y la indecisión.  De una parte, algunos grupos (como LFI o los ecologistas) que no tienen posibilidad de aglutinar en torno a si un bloque mayoritario en aquel Cuerpo pretenden dirigir el futuro gobierno. Alegan haber ganado la elección porque obtuvieron el mayor número de diputados, aunque no (y de lejos) la mayoría absoluta. De otra parte, la izquierda republicana (especialmente el PS y la derecha LR cercana al centro de E) no muestran estar en búsqueda de un acuerdo, lo que permitiría conformar un equipo estable. Deja correr los días el presidente Macron, a quien está encomendado asegurar el funcionamiento regular de los poderes públicos. Ningún sector reclama su intervención: su capacidad de maniobra parece disminuida.

Las instituciones están otra vez a prueba. Como cuando se retiró el general de Gaulle en 1969 o cuando ganó la elección presidencial F. Mitterrand en 1981. En ambas ocasiones sirvieron de base para los cambios que imponían nuevas circunstancias. ¿Podrán sustentar la acción de un gobierno que carece de respaldo mayoritario? ¿Qué hacer para asegurar la continuidad del Estado? En hora de tanta gravedad, la vida sigue su curso. Cientos de miles de turistas visitan París. La llama olímpica anda por las calles de la ciudad. Y la caravana de bicicletas del 111º Tour recorre las carreteras de Francia.

X: @JesusRondonN  

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