“Oh alma mía, no aspires a la vida inmortal pero, agota el campo de lo posible”. Píndaro, citado por Albert Camus en El mito de Sísifo (1942)
Algunas películas de terror, aun en la ficción, realmente, nos han dejado recuerdos intensos. Nosferatu (1979) nos dejó, a los que fuimos a verla, atemorizados y horrorizados. ¿Kinski no será más bien el genuino Drácula que se ha hecho representar otras veces y por buenos y malos guionistas, actores y productores?
De la entrevista con el vampiro, filmación que se remonta a 1976, del mismo género tan versátil y mimético del vampirismo que reunió como pareja a Tom Cruise y a Brad Pitt, entre otros, extraigo la titulación de esta suerte de reverberancia onírica que compartiré, si lo desean ustedes, gentiles lectores.
Para vuestra serenidad les diré que solo relataré experiencias con el covid-19, que trajo a mí, por cierto, una suerte compleja de regresiones, sentimientos, emociones, temores y desencuentros paralelos, en medio de algún episodio febril quizá, pero, ¿vuelven a mí, como destellos de mi subconsciente?
Septuagenario, diabético, cardiópata, son preexistencias que mis hijos profesionales de la salud me remacharon en tono de sermón a ratos angustioso, para que siguiera las reglas de bioseguridad estrictamente, “…como quiera que te va papá la vida en ello”.
Por meses me monitorearon, vitaminaron y previnieron del distanciamiento social que, confieso, solo seguí parcialmente porque, no siendo adinerado, debía salir a trabajar. Así, pues, con mascarilla en rostro, salía lo menos posible al comienzo, pero luego más regularmente.
El almuerzo en la calle o el cumpleaños del nieto reunió a parte de la familia y percibí que se relajaba el dispositivo, como si la plática con familiares proporcionara inmunidad. Me percaté de la temeridad, pero no me opuse sino que disfruté incluso de esos eventos. Allí pudo prenderse tal vez la mecha de esta vela del infierno…
Amanecí con fiebre, tos, jaqueca y presentí que no se trataba de una gripe cualquiera, pero me mantuve activo y recorrí mis andanzas sin encontrar en el tour nada que me indicara que podría estar por iniciarse unas vivencias cruciales.
La noche fue taimada, sin conciliar el sueño, sobresaltada y comencé a ingerir los antipiréticos conocidos. La temperatura aumentaba o se mantenía y mi hijo, licenciado en salud pública y terapia cardio respiratoria, anotó que podría ser covid-19, pero en la mañana siguiente llamé al médico y lo puse al tanto.
Me citó a su consultorio y de allí a la emergencia y a los exámenes de hisopo nasal y en sangre. Un rato después, sentado en una poltrona en sala de emergencia insisto, se confirmó la especie. Estaba contagiado y mientras se iniciaban los controles sobrevino lo que menos esperaba. Mis hijas, su madre, el yerno presentaban malestares que insinuaban contaminación de coronavirus. Todos embarcados en la carrera del abrazo con el virus vampiro.
Otros familiares y amigos fueron cayendo también, victimados por el covid-19 y algunos gravemente. Las noticias de los decesos multiplicándose y un temor razonado se instala en la mente y en el espíritu del contagiado. Confieso que me sentí a ratos muy mal, en peligro, vulnerable.
El dolor de cabeza y la dificultad respiratoria nos aquejaron en mayor o menor medida. Como un clavo en el cráneo, indiferente a los analgésicos y antipiréticos. La búsqueda del concentrador de oxígeno y el tropezón con el mercado que no desaprovecha la ocasión para hacer beneficios y especular y así, como una singularidad, vendido a miles o alquilado, por cierto, con múltiples obstáculos a cientos de dólares.
Felizmente apareció un serafín que proveyó porque, para colmo de males, la empresa de seguros suspendió la prestación por falta de pago del instituto al que pertenece la póliza que detento como jubilado y la ponía mas difícil, pero no nos faltó Dios.
En ninguna parte del mundo hay más conocimiento popular y terapias para el covid-19 que acá en Caracas. Todo el mundo dice saber, recomendar, advertir qué debe hacerse. Nada mejor, no obstante, que tener un médico serio, competente, paciente y bien informado, pues el drama se agudiza si los síntomas se hacen apremiantes y atacan al mismo tiempo.
Los médicos y en general el sector salud son los héroes de esta épica, pero los que menos tienen acuden a su imaginación.
Las hierbas, arbustos y botánica en general con diversos preparados, pócimas, brebajes circulan y entretanto, ya no es una ola sino un tsunami el que se desparrama sobre la sociedad, aunque el sector oficial minimice lo que la realidad, que a todos alcanza, muestra, desnuda, mucho mayor a los guarismos del experto infectólogo Maduro o de la enciclopédica Delcy.
En efecto, el sistema sanitario nacional atrasado, empobrecido, carente, tiene no obstante un capital humano notable, pero “no hay cama para tanta gente”. Este virus es perverso. Es una víbora que muerde a todos sin excepción, a ricos y pobres, a jóvenes y menos jóvenes, a los que se cuidan y a los que no. Es implacable, invasivo, insolente y apunta a todos los flancos, gastrointestinal, pulmones, corazón, olfato, gusto y la respiración.
Como creyentes que somos, asumimos el reto del virus con mucha oración y Cristo por delante, la fe, la solidaridad, la empatía de los míos, familiares, vecinos, amigos, colegas, porque a este vampiro se le sobrevive solo de esta manera. ¡Vade retro, covid-19!
Entretanto, la polémica sobre la vacunación solivianta los espíritus, como si hiciera falta todavía más, el versado, el pastor que conduce la gestión pública, Nicolás Maduro y sus sacristanes, discuten y critican los programas de la ONU para atender a los países pobres y suministrar los fármacos y vacunas. En cada caso meten sus uñas sucias y hurgan para hacerse notar.
Guaidó consigue el dinero para hacer lo que debía hacer y no hizo el oficialismo y sus altos dignatarios se permiten escoger las vacunas que a ellos más conviene por una razón u otra. Son ellos los que saben y en todo caso, si no saben, mandan con los militares sosteniéndolos en el desastre. La tragedia se aloja en la malaventura ruin y depravada.
Si el desaliento y la incredulidad sirvieran para algo, me hiciera de los susodichos y con ellos encarara a los malignos, pero son varios concurrentes y el virus no es el peor.
Tal vez lo que nos acabe o postre o abata, sea dejarnos simplemente llevar, por esa corriente caudalosa de inconsistencias y atolondramientos o, peor aún, resignaciones; pero prefiero vivir crítico que morir por hipoxia o aburrimiento en el repetido diagnóstico del inacabable colapso.
Ciertamente, Venezuela navega un fluir extraviado. Como si siguiera el dictado de Rimbaud, asemeja un barco ebrio que se mueve con rumbo azaroso, entre ilusiones, vacilaciones, frustraciones, incertidumbres, fascinaciones que hacen la vida una suerte de pasaje fantasmagórico, transversalmente cruzado por instantes azules y luego tenebrosos, infelices, indignos. Inicia cada día en un sueño de hermosas fantasías para derivar en un choque con los giros de una historia que se queda sin pasado ni memoria y, sobre todo, sobrecogido por la levedad de los intérpretes.
Ante la tentación de la muerte solo queda resistir. Oponer la voluntad fundada en nuestro espíritu que decidimos indoblegable, frente a toda tribulación. ¡La rebeldía que nos salva como entidad nacional, comienza, se sostiene y siempre dirá no a los zafios que se creen eternos!
Venezuela tiene covid-19 y con esa constatación el dolor, las humillaciones, adquieren una definición personalizada, hay una demostración de fragilidad e inhumanidad en variadas formas y con ello evocamos, como en pesadilla de esta hórrida vigilia, los sufrimientos y atrocidades concomitantes de aquella novela de Joseph Conrad, Heart of Darkness, de algún modo digo.
Nos sentimos protagonistas de todas las maldades, actores y destinatarios porque, en el fondo, algunos mueren, muchos sufren, otros vencen la pandemia, pero asolada la nación que somos todos por el virus, ha de permanecer en ella, la profunda convicción de que no dejará de ser. La humanidad debe prevalecer ante el episodio que la compromete. La voluntad de vivir debe acompañar la voluntad de la identidad.
Pasará la tormenta perfecta, si no permitimos que nos arrastre definitivamente, con sus polvos vidriosos o su violenta erosión. ¡Atención!, esa es la base que ha de sostener una estrategia de liberación; somos capaces de seguir siendo, a pesar de esta desgracia, una nación que, con coraje, resiste los afanes de la coyuntura soportando los embates y alguna desfiguración…¡con Dios por supuesto!
@nchittylaroche