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Fin de ciclo

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Es fácil determinar que los venezolanos hemos perdido un cuarto de siglo. El experimento chavista es la señal más evidente del rotundo fracaso de un proyecto, que naufragó en un océano de procelosas borrascas; que anunciaba acciones épicas y acabaron convertidas -después de 25 años- en un vulgar piélago, en ventarrón inescrupuloso, sepulturero de la esperanza de varias generaciones.
De una democracia renqueante, con fallas evidentes, pasamos a un régimen cavernario, con parches de populismo derrumbado, acentuando la desigualdad y constituyéndose en un agravio, sin equivalencia moral, instaurando la discriminación masiva de la sociedad, con privilegios groseros para los integrantes del cártel gobernante; han violado la dignidad humana y la coexistencia social.
El diagnóstico del fracaso queda escrito en la historia. Se vislumbran reflejos de libertad e inspiración; surge un nuevo ciclo, porque somos tierra de libertadores.
Tierra de libertadores es disposición a la lucha, para consolidar la voluntad de 90% de los venezolanos, aprendiendo de las lecciones del pasado, cuando los proyectos eran instancias para el engaño, que aterrizaron en pistas fangosas, todo distinto a lo prometido.
Los 25 años venideros, como segunda cuarta parte del siglo XXI, los recibimos con la esperanza bien fundada de construir una democracia representativa, robusta y esplendorosa. Se perfila en un panorama optimista, porque es la sucesión de numerosos triunfos ciudadanos.
El nuevo gobierno propone ideas novedosas de la representatividad, emparentada con un consistente Estado de Derecho, la división de poderes y el fortalecimiento de los mecanismos del principio de soberanía popular.
La base del gobierno representativo es presentada en el nuevo proyecto, en franca evolución a los planteamientos asumidos en el siglo XVIII y sus impulsos en la Revolución francesa, que la dotaron de mayor legitimidad.
Se rescata la vida política, para decantar la legislación del país convertida en signo panfletario, de perfiles ajenos, a una cuyo escudo sea el paradigma de la participación ciudadana.
La importancia de la legislación es imprescindible para garantizar el derecho al voto, sin exclusión alguna, el derecho de los electores a que se respeten los liderazgos escogidos y que su voluntad sea inamovible, como sujeto de sus propios actos.
Montesquieu planteaba la apelación al “sensus commune” para reforzar la capacidad de elegir y evaluar la gestión de sus gobernantes.
La selección libre por medio del sufragio permite escoger a los representantes en las distintas dimensiones del Estado. Hoy tenemos un presidente electo, con alta expresión ciudadana y en los próximos días, la líder asume el llamado de la calle, el respeto a la nueva representación constituida.
 
La calle es la libertad

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