Aristóteles pasó a la historia considerado como el más admirable entre los discípulos de Platón. Se había dedicado al estudio e investigación de la Biología. Durante aproximadamente veinte años asistió a la Escuela Platónica. Luego de la muerte de su maestro (año 347), marchó de Atenas para convertirse en asesor e instructor del príncipe Alejandro de Macedonia.
Más tarde, regresó para fundar lo que trascendió bajo el nombre de Liceo: claustro donde inmortalizaría sus ideas filosóficas. La Política comenzaba ser considerada como una de las nuevas ciencias: «[…] debía ocuparse de las formas de gobierno reales, a la vez que de las ideales, y enseñar el arte de gobernar y organizar estados, cualquiera que fuese su forma, del modo que se desease […]» –afirma George Sabine, en su Historia de la Teoría Política (Fondo de Cultura Económica, Bogotá, Colombia, 1976, p. 77). Es probable que cuanto en aquellos días se definía mecánica política no fuere sino la Retórica, el método de praxis de una disciplina cada vez más compleja y propensa ser malintencionadamente utilizada. En Atenas, los filósofos fueron los primeros políticos profesionales, porque estuvieron más cerca del poder que quienes ejercían actividades no intelectuales, aun cuando vinculadas a los gobiernos. Esos pensadores fueron los primeros en platicar sobre la factibilidad o no de abolir la propiedad privada y la familia [tesis que Platón defendía].
Ellos impulsaban las leyes, eran consultados para la redacción de las normas o eliminar las existentes. Ejercer la retórica lo era de la crítica: de una postura específica o de acontecimientos provocados por los hombres. Aristóteles difería de su maestro en lo relacionado con el Estado Ideal y, frente a ello, formularía, respetuoso, su argumentación personal. Lo hacía con técnicas, lucidez e información científica.
En mi opinión, Retórica es el discernimiento o debate público de las ideas opuestas: morales, filosóficas, políticas o de cualquier otra disciplina del conocimiento humano. En esa etapa iniciática de su práctica y de la investigación, ponderar y ser coherente fueron cruciales y conducirían a un extraordinario pensador [Sócrates] a idear la mayéutica.
En aquellos días, la preponderancia de la retórica influiría [todavía, en diversos aspectos de la vida universitaria e intelectual posmoderna] en el establecimiento de los tribunales del pueblo: organismos mediante los cuales [se asegura] los griegos eliminaron la corrupción judicial. Si meditamos un poco, descubrimos que en los actuales «juicios orales» [ya en tardía práctica en lo que denomino ultimomundano] el talento discursivo de los abogados suele salvar de la pena de muerte a los reos acusados de haber cometido delitos graves.
Los tribunales del pueblo en la Antigüedad eran integrados por numerosas personas, lo que obligaba a los defensores y acusados al afinamiento de sus intervenciones. En pocas palabras, a fortalecer su oratoria. Curiosamente, Platón [pese a su gran reputación filosófica] no pudo evitar que a su amigo Sócrates lo condenasen a muerte bajo la absurda acusación «[…] de haberse ocupado en exceso de la investigación de lo subterráneo y lo celeste, convertir en fuerte el argumento débil y enseñar a otros estas mismas prácticas […]» (Platón: Defensa de Sócrates, Edición de Aguilar, Madrid, España, 1973. P. 21). El filósofo «delincuente» no lograría salvarse tras utilizar la mayéutica con la cual, asombrosamente, deslumbraba e iluminaba las mentes de sus discípulos. Y confundía a sus detractores con elucubraciones que los develaban como los auténticos culpables. Se basaba en la incesante interrogación que, por instantes, lucía inquisición.
@jurescritor