Desde hace cuatro años administro la página de Instagram “Hechos Latinoamericanos“. Los temas abarcados van desde las civilizaciones prehispánicas hasta la historia republicana. En publicaciones acerca de la colonia o alguna cultura indígena se ven comentarios que celebran la llegada de los colonos como un quiebre con la barbarie, como el comienzo de la “civilización“. Entre muchos usuarios hay una clara identificación con lo europeo y una demonización de los aborígenes.
Para explorar este tipo de fenómenos discursivos y hegemoniales surgió durante los años setenta un campo de estudio que hoy se conoce como “poscolonialismo“. Si se tuviese que apuntar a una obra fundadora sería el libro Orientalismo de Edward Said, un ensayo en el que el autor explora la creación europea del “Oriente“. Este “Oriente“ es descrito por Said como una práctica discursiva en la que los europeos se definen a si mismos como racionales, lógicos y normales, mientras que los orientales son la contraparte barbárica y primitiva.
Por lo general, el objetivo de los pensadores poscoloniales como Said es analizar la influencia del colonialismo en las dinámicas sociales actuales. Para ello suele tomarse la perspectiva de los territorios colonizados y no de las metrópolis europeas, rompiendo así con la tradición analítica de la teoría social.
El poscolonialismo se nutre de diferentes tradiciones intelectuales, pero hay un pensador que influye más que cualquier otro: Michel Foucault. Los conceptos desarrollados por este francés son herramientas esenciales del pensamiento poscolonial, su vocabulario analítico se convirtió en la base de las obras de Said y sus colegas.
La obra de Foucault es extensa y abarca campos tan diferentes como la historia de la ciencia, la psicología y la teoría social. Sin embargo, en sus libros destaca un interés dominante: el sujeto y la composición de su subjetividad. A Foucault le interesan fenómenos complejísimos como el poder y el conocimiento por su influencia en la creación de subjetividades, por ser ellos quienes definen los modos de percepción del individuo. En el poscolonialismo se toma esta perspectiva para analizar la creación de subjetividades coloniales, así como las estructuras de poder de las que surgieron.
Con frecuencia, la teoría poscolonial hace uso de los conceptos centrales de Foucault: “discurso“, “episteme“, “poder/conocimiento“, “saberes“ y “gubernamentabilidad“, entre otros. Todos ellos buscan analizar al sujeto como un ente socialmente construido, como el producto de una contingencia histórica que surge de dinámicas de poder y prácticas discursivas. Este repertorio analítico intenta entender a partir de qué fuerza los sujetos y su pensamiento se constituyen de una manera particular.
Para Foucault, el conocimiento no es más que aquello que en un momento histórico particular se acepta como verdadero. Esto sucede a partir de prácticas discursivas que se instalan en las mentes de los sujetos, organizando el pensamiento de una manera particular. Estos discursos, que no son más que formas históricamente contingentes de pensar acerca de un tema específico, constituyen al episteme. El episteme es, por lo tanto, el conjunto de las prácticas discursivas de una época, es decir, el vocabulario y la estructura intelectual de dicha época. Se podría describir al episteme como una pecera en la que el sujeto puede moverse libremente, pero con la limitación natural de la pecera.
Dada la naturaleza de este repertorio conceptual se entiende que las pensadoras poscoloniales lo utilicen para analizar la dinámica entre la colonia y la metrópolis, ente el colono y el colonizado. Con él describen cómo un grupo cultural -por ejemplo, los colonos españoles- impuso violentamente nuevos discursos y formas de percepción entre la población indígena. Desde una narrativa eurocéntrica que buscaba “modernizar“ a los bárbaros se justificó la destrucción de las subjetividades locales y su reemplazo con subjetividades europeas.
La producción del conocimiento indígena – ya haya sido el animismo caribe o la astrología azteca- fue reemplazada por la teología cristiana y las ciencias empíricas. La práctica discursiva se europeizó y la tradición aborigen se fue erosionando poco a poco.
De esa dinámica entre el Yo universal y el Otro barbárico surgió un episteme colonial que sigue ejerciendo su influencia hasta el día de hoy. La civilización europea sigue siendo interpretada entre latinoamericanos como “la civilización“, lo demás como barbarie. El cristianismo no es visto como pensamiento mágico institucionalizado, sino como un orden moral y espiritual superior, universal. El pensamiento racial sigue estructurando las relaciones sociales jerárquicamente, tal como hace 500 años.
Va siendo tiempo de que, quizás de la mano de Foucault, descolonizemos nuestro vocabulario y emprendamos el complejísimo proyecto de crear nuevas subjetividades.
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