Escribir sobre la muerte es, en realidad, escribir sobre la vida. No se trata de lamentar sino de celebrar lo que fue. Se abren los recuerdos como quien abre una caja fuerte con esos momentos que nos hicieron de esta manera. Los guardamos como el mejor tesoro, porque ya borramos aquellos que dolían y lo que duele entonces es tener la certeza de que no habrá nuevos instantes mágicos que marcarán nuestra memoria. El término «fin de raza» se refiere a los últimos de una estirpe, aquellas personas que representan a los últimos mohicanos de algo que irremediablemente está cambiando. En el bus, en la calle o en el metro, cada vez que me topo con alguien que va leyendo un libro pienso que ahí va uno de ellos. Personas que no se rigen por el impacto de la provocación, por la nada absoluta que nos viene a golpe de vídeo o de «reel» en una red social. Son personas que se informan, que buscan el análisis y requieren de un fundamento que les haga entender la realidad de lo que sucede delante. Cuando la vida no dependía de las pantallas, las personas tenían distintas formas de nutrirse intelectualmente. O se leían libros o se escribían. De ese mismo modo, se compraba la prensa porque conseguías una hoja de ruta para entender lo que hacían con nosotros. Esa prensa libre, esa rara avis que es hoy un periódico independiente es el fin de raza de nuestra libertad. Lamento que la gente prefiera seguir siendo más a su manera y menos a la nuestra, a la de todos, pero es lo que tienen los bandos y las bandas. El hampa de los polarizadores y de sus lanceros. Escribir sobre la muerte es, en realidad, escribir sobre la vida. Y por esa razón debemos buscar en el recuerdo algo de dignidad que despierte lo que ahora agoniza. Puede que una de las soluciones sea que el medio conservador investigue su bando con vehemencia, y el progresista haga lo propio, cambiando por completo las reglas del juego y haciendo que las personas comunes busquen en los periódicos contrarios a su ideología lo que de verdad importa. Esa sociedad no sería un fin de raza sino el inicio de otra. Aquellos que van leyendo un libro no serían los últimos mohicanos sino los primeros. Y los escritores y periodistas no serían unos vendealmas sino los buques rompehielos de esta sociedad que vive congelada, entre impacto de teléfono móvil y la polarización de la pancarta mediática. Ese y tú más que nos hace a todos de menos. Ese menos en el que nos estamos convirtiendo a golpe de realidad. Escribir sobre la muerte es, en realidad, escribir sobre la vida. Porque sacamos de dentro lo mejor, buscamos y decoramos con guirnaldas el recuerdo que nos hizo peores, y sabemos tirar la llave que abre la caja de pandora. Pero una sociedad que no lee es una sociedad que vive ya muerta. Que no seamos el fin de una raza. Que así nos quieren y así nos pueden.
Artículo publicado en el diario ABC de España