Heme todavía vivo para compartir la siguiente tribulación e inferencia de un individuo contrito: en el curso de mi existencia y desde mis días de infante, he padecido «depresiones» cuyas causas no siempre he ocultado: tengo muy mala opinión del ser humano presunto [incluyéndome, cierto] y de ahí surgen mis convicciones filosóficas-políticas-culturales. Los sentimientos de repudio hacia ciertos comportamientos e ideas de quienes conformamos la especie «sabia» me desgarran la psiquis a veces y, sin necesariamente sentir estupor, golpean con partículas fantasmales de luz mi alma hiriéndola. Mi Conciencia Universal del Bien (https://albertjure2009.medium.com/) vindica mi ateísmo de ilustrado hombre de letras, envejecido pero lúcido todavía. He creído ser «pacífico» y «almado».
Ese diagnóstico temprano de mi crónica enfermedad no me lo dio un psiquiatra infantil: fui yo. Recuerdo rehusaba jugar con mis hermanos y niños vecinos en las canchas deportivas, próximas a las residencias construidas por https://en.wikipedia.org/wiki/Creole_Petroleum_Corporation donde viví con mis familiares. Me apartaba y elegía interactuar con hormigas, iguanas, serpientes no venenosas, ranas, aves, saltamontes, gusanos, arañas y abejas. Jugué ajedrez hasta la irrupción de la década de los años ochenta del siglo XX. El último tablero que tuve fue fotografiado conmigo por https://www.europapress.es/cultura/exposiciones-00131/noticia-fotografo-vasco-szinetar-trae-primera-vez-espana-cuerpo-exilio-diaspora-sustrae-recuerdos-20240417151938.html para una entrevista que me hizo https://www.revista5w.com/autores/sergio-dahbar que publicaría El Nacional (Caracas, 1982) a propósito de la casi simultánea aparición de tres libros míos: Suicidios, Inmaculado y Lucífugo* cuyo proceso de producción me mantuvo en trance de extrema lucidez, adentrándome hacia lo más profundo de lo telúrico precipitándome una curación homeopática. Años más tarde, redactar una novela como Desahuciados (1990-1995, publicada y presentada en Bellas Artes, Caracas, el año 1998, lugar en el cual disfruté de pláticas con el ensayista R. J. Lovera De Sola).
También desahogué mi fervor intelectual con lecturas, historietas que compraba, escritura clandestina**, el dibujo y música. No era un rechazado o antisocial por ello: muchos niños, algunos norteamericanos, me halagaban y pagaban para que les redactase en libretas escolares cuentos de horror que satisfarían a todas las generaciones ya difuntas, las actuales y por venir. Con esos próceres impresos pude comprar más narraciones ilustradas o comics. Fui un escritor precozmente remunerado.
Temía a tantas cosas de otro mundo y ninguna persona mayor (maestro, pariente, amigo o presbítero) a quien hube interrogado irrefrenable fue apta para dilucidármelas. Debí procurarme las respuestas, convertirme en autodidacto, meditar en compañía de los iluminados: púberes y adolescentes que irrumpían de súbito ante mí e irradiaban «luces imantadas y discursos», entidades [calificadas por mi madre como alucinaciones] que nadie –exceptuándome- percibía. Hablar con esos preclaros seres (¿«imaginarios»?) y un indescriptible «mega-monstruo» que de otras dimensiones cíclicamente regresaban por mí me convertirían en príncipe de legión primero, luego cauto profeta del caos: ¿vidente?
He sido tratado por dos profesionales de la Psiquiatría, muy incisivos, doctos y nada aviesos en la disciplina. Uno de ellos me advirtió «[…] que la depresión es una enfermedad mental común entre novelistas, poetas, artistas plásticos, músicos, cineastas, filósofos, científicos, médicos, militares y políticos […]» Abrió mi mente con el bisturí de su inteligencia para advertirme que todo suicida es homicida en suspenso, tentativa o consumación delictiva.
-«He querido partir, pero igual permanecer sin que lo califiques bipolaridad: en mi hipotálamo está la licencia de ese misterio ocultándose» -le formulé una mañana mientras almorzábamos a Evaristo Valero, durante aquellos aciagos días, cuando ejercía con reciedumbre funciones propias de un director del Doctorado en Psiquiatría del Hospital Universitario Los Andes [HULA].
Detesto el insomnio, sin dudas agavillado con la depresión. Los deicidas pretendemos abatirnos cuando no hallamos quien nos asesine, lo cual es una actitud complaciente y favorable hacia esos también potenciales perpetradores que están tentados y ruegan una oportunidad. Criminales «emboscándonos».
Cada individuo es su propia «deidad», pero finge no saberlo o se aterra sospechándolo y ello lo ofusca e inmoviliza. Luego transfiere ese sentimiento que es «instinto de auto conservación» al discurso enjuto y teologal nacido de la desesperanza. Buscamos fuera de nuestros sentidos lo que es una responsabilidad personalísima e intransferible: procurarnos cuidados y felicidad. Mediante los convenios del «tótem» [la sociedad a la cual pertenecemos] e íntimas prácticas hedonistas.
Estoy inequívocamente persuadido: la depresión no es una enfermedad sino que los «seres humanos presuntos» lo somos crónicos, por causa de nuestra presencia sin sentido en el mundo. Nadie lucirá adusto si infiere cuán importante es ser testigo de guerras, alevosas-premeditadas-adrede pendencias, miseria, devastaciones, inequidades, odios entre castas, razas, pudientes y desafortunados, poderosos y servidumbre.
Los herederos del sempiterno caos que estigmatiza a nuestra especie tenemos sentidos, pero, trágicamente, obramos sin ellos. Si nunca cometeré suicidio se debe a mi comprensión de la Física Cuántica, en cuyo estudio inmergí en el curso de mi precoz maduración cósmica impactado por libros como https://dokumen.pub/paciencia-en-el-azul-del-cielo.html: -«[…] Surgido en el seno de un gran desorden, ha engendrado átomos, moléculas, organismos vegetales y animales hasta llegar al cerebro humano. La vida es la manifestación de esta tendencia de la materia a la organización […]»
NOTAS
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Mi madre solía buscar mis escondites, quería saber mis motivaciones que me impulsaban abominar el mundo: sus inmundicias y atrocidades morales que exaltaban lo perverso o ruin: https://logicaycriticadeldiscurso.wordpress.com/wp-content/uploads/2022/03/tengo-muy-mala-opinion-del-ser-humano-entrevista-a-j.-ure-por-andreina-gomez.pdf (He ahí una de mis respuestas, insertas en el diario El Nacional, Caracas, 1999).
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