Con la aparición de la dialéctica materialista se vienen reemplazando los valores y principios por los cuales fueron constituidos los Estados modernos. Desde la época de la Ilustración en la que se consolidaron los Estados nacionales, se buscaba limitar el poder todopoderoso que reposaba en el rey del régimen feudal como un órgano que legisla, fiscaliza, administra, vela por la justicia, juzga, además de que es el responsable de la seguridad del pueblo e incluso se adjudica el monopolio de la fe, la salud y por si pareciera poco, de la educación.
Con la entrada de las nuevas corrientes filosóficas, específicamente del liberalismo económico, es cuando se entiende que sobre un órgano no puede recaer el ejercicio de administrar, legislar, fiscalizar, judicializar y ejecutar las infinitas acciones del poder de una nación, ya que se corre el riesgo de una inequívoca tiranía y en el mejor de los casos de un gobierno totalitario.
La filosofía en los últimos dos siglos nuevamente ha tomado un giro desenfrenado a los modelos autoritarios que se pensaban ya trascendidos por la humanidad, lo ha venido haciendo de la manera más pueril, a través de la sustitución de la vida ética y moral de derechos, deberes, leyes y principios por unos valores y signos opuestos a esos contenidos universales.
De manera que la mesa está servida, los agentes de las doctrinas totalitarias saben mejor que nadie, desde siempre, que desnaturalizando el código de leyes y principios universales se lleva a la sociedad a un caos total, que necesite de la puesta en escena de fuerzas políticas por parte del Estado que profesen y prometan instituir orden, a cambio, del sistema de garantías de derechos y libertades naturales, propias de la humanidad.
En consecuencia, los partidarios de las ideas, filosofías y escuelas del Estado todopoderoso, junto con partidos políticos en consonancia con estas ideas, con planes y programas de igualdad, son como aquel refrán que reza: “una cosa es predicar y otra dar el trigo” colmados de la razón, pueden hacer el Estado a los fines del mandatario, donde voluntad, medios, fines, objetivos, principios, valores morales y signos universales son sustituidos por principios y derechos que no son universales; opuestos, incluso a la fe, la libertad (libre albedrío) el espíritu; restringiendo, incluso, derechos civiles, políticos y económicos, a comunidades, familias o castas, tal como sucedía en sociedades primitivas.
Pues bien, en las dificultades de las épocas, se sabe que la educación tiene el poder de transformar o deformar. Por este tiempo se observa cómo las doctrinas del Estatismo vienen deformando la sociedad; valores tan esenciales como la vida, la familia e incluso el amor y la fe, para convertir a las personas en simples piezas útiles a los intereses del Estado totalitario, de manera legal e incluso legítima con el escrutinio de las mayorías adoctrinadas.
Toda esta trama viene socavando los derechos y principios universales de Occidente, dando pie a la configuración de un régimen totalitario de orden mundial; por el hecho de que al estar las naciones gobernadas por un jefe que le reporte directamente a un órgano central, desde donde se desprendan todos los planes y programas a ejecutar, resulte mayor y mejor la efectividad de la gobernanza mundial sobre las naciones.
En otros términos, al ser gobernadas las naciones por un caudillo, dictador, o incluso, presidente bajo un modelo de esquema de república centralizada, resulte más cómodo, mejor y más apetecible, en término económico a la plutocracia mundial; es por eso, que las doctrinas totalitarias, estatistas, durante los últimos dos siglos, vienen tomando fuerza bajo todos los matices de la democracia; por el hecho, que resulta más fácil negociar con un jefe o caudillo de la nación, que ante toda una estructura política, bajo un modelo de república parlamentaria con autonomía de los Estados federales con sus pesos y contra pesos de control del poder.