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Feudalismo del siglo XXI

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«Todo el problema del mundo radica en que los tontos y fanáticos están siempre muy seguros de sí y la gente sabia está llena de dudas».  B. Russell.

Una sociedad no es una masa amorfa de donde conviven miles o millones de seres humanos enyugados al grupo, a la tribu, sometida su personalidad a lo gregario. Una sociedad es convenio en constante reelaboración, un constructo, dentro del que en la modernidad participan individuos conscientes y discernientes, aunque no todos en igual escala, porque no todos los seres humanos son iguales desde su genética. Cada “asociado” intenta realizar esa información genética que porta en los cromosomas, en sus circunstancias personales. Conviene en actuar dentro el grupo porque el grupo lo arropa, no porque el grupo lo arrolla.

Pero una sociedad no se trata de una masa amorfa. El grupo social mayor debe albergar fluidamente toda una serie de núcleos, de “subgrupos”. La salud del grupo depende de la tolerancia a sus alternancias y variantes, que pueden ser propuestas de futuro.

Cuando en un grupo humano la mayoría arrolla a la minoría, la sociedad deviene en suciedad. Ese grupo vive su liderazgo cercenando opciones y posibilidades futuras que no sean su criterio. Mas asesinan el futuro comiéndose ideas y vástagos que disientan de su autoritarismo.

En las sociedades de insectos, en los cardúmenes de peces o en las bandadas de aves, se subyuga totalmente el individuo al grupo. Son masas amorfas, apenas hay individualidad. En realidad, entre los animales no es necesaria la individualidad, pero ello es válido entre los muy poco evolucionados, en la medida que ascendemos en el árbol evolutivo, el individuo va emergiendo en el proceso. Ya entre felinos, monos y mamíferos, los individuos tienen roles más diferenciados, aun así, la esencia del individuo continúa arrodillado a las necesidades del grupo. En el ser humano primitivo, en los orígenes de la civilización, el individuo apenas dejaba de ser un animal de grupo, la tribu. Vivían unos 20-25 años, no tenían tiempo para tomar consciencia de su individualidad y divinidad.

Por miles y tal vez millones de años, el Homo sapiens ha venido escalando en el proceso evolutivo, adicionando a su origen animal un toque divino. Ya algunos individuos dejan de ser masa amorfa, ya no viven enyugados a la tribu, sometida su personalidad a lo gregario.

Durante milenios, la evolución cultural fue lenta. Pequeños grupos humanos, vivían en eterna pugna por sus miserias. Emergían y dominaban a los otros los más guerreros, pretendidamente los más fuertes. Pero a veces, bajo estos sistemas sociales clericales-militares, lo avanzado culturalmente en decenas de años se perdía en unos minutos de violencia. Pero casi siempre el criterio de una minoría armada se imponía a la mayoría. Aunque los militares tiendan a considerar y administrar la sociedad como un campamento militar.

Aun en las sociedades feudales europeas (siglos X a XV), el siervo de la gleba aún era un animalillo, un marranito dentro de la piara humana. Y los grupos humanos eran manejados militarmente por los caballeros (hombres de a caballo), que se declaraban enérgicos defensores de un territorio, nobles y elevados a mandobles en su “heroicidad”, es decir, su capacidad de matar o dejarse matar.  Aquellas sociedades eran una permanente lucha entre esos gobernantes hombres de a caballo y los gobernados plebeyos, de a pie. Y se trataba de territorialismo, o sea, territorios donde un soberano se declaraba guardián de la soberanía. En las sociedades modernas, a veces personas de origen militar se hacen del poder, someten a los ciudadanos a criterios militares. Y este ha sido el caso de Cuba a partir de 1960 y su derivación, la Venezuela arrodillada al militarismo a partir de 1999.

Cuando Hugo Chávez se hace del poder impone sus criterios militaristas, elimina la libre competencia industrialista-capitalista y va imponiendo criterios colectivistas y marxistas. Convirtió aquella sociedad en «su» campamento militar, y accionó su espada contra «los explotadores» y corruptos para sustituirlos con “boliburgueses” y sus corruptos de confianza.

A los militares en el poder les preocupa mucho la disciplina en su campamento y la soberanía de “su país”. En un mundo que comerciando ha ido dejando diluir sus fronteras, ellos pretenden ser “soberanos” para defender al “pueblo” en su territorio, tal como declaraban y hacían los reyes y caballeros feudales. Pero no creamos que se trata de un burdo y simple criterio militarista de quien tiene las espadas. Numerosos intelectuales y académicos le dan artificial sustento, sosteniendo una serie de asertos e ideologías. Son hoy los teóricos del buenismo, de resentimiento y envidia convertidas en ideología y resultados científicos por arte de magia. En los hechos, el alto edificio de la cultura occidental, (moral, mitos, hitos) que fue construido en todo un proceso civilizatorio de siglos,  trabajoso, está siendo desmontada desde la arrogancia incompetente de algunos militarotes congelados en el pasado feudal y ciertos profesores, “filósofos” y “cientistas sociales” que les apoyan (Ej: Ludovico Silva, J. C. Mariátegui, Foucault, Juan Carlos Monedero, Enrique Dussel, Atilio Borón, Darío Sztajnszrajber, etc., etc). Se niegan a renunciar a ideas ya inviables de colectivismo forzoso y nos devuelven a la estructura social feudal, donde los más destacados eran los que manejaban con más efectividad la espada.

Es por ello que sociedades militarizadas como las de Cuba y Venezuela han involucionado. En realidad son estructuras feudales impuestas al siglo XXI.

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