OPINIÓN

Final de año agridulce para las ciudades

por Jesús Uzcátegui Jesús Uzcátegui

Este 2022 finaliza intentando sacudirnos la tierra de los zapatos, luego de unos años antecedentes que habían sido muy influenciados por la pandemia. Esta, aún no acaba, y seguimos viendo escenas como las de ciudades chinas en donde hay confinamientos, se siguen sumando muertes humanas derivadas y, todo esto con sus respectivas repercusiones en el crecimiento de las urbes, en los elevados costos de la vida, que tiene sus secuelas en los incrementales que han sufrido las obras públicas y por consiguiente, el descenso en la inversión del sector, que incluye a la movilidad y el desarrollo urbano, con muy contadas excepciones en el mundo, y por ende pone en riesgo el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que ha fijado la ONU para 2030, horizonte del que estamos apenas a unos 7 años y unos pocos días.

Concentrándonos más en el ámbito geográfico más cercano, América Latina y el Caribe ha sido una región protagonista en la elaboración y adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, la cual presenta una oportunidad para todos los países en incluir la reducción de las desigualdades como un aspecto fundamental para el desarrollo. El compromiso regional continúa vigente en la implementación de esta Agenda, destacándose acciones tales como la inclusión de los Objetivos de Desarrollo Sostenible en la planificación nacional, la convocatoria de los propios países a espacios regionales de discusión alrededor de los avances y desafíos en la implementación de las acciones, junto con la creación o adecuación de la institucionalidad existente con el propósito de promover la coordinación interinstitucional necesaria para la implementación y logro de los objetivos con sus metas, en las que se han comprometido los gobiernos nacionales, pero que permea a los locales también, por ser la cara directa ante el ciudadano.

Según el documento “Desafíos y estrategias para el desarrollo sostenible en América Latina y el Caribe”, publicado por el grupo de las Naciones Unidas para el desarrollo de América Latina y el Caribe, en 2018, se identificaron los principales desafíos para alcanzar un desarrollo sostenible, entre los que están: “no dejar a nadie atrás”, “los ejes de la inclusión social” (como: la reducción del hambre, el acceso a la educación, a la salud y al empleo), “la protección social” (considerando aspectos como: género, envejecimiento), “violencia y seguridad ciudadana” (con enfoques como: violencia contra la mujer, la niñez, la orientación sexual, crimen organizado, desplazamiento forzado, pueblos indígenas), “medio ambiente” con el tránsito a patrones de consumo y producción sostenible, las ciudades sostenibles –en lo cual haré foco en lo adelante- y la “reducción del riesgo de desastres”.

Los ODS no son más que indicadores y para su construcción se requiere de nuevas capacidades estadísticas acordes con la necesidad de producción de información, que sea desagregada teniendo en cuenta el ingreso; el sexo; la edad; la raza; la etnicidad; la condición migratoria; la discapacidad; la localización geográfica, entre otros aspectos.Es importante tomar en cuenta la necesaria “revolución de los datos” y sistemas de información.

Un gran reto global es que se entienda que los datos son recogidos y gestionados sin la debida sistematicidad, usando diferentes metodologías y herramientas, no homologadas, haciendo muy difícil comparar y analizar las tendencias a nivel regional. Este tipo de asuntos impide un monitoreo eficaz, y va en detrimento de una acción temprana que pueda mejorar el desempeño de las intervenciones. En dicho contexto, es importante apoyar el establecimiento de infraestructuras estadísticas a gran escala, que faciliten las miradas intersectoriales y que, mediante el uso de tecnologías informáticas, permitan el desarrollo de nuevos datos en tiempo real, y aprovechen técnicas que permitan las voces y participación de las poblaciones, hombres y mujeres, no solamente para el levantamiento de información sino para la rendición de cuentas y vigilancia social del avance de los objetivos y metas.

Aquí es necesario poder masificar el saber cuán importante es la planificación urbana, pues esta contribuye a democratizar el bienestar y valorar el impacto que las ciudades tienen en los ecosistemas de los cuales dependen sus insumos. Entonces, las ciudades deben ser lo suficientemente sostenibles para poder garantizar que se revierta la tendencia, de un crecimiento urbano no planificado, que ha generado en la región factores de exclusión social en las ciudades, al tiempo que también ha tenido un alto impacto ambiental traducido en el aumento del riesgo de desastres, la concentración de la contaminación del aire y ruido excesivo, un escaso manejo de aguas residuales que se vinculan con diversos focos de contaminación, y un alto impacto en los recursos hídricos subterráneos en cuanto a demanda y calidad, entre otros.

Por otra parte, la búsqueda de ciudades neutras en carbono, a través de estrategias de mitigación de gases de efecto invernadero en el sector transporte, energía e industria, el aumento de sumideros de carbono con más áreas verdes y el uso de servicios ecológicos para el tratamiento de aguas residuales, la gestión adecuada de residuos y los esfuerzos para cerrar los circuitos de energía y materiales de las ciudades, por ejemplo, han surgido recientemente como una forma de aumentar sinergias entre los espacios construidos y el entorno natural, otro aspecto fundamental vinculado al consumo y producción sostenibles.

La gestión urbana y los patrones de crecimiento de las ciudades pueden ser influenciados para disminuir su impacto ambiental y reducir la vulnerabilidad a diferentes factores de riesgo a los que puede estar expuesta la población. ¿Qué hay que hacer para lograrlo? Por ejemplo, promover ciudades más compactas, accesibles y asequibles, garantizando un transporte público de calidad en comunión con el transporte no motorizado como complemento, entre otras tantas acciones que son alternativas para que la planificación urbana se convierta en la herramienta principal en la promoción de respuestas robustas e integradas a los retos de salud ambiental propios de las urbes.

Actualmente el 54% de la población mundial habita en zonas urbanas, entendiendo que hace menos de un mes, según ONU alcanzamos los 8.000 millones de personas, esta cifra equivale a unos 4.300 millones de habitantes citadinos. En América Latina y el Caribe este porcentaje asciende a 80% de la población, lo que equivale a 530 millones de personas, aproximadamente.

Las zonas urbanas de la región reflejan problemas ambientales agudos y disparidades socioeconómicas. La Organización Mundial de la Salud estima que más de 100 millones de personas en América Latina están expuestas a altos niveles de contaminación del aire que exceden las pautas recomendadas y que, entre otros efectos sobre la salud pública, especialmente en los niños pequeños, causa al menos 35.000 muertes prematuras al año. Solo en 2012, un total de 80.000 muertes fueron atribuidas a contaminación del aire en viviendas, por lo que se estima que esta cifra 10 años después se haya incrementado sustancialmente, aunque en el “stand by” a consecuencia de la pandemia, la mejora de la calidad del aire fue evidenciada en muchos lugares del mundo, pero se perdió muy rápidamente al retomar la “normalidad”.

Más de 50% de los residuos recolectados en los países de renta baja son dispuestos en vertederos inseguros y no controlados. En América Latina y el Caribe, la generación de residuos municipales se estima en 160 millones de toneladas por año, lo que equivale al 12% del total mundial, y se espera que esta cifra se duplique al llegar el año 2025. Los residuos sólidos afectan además a los ríos y mares de la región a un ritmo sin precedentes. Después del Mediterráneo, el Caribe se considera el mar más contaminado del mundo debido a los plásticos.

Otra cara de los retos ambientales y de salud de las urbes lo configura el tema de la movilidad urbana. Con el crecimiento constante de las ciudades, su población pobre se ve obligada a viajar distancias cada vez más grandes para trabajar, estudiar y vivir. Esto sumado a la dependencia del transporte privado, calculado en 250 vehículos por cada 1.000 personas, contribuye a la congestión del tránsito, reducción de la actividad física, contaminación del aire y a la ocurrencia de siniestros viales. Esta última se ha convertido en la problemática más importante de la movilidad en la región, a propósito de que los hechos de tránsitoson la primera causa de muerte en niños de 5 a 14 años y la segunda en jóvenes de 15 a 29 años.

La movilidad y el transporte en las ciudades tiene implicaciones de género, por ejemplo, en la seguridad en el uso del transporte público y en la economía del cuidado. El tener tiempos de recorrido largos implica para madres y padres trabajadores una mayor necesidad de acceso al cuidado infantil de calidad y acorde con sus ingresos. Es necesario contar con transporte y espacios seguros y adecuados para el trabajo de hombres y mujeres, libres de violencia y acordes a sus necesidades de seguridad y salud ocupacional.

Ahora bien, es claro que de todo lo descrito,no se está tomando en serio la mayor parte de los compromisos a los que están obligados los gobiernos nacionales firmantes de la Agenda 2030, y que los gobiernos locales por obviedad, más que por obligación, deben hacer valer respecto lo contempla la nueva agenda urbana. Por ende, sabremos realmente qué se está ejecutando y más allá de eso, si se le está dando real seguimiento a los indicadores ODS. Quizás para responder a eso, lo podemos hacer contrastando perfectamente con las cifras que año tras año se repiten –y empeoran- en cuanto a la insuficiencia de prestación de servicio de transporte público, siniestralidad de tránsito, mala calidad del aire, bajo acceso a los servicios urbanos, entre otros tantos factores, que nos da cuenta de que se le está quedando a deber mucho a los ciudadanos que vivimos en ciudades de este continente, pero en general, del mundo. Nos quedamos entonces con un cierre agridulce al finalizar el año, y esperamos que el siguiente pueda ser un período de mayor concienciación y sobretodo, mejor gestión urbana sostenible.

Espero haberles contribuido,¡hasta la próxima entrega!

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