- Creo que se cierra un ciclo en Venezuela que va de enero de 2014 a enero de 2021. Siete años es mucho, a veces demasiado, en la vida de cada ser humano. Sobre todo, si ese tiempo es de aflicciones; esperanzas que han ido, venido y vuelto a irse; destrucción catastrófica. Es un porcentaje importante de cualquier biografía; pero, en Venezuela, ha sido de asfixia creciente porque la libertad ha sido suprimida, salvo en espacios cada vez más pequeños y violentados, siempre atravesados por escaseces, temores y urgencias.
- Ha sido un período en el cual se ha intentado la salida del régimen de Maduro por todas las vías que cada sector ha propuesto. En unos momentos se impusieron unas; en otros momentos, otras. Las opciones que en la mesa se acogieron fueron diversas y hasta contradictorias: vías electorales –participación y abstención–, las vías insurreccionales civiles y militares, la presión diplomática internacional; y, finalmente, la presión militar internacional, localizada en el Caribe.
- El último gran intento fue el de nombrar a Guaidó como presidente interino, lo que logró un unitario respaldo político nacional, una inmensa aprobación popular y un patrocinio internacional sin precedentes. Todo esto fracasó también; en parte porque una vez que el interinato se asentó a medias, fue interpretado de manera diferente por partidos políticos, cada uno arrastrando la brasa para su sardinita. Unos pensaron que se habían conseguido una batea de chicharrón que les pertenecía por derecho natural, otros le cayeron encima a las empresas y recursos que pasaban bajo control del interinato, otros cuantos se creyeron que de verdad eran gobierno y comenzaron a ejercer sus cargos más o menos simbólicos con despotismo y sectarismo irreconocibles, y en general ese gobierno que solo se basaba en la legitimidad otorgada por los ciudadanos y la comunidad internacional, se creyó el cuento de que le pertenecía a Guaidó y a su partido, lo que lo enterró.
- Con el viaje de Guaidó y el interinato hacia la disolución se llevó en esa torrentera a la Asamblea Nacional que presidía. Su continuidad no es un hecho práctico –el régimen ocupa sus espacios, símbolos y recursos–, no es un hecho político –no hay fuerza social que la respalde, salvo una parte de la opinión pública, la que en general está más ocupada de otros asuntos– y tampoco simbólico –el sectarismo, la ausencia de transparencia y las acusaciones de corrupción al interinato se llevaron en los cachos esa ilusión de una AN representativa.
- Maduro, por su lado, ha presidido con pompa y circunstancia el desastre a lo Nerón. Amarrado dentro de la vestimenta que lo comprime, desde sus alegrías de tirano, ve desde arriba cómo se quema la ciudad que su mentor le confió, ya medio arrasada. Trata de lograr una estabilización en medio del caos y, en cierta medida, lo logra. Por una parte, asumió la miseria ciudadana como algo sobre lo cual no siente responsabilidad alguna porque es culpa del imperio; por otra parte, con la ayuda de sus aliados ha encontrado formas de sobrevivir por los caminos oscuros y tortuosos que le proporcionan cubanos, chinos, rusos, iraníes y turcos; y finalmente, porque la dolarización salvaje permite el doble negocio del lavado de dinero y la creación de islas de la fantasía domésticas, así como es un alivio para centenares de miles que pueden recibir remesas.
- El gran resultado ha sido la creación de un sistema en el cual las piezas se articulan como en un rompecabezas. El país se ha visto obligado a cohabitar. Aclaremos: este es un término usado entre nosotros para enunciar a quienes en el campo de la política han estimado menos costoso convivir con el régimen que derrocarlo; sin embargo, hay que decir que los ciudadanos se han visto obligados a esta coexistencia forzosa; no les gusta Maduro, quieren que el régimen se vaya, le atribuyen sus males, pero la vida cotidiana reclama un arreglo aunque sea temporal con la adversidad. Y ese nivel cero de ciudadanía es lo que permite expresiones de felicidad cuando se puede sacar el pasaporte, la cédula o la licencia; cuando un empresario pasa por el pelotón de fusilamiento de los trámites impuestos por los jerarcas; cuando alguien baja la cabeza con dolor por la humillación y lo hace porque de ello depende su trabajo, su comida o su espejismo de tranquilidad.
- La cohabitación se da también en muchos de los que están en el exterior, sea por no hacer demasiadas olas que afecten a los suyos de adentro; sea porque como funcionarios del interinato o de algo que tenga que ver con la situación política interna, hayan encontrado una zona de confort; o porque los riesgos de la acción política son obviamente menores desde el exterior, aunque pueden comportar harto sufrimiento espiritual y material. Sí, hay sinvergüenzas; pero no todo el que se aviene a la coexistencia es cómplice sino que puede ser víctima por no ver las perspectivas que los líderes no pudieron, quisieron o pudieron construir.
- Una vez que a Guaidó le entregaron todos los implementos para ganar, llegó un momento en que agarró el bate, la pelota y los guantes y arrancó a correr. Jugó solo y perdió. Sin embargo, el problema va más allá. He dicho en otros momentos que no hay ni hubo estrategia compartida a lo largo de estos años; en unos casos hubo divergencias reales y observables; en otros casos, con la apariencia del acuerdo, unos dirigentes madurados con carburo se apropiaron privadamente de lo que pertenecía a la lucha ciudadana y defraudaron.
- Como digo, la cuestión va más allá. Se pensó que los partidos podían dirigir y desarrollar el objetivo propuesto o al menos retóricamente compartido: el desahucio del régimen. Aquí hay un tema de fondo: los partidos están diseñados para actuar en democracia y funcionar para alcanzar el poder por la vía electoral; los partidos son instrumentos políticos, ideológicos y electorales; tiene expresión pública, militancia reconocida, casas de trabajo y eventos regulares. No son instrumentos para derrocar un régimen. En las dictaduras tradicionales todo estaba claro, los partidos estaban disueltos, salvo en algunos casos que se creaban o mantenían aparatos políticos para una que otra farsa electoral; en el caso venezolano, los partidos han sobrevivido (mal, ilegales o al borde la ilegalidad) porque el interés de la corporación criminal es mostrar su rostro falsamente democrático ante el mundo; pero, los partidos no son organizaciones insurreccionales ni pueden serlo.
- El fin de este ciclo ha arrastrado a la Asamblea Nacional, al interinato, a los partidos y a los modos de plantearse la salida del régimen. Hay quienes ven esto y dan un salto atrás: vamos a las elecciones de gobernadores y alcaldes (para obtener algo similar a lo obtenido por los que participaron en las elecciones de Maduro en diciembre pasado); otros no saben qué hacer.
- Este no saber qué hacer es indispensable, conveniente y tal vez promisor punto de partida. Claro que un evento inesperado puede saltar de cualquier rincón y alterar este panorama; pero, si bien lo inesperado es lo más seguro, el reconocimiento del fracaso, el estudio de sus causas, saber el nivel de desconcierto que se vive, pueden ser elementos indispensables para salir del hueco y, luego, volar.
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