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Francia en el túnel del tiempo

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Jean-Luc Mélenchon

Nadie recordaría hoy esos tres versos, de no haber retenido la curiosidad de Walter Benjamin, quien, no obstante y tal vez por pudor, elude ponerles nombre. Un rastreo paciente nos revela que no son obra de un solo versificador, sino de dos, más bien volcados en el género satírico. Auguste Barthélemy y Joseph Méry habían participado en los disturbios parisinos del año 1830. De ellos trata su más notoria obra común en verso: L’insurrection («La insurrección»). Y, en ella, los tres versos que Benjamin, no sin tangible ironía, regala a la posteridad:

«¡Cómo creerlo! Se dice que, airados contra la hora,

los nuevos Josué, al pie de cada torre,

disparaban a los relojes para detener el día».

Y, de los pésimos pareados, extrae el filósofo berlinés una bella meditación sobre el anhelo salvífico de detener el tiempo: postulado poético, mesiánico, revolucionario, que se cifra en el ansia de «no renunciar al concepto de un presente que no sea transición, de un presente en el que el tiempo esté en equilibrio e incluso llegue a detenerse». Es el «tiempo que no pasa», sobre el cual ejerce su virtuosismo poético el Louis Aragon de «Habitaciones», el tiempo cuyo suspendido vuelo invoca Lamartine, el tiempo fuera del tiempo, en el que habitan los amantes y los revolucionarios. También, el de las contadas metáforas que enumera el glacial Borges: «sólo perduran en el tiempo las cosas / que no fueron del tiempo».

Me ha vuelto, con inhóspito desasosiego, esa metáfora del tiempo suspendido en los relojes a los cuales fusilan mesiánicos insurrectos, hace un par de días, cuando en la prensa francesa me enteré de la denominación con la que Mélanchon ha inscrito allí su alianza para la inmediatas elecciones parlamentarias que siguen al batacazo europeo: «Nuevo Frente Popular». Los primeros carteles publicitarios que veo en la red atenúan la tipografía de «Nuevo». Y hacen bien: la apuesta es «Frente Popular». En lo épico, en lo legendario, en todo cuanto anhela revertir el antipático presente hacia un pasado revestido de mito: reino luminoso de la metáfora, en suma.

Pero enseña Roman Jakobson que «la metáfora para la poesía y la metonimia para la prosa constituyen la línea de menor resistencia». Violado ese postulado lingüístico, revestida la prosa en el oropel abusivo de las metáforas, sólo queda mala literatura. Peor, cuando la prosa es programa político: entonces, lo que queda es un sendero abierto a todo derrumbe. Buscar la inspiración del año 1934 como motor teológico en la Europa de 2024 –¡90 años después, cielo santo!– es hablar sólo de una desesperación: la que se abre tras haber perdido cuantos lazos fijaban red continua entre realidad y postulados éticos; la angustiosa percepción de estar flotando en un espacio sin acotaciones ni sentido, del cual se ignora todo.

Eugen Fried dio forma en 1934 a la expresión «Frente Popular», que la Komintern se apropiará por voz de Dimitrov. No es, en aquel momento, una metáfora. Es la imposición que sigue a una derrota: la de la precedente consigna «Clase contra Clase», que en Francia había llevado al desastroso febrero insurreccional de 1934. En abril, Dimitrov impone el giro «frentista», que hasta aquel día había sido proclamado por los partidos de la Komintern como un «claudicacionismo» ante la socialdemocracia. Hitler se ha hecho con el poder en Alemania, Mussolini impera sobre Italia, Stalin en Moscú busca ganar tiempo y acumular fuerzas: la guerra se anuncia en cada recodo de Europa. Es hora de replegarse ante lo que se atisba como una verosímil catástrofe.

El Frente Popular fue, en 1934, la consecuencia causal de una red determinativa inexorable. Y la guerra, en efecto, llegó y arrasó Europa. El «Nuevo Frente Popular» de Mélenchon y sus heteróclitos acompañantes es una mala metáfora, hija de una ceguera total ante el presente. Metáfora, en lugar de política: tiempos sombríos. Deseemos que se queden en ridículos.

Artículo publicado en el diario El Debate de España

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