OPINIÓN

Física extrema: los Nicolás(es) estelares de la ciencia dura

por Avatar Marcos Peñaloza-Murillo

El 14 de mayo de 1973, la entonces senadora Mercedes Fermín Gómez dio un discurso, en sesión solemne del antiguo Congreso Nacional, en homenaje a Nicolás Copérnico, uno de los personajes gigantes de la ciencia astronómica, con motivo del quinto centenario de su nacimiento. Entre los invitados especiales, citados por la senadora Fermín al inicio de su discurso, se encontraban el viceministro de Relaciones Exteriores de Polonia, así como también su embajador en Caracas, junto al rector de la Universidad Central de Venezuela y estudiantes de geografía de esta casa de estudios superiores, etc. En este discurso, el cual hemos tenido la oportunidad de leer recientemente con atención, la oradora de orden, se refirió a este célebre Nicolás, nacido el 19 de febrero de 1473 en Polonia, como hombre del Renacimiento, ciudadano y hombre público, el astrónomo creador del sistema heliocéntrico, y padre de la revolución copernicana. Autor de la famosa obra De Revolutionibus Orbium Caelestium, publicada en 1543, año de su muerte, este Nicolás polaco pasó a ser una figura estelar de la ciencia con su contribución al entendimiento correcto de la cinemática de los planetas, es decir, a la forma de cómo se mueven en el cielo los astro de nuestro sistema solar.

Inspirado en autores antiguos como Aristarco de Samos, Arquímides de Siracusa, el obispo Nicolás Schönberg (otro Nicolás destacado del renacimiento) y otros, Copérnico le da un contundente «knock out» al obsoleto sistema geocéntrico de Aristóteles y Ptolomeo, y que condujo al famoso juicio contra Galileo por parte del Santo Oficio. Pegando ahora un salto, en el tiempo, del siglo 16 a los siglos 18 y 19, nos encontramos con un Nicolás francés, un gigante de la termodinámica, Nicolás Léonard Sadi Carnot (1796-1832). Licenciado en la Escuela Politécnica, en 1824 publicó su obra maestra: Reflexiones sobre la potencia motriz del fuego y sobre las máquinas adecuadas para desarrollar esta potencia, donde expuso las ideas que darían forma al segundo principio de la termodinámica.

Estos trabajos, poco comprendidos por parte de sus contemporáneos, fueron más tarde conocidos en Alemania por Rudolf Clausius (que fue quien los difundió) y por William Thomson (Lord Kelvin) en el Reino Unido. Como reconocimiento a las aportaciones del primero, el principio de Carnot se rebautizó como principio de Carnot-Clausius. Este principio permite determinar el máximo rendimiento de una máquina térmica en función de las temperaturas de su fuente caliente y de su fuente fría. Cuando Luis XVIII envió a Carnot a Inglaterra para investigar el elevado rendimiento de sus máquinas de vapor, se dio cuenta que la creencia generalizada de elevar la temperatura lo más posible para obtener el vapor mejoraba el funcionamiento de las máquinas. Poco después descubrió una relación entre las temperaturas del foco caliente y frío y el rendimiento de la máquina. Como corolario se obtiene que ninguna máquina real alcanza el rendimiento teórico de Carnot (obtenido siguiendo el ciclo de Carnot), que es el máximo posible para ese intervalo de temperaturas.

Toda máquina que sigue este ciclo de Carnot es conocida como máquina de Carnot. Ubicándonos ahora en los siglos 19 y 20, nos encontramos con un gigante de la electricidad y el magnetismo, Nicolás Tesla (1856-1943), quien fue un inventoringeniero mecánico y electricista, y físico de origen serbio. Se le conoce, sobre todo, por sus numerosas invenciones en el campo del electromagnetismo, desarrolladas a finales del siglo 19 y principios del siglo 20. Las patentes de Tesla y su trabajo teórico formaron las bases de los sistemas modernos de potencia eléctrica por corriente alterna (CA), incluyendo el sistema polifásico de distribución eléctrica y el motor de corriente alterna, que tanto contribuyeron al nacimiento de la segunda revolución industrial. La unidad de medida del campo magnético B del Sistema Internacional de Unidades (también denominado densidad de flujo magnético e inducción magnética), el Tesla, fue llamado así en su honor en la Conférence Générale des Poids et Mesures (París, 1960), como también el Efecto Tesla de transmisión inalámbrica de energía a dispositivos electrónicos (que Tesla demostró a pequeña escala con la lámpara incandescente en 1893) el cual pretendía usar para la transmisión intercontinental de energía a escala industrial en su proyecto inconcluso, la Wardenclyffe Tower (Torre de Wardenclyffe), etc.

Para finalizar y cerrar con broche de oro sobre los Nicolás estelares de la ciencia dura, nos encontramos con un Nicolás gigante venezolano del siglo XXI, Nicolás Maduro, presidente de la «república chavistoide de Venezuela». En declaraciones públicas, durante el acto de juramentación de los candidatos del PSUV a las elecciones de este 6 de diciembre, este Nicolás venezolano (unos dicen que es colombiano) declaró: «Cuando conocí a Chávez no dudé ni un milímetro de segundo para estar a su lado y decirle comandante: Ud mande, que vamos hacia la victoria, etc”.

Según el sitio de Internet La Patilla, «es la nueva genialidad del presidente de la República, quien ni siquiera se atrevió a retroceder, o al menos sonreír, como quien sabe que se ha equivocado de manera natural. No, el primer mandatario siguió firme con su discurso y sabrá Dios si por su cabeza pasaría en algún momento que en el bachillerato nos dejaron muy claro que los segundos no cuentan con milímetros». Pero esto es sólo un enfoque newtoniano de la cuestión, pues con esta acción de Maduro, de mezclar unidades de longitud con unidades de tiempo, nos está mostrando simple y llanamente sus sólidos conocimientos de física relativista y su dominio del espacio-tiempo einsteniano, donde ambas dimensiones se consideran como un todo e equivalentes.

La complejidad de su declaración se ve cuando, en vez de haber dicho eso hubiera declarado «milímetro por segundo» o «milésima de segundo», se hubiera ubicado en el terreno de la Física clásica (Galileo, Newton, etc), pero al decir «milímetro de segundo», Maduro, en una demostración de su alta preparación científica, salta al terreno de la teoría general de la relatividad de Einstein, cosa que él sólo entiende, pero que ni La Patilla entendió ni los chavistas tampoco.

En el haber de este Nicolás venezolano, está su contribución a la Astrofísica venezolana al ser capaz de meter al país en un hueco negro, después de que su antecesor lo hizo explotar como una super-nova, y en donde la inflación y la inseguridad corren a la velocidad de la luz. Por ello, Maduro se constituye en el paladín de la revolución científica «bolivariana», no sólo por ser un presidente que, por primera vez en la historia usa en sus discursos unidades físico-relativistas (que se relacionan con la contracción Fitzgerald-Lorenz), sino que también revolucionan la física có(s)mica. Es lo que el autor del libro Física para Futuros Presidentes (Antoni Bosch, editor; Barcelona, España, 2009; 414 pp.), Richard A. Muller, se ha propuesto con esta obra: tratar de que los presidentes no sean tan ignorantes en materia de Física y no metan la pata. Señor Presidente Maduro, aunque Usted ya no es un presidente con futuro, le pongo a la orden una copia PDF de este libro; dígame como se lo envío y a dónde.

map4@williams.edu