“Chile: ¿quién podrá olvidarte?
Juan Panadero de España
Te cantará en todas partes”
Rafael Alberti
Los chilenos de toda edad, ideología política y condición social se aprestan a celebrar el acontecimiento más importante de sus vidas: las llamadas Fiestas Patrias, en conmemoración de la declaración de su Independencia como nación, el 18 de septiembre de 1810. El nacimiento de su patria. Las recuerdo desde mi infancia: una ansiedad cuidadosamente cultivada desde las aulas de clases, que iba en aumento día tras día mientras se aproximaba “el Mes de la Patria”. Cultivado desde la más temprana infancia.
Las Fuerzas Armadas –militares, aviadores y marinos- preparaban desde tiempo atrás sus mejores aprestos para lucirlos en un desfile vistoso, gallardo, marcial y dispuesto para permitirles mostrarse en toda su gloria y majestad. Las fachadas de las casas eran renovadas y niñas y niños de las barriadas populares recibían nuevas vestiduras. El “dieciocho” había que celebrarlo de punta en blanco. Con zapatitos nuevos.
Luego de rejuvenecer las viviendas y adquirir las nuevas prendas, venían los preparativos para la celebración. De la que nadie se abstiene. Cuesta transmitirles a los venezolanos un sentimiento del que carecen absolutamente. El amor patrio pertenece a los chilenos desde que nacen hasta que mueren. La admiración y el respeto a sus uniformados están muy por encima de las circunstancias cotidianas. Y la veneración a sus héroes más allá de las concretas circunstancias de sus vidas. Lo comprobé desde el exilio al que nos condenara la dictadura de las Fuerzas Armadas: sin importar en dónde estuviéramos, llegadas las Fiestas Patrias, nos las arreglábamos para seguir el desfile militar por los canales de televisión que lo retransmitiera.
Algo absolutamente inimaginable para quienes sufrimos desde Los Próceres, en Caracas, la vergüenza de tener que soportar el desfile carnavalesco de fuerzas armadas sin ninguna tradición, grandeza ni respeto por su propia autoridad. Viejitos y viejitas mantenidos por el Estado, disfrazados con uniformes militares, cargando armas pesadas que a duras penas arrastran consigo, militares cubanos intentando infundir miedo, oficiales satisfechos y gordinflones cargados de medallas, disfrazados como arbolitos navideños, sin la menor conciencia del ridículo que protagonizan. ¿Cómo habrían de infundir respeto quienes han sido usados como vendedores de verduras y estados mayores enriquecidos gracias a la regalía de poder contrabandear narcóticos y enriquecerse a manos llenas a cambio de su obediencia a los factores castrocomunistas que nos (des)gobiernan?
Lejos los venezolanos de resentir esa falta de patriotismo, que los hace indiferentes a las pérdidas territoriales frente a la voracidad de sus vecinos, más de un dirigente de la izquierda marxista tradicional se me ha mostrado orgulloso de esa indiferencia patriotera: la grandeza nacional se demostraría precisamente en esa indiferencia por los asuntos limítrofes. Una de las más dañinas herencias del “internacionalismo proletario”. Izar una bandera cubana sobre el frontispicio de un cuartel del ejército no sería prueba de sumisión e irrespeto a la propia enseña: sería más bien expresión de nuestra grandeza internacionalista. De proletaria, nada, en un país que carece del más elemental desarrollo industrial.
Lejos los tiempos en que un gobernante venezolano se alarmaba por la intrusión de una nave colombiana en sus aguas territoriales, exigiéndole al gobierno colombiano el inmediato retiro de sus naves de nuestro mar territorial. ¿Cómo habría de seguir el ejemplo un gobierno que permite el saqueo de nuestras riquezas por cubanos, chinos, rusos y talibanes islámicos? ¿Cómo exigirles el retiro de sus tropas y naves de guerra de nuestras costas, si han llegado a ellas en auxilio de un gobierno sin pueblo, sin nación y sin patria?
Lejos y ya definitivamente olvidados los tiempos en que Cipriano Castro, el Cabito, reaccionaba vivamente y dispuesto incluso a la guerra ante la amenaza invasora de ingleses, alemanes e italianos. La permisividad de este desgobierno ante el insólito saqueo de nuestras riquezas minerales por saqueadores venidos de Turquía, Irán, Rusia y China, que debieran provocar la misma indignación que suscitaron en el Cabito, demuestra la absoluta falta de amor patrio que lo caracteriza. Y no menciono a los cubanos, que se pasean por nuestro territorio como si fueran sus propietarios, porque dentro de nuestras fronteras ejercen un poder mucho mayor que el de nuestras propias autoridades.
¿Imaginarse unas banderas extranjeras flameando por encima de la tricolor y la solitaria estrella chilena sobre los cuarteles de soldados, aviadores y marinos chilenos? ¿Imaginarse una celebración de sus Fiestas Patrias sin cuecas, empanadas y vino tinto? El cáncer que le ha carcomido las entrañas a la Venezuela chavista, desfigurándola hasta hacerla irreconocible, se ha enquistado en nuestra sociedad gracias a la deformación de nuestros valores patrios, legitimados por una Constitución perversa, al servicio de la entronización de un caudillismo castrocomunista sin Dios ni ley. De allí la necesidad de que los chilenos, en defensa de su integridad nacional y patriótica, rechacen la realización de un plebiscito que busca deformar y deslegitimar los valores patrios, que hoy celebran en gloria y majestad, para hacerla fácil presa del castrocomunismo.
@sangarccs