OPINIÓN

Firmar me harás, cumplir jamás

por Ariel Montoya Ariel Montoya

Foto EFE

La  famosa frase negociadora a conveniencia de quien la dice en la política tradicional regional, «firmar me harás, cumplir jamás», dicha aparentemente por el último dinastía Anastasio Somoza Debayle, antes de la entronización del sandinismo en el Poder en 1979, resulta  oportuna traerla a colación ante la actitud del presidente electo de Venezuela, Edmundo González, quien antes de salir al exilio a España firmó un documento en el cual reconocía (bajo presión), el triunfo de Nicolás Maduro en las pasadas elecciones.
La izquierda socialista y corrupta es asombrosamente reproductiva en multiplicar —no los panes ni los peces, salvo para ellos—, sino la complicidad conspirativa, la tergiversación histórica y vivencial y la manipulación a toda costa contra todos aquellos que consideren sus enemigos, pero se vuelven escandalosamente susceptibles y vengativos cuando alguien hace algo contra ellos en defensa propia o de nación. Eso es exactamente lo que ahora ha ocurrido.
El  presidente electo ya instalado en Madrid expuso su verdad, aunque  ésta como su decisión de exiliarse ha sido criticada por muchos, incluyendo a sectores que lo apoyaron y que votaron por él, acusándolo de blandengue y de haber abandonado el barco en plena lucha por la restitución de su cargo constitucional  para asumir la banda presidencial el próximo 9 de enero de 2025, fecha que ya quedará inscrita en los anaqueles de la historia oficial, como el principio del fin del Castro Socialismo tropical, independientemente de lo que venga.
No se trata de hacer una defensa cerrada ni fanatizada  de sus acciones, pero de ponerse en los zapatos de Don Edmundo muchos habrían hecho lo mismo y hasta más. Las condiciones de él, su edad, su discurso político y su propia incursión electoral que no fue  agenda de sus propósitos profesionales ni políticos, lo sitúan como un hombre responsable y decidido a jugarsela por el presente libre de Venezuela, quien expuso el pellejo en la dura contienda electoral junto a Maria Corina Machado y el propio pueblo que, armado de patriotismo y cansado de tanta barbaridad comunista corruptiva, apoyó el diálogo y votó masivamente en las urnas bajo los dominios de la razón, el cansancio y la desesperación.
La otra consideración necesaria en este entreacto post derrota electoral del Madurismo, es el descarado manejo represivo de los operadores de la dictadura, al presionar al presidente electo refugiado en su sede exiliar pidiendo que firme y reconozca el triunfo de sus adversarios. Es evidente que él lo hizo como una medida personal política por salvaguardar su vida y la de su familia, aceptando incluso que también haya sido bajo cierto temor, depresión y ansiedad.
 Pero luego al explicar toda la verdad y contar lo que pasó, y decir públicamente su continuidad en esta batalla cultural, se sobreentiende que tuvo que jugarse hasta la última carta y lograr salir del país, como así ha ocurrido, logrando que toda la Union Europea lo acepte, reconozca y ofrezca su apoyo para instalarlo en el Poder, mientras que a Maduro le crece el descaro y la sinvergüenza actitud del robo del voto popular.
Si de firmas se trata sin cumplir lo estipulado en ellas, los ejemplos darían para crear una infame e inmensa bodega editorial, satírica y perversa. Veamos para muestra un botón, el caso mismo de Hugo Chávez y Nicolás Maduro, estando aún fresca la tinta con la que se firmaron los Acuerdos de Barbados, los que irresponsable e irrespetuosamente han sido violentados por los máximos representantes del régimen venezolano, burlando las negociaciones con Estados Unidos y demostrando aferrarse al poder a toda costa.
Hablando de ejemplos de casos de personas soterradas por la barbarie totalitaria, en  casos como el referido, veamos este otro: Sigmund Freud, el famoso psicoanalista austríaco, frisaba los 80 años y ya estaba enfermo de cáncer, siendo para él absurdo quedarse a esperar que los nazis lo mataran, soltó la ironía a la que recurrió en el documento que luego escribiera en 1939 ya al borde de la muerte, y que los nazis ni siquiera entendieron, «recomendando» las bondades de la Gestapo, creo lo mismo sobre Edmundo. Haberse quedarse en Venezuela habría sido un suicidio.
Humana y políticamente también recordemos lo dicho por el mártir Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, de que «cada quien es dueño de su propio miedo».

El autor es escritor, político y periodista nicaragüense exiliado en Estados Unidos. Columnista internacional.