OPINIÓN

Fernando Cervigón: el vigía de los hombres del mar

por Virgilio Ávila Vivas Virgilio Ávila Vivas

Fernando Cervigón siempre me pareció un hombre nacido en la profundidad del mar. Su amor y entrega por el Caribe se reflejaron en cada acto de su vida. Sus numerosos libros, que parecen odas al mar, a los pescadores, a su música folklórica y a la clasificación de sus especies marinas, son testimonio de su pasión. Además, su compromiso con la juventud y su dedicación a la igualdad de acceso al conocimiento para todas las clases sociales son innegables.

Cervigón fue un investigador incansable de las condiciones de vida de los pescadores de Cubagua, Coche, Margarita y muchas otras islas de Venezuela, especialmente del archipiélago de Los Roques, lugares que le dieron un significado especial a su vida.

Formado como biólogo marino en su amada tierra valenciana de España, Cervigón plantó profundas raíces junto a renombrados colegas estudiosos de la vida marina, quienes complementaron sus grandes proyectos de futuro. Al llegar a Venezuela, de la mano del talentoso Hermano Ginés, de la Fundación La Salle, se trasladó a Punta de Piedras, donde plasmó su sabiduría en la creación del Liceo La Salle, que ha sido crucial para la formación de muchos estudiantes.

Desde la Universidad de Oriente, Cervigón y yo, en mi rol de gobernador de Nueva Esparta, formamos un equipo de trabajo en marzo de 1974 con el objetivo de proporcionar a Margarita y Coche una educación superior de excelencia. En Boca de Río, se estableció la primera granja de piscicultura del país, convirtiendo a Margarita en pionera de la piscicultura marina en Venezuela. Allí comenzamos a producir langostinos y camarones, así como mejillones en balsas. El éxito de esta producción nos llevó a planificar la construcción de una planta de tecnología de alimentos, que también resultó ser un éxito rotundo. Esta planta, construida para apoyar la Escuela de Biología Marina y Ciencias Aplicadas del Mar, comenzó a operar en 1975, apenas seis meses después de iniciada su construcción, produciendo paté de mejillones y una mantequilla especial de erizo de mar, entre otros productos. Recuerdo que el expresidente Carlos Andrés Pérez, con gran orgullo, le obsequiaba cajas de estos productos a los presidentes que visitaban nuestra tierra.

Cervigón fue un viajero incansable, y en sus investigaciones siempre estuvo acompañado por su asistente en ictiología, Efigenio Velásquez. Su cercanía con los pescadores locales, como Nicolás González, Carmelo Salazar, Andrés Marcano y Andrés Salazar, creó vínculos estrechos y familiares.

Otra de las pasiones de Cervigón era la música margariteña. Realizó una recopilación de géneros diversos, como gaitas, galerones, polos, jotas y malagueñas, que refleja su profunda conexión con los hombres del mar y los carpinteros de ribera. Entre los más conocidos se encontraban Valentín Marín en Chacachacare, padre de Abdón “Bongo”, y Modesto Marín, con su astillero en Boca de Río, y la familia Sánchez, con su astillero en Boca de Pozo, conocido como Marina George. Estos astilleros brindaban servicio a las 290 embarcaciones de pesca de altura de pargo y mero que operaban en el moderno puerto pesquero de Chacachacare, construido bajo las recomendaciones ambientales del doctor Cervigón en 1975 durante mi gestión como gobernador. La lucha que emprendimos juntos para proteger a los pescadores artesanales de Margarita de las prácticas destructivas de la pesca de arrastre es uno de nuestros mayores legados.

Boca del Río es una hermosa bahía, iluminada por la naturaleza y llena de colores plácidos al atardecer. Este pueblo, amable, hospitalario y amistoso, es un lugar ideal para el descanso y la contemplación. Nuestro plan era convertir a Boca del Río en una ciudad universitaria, y el éxito de esta iniciativa fue tal que hubo que construir alrededor de 1.200 viviendas en la nueva urbanización Malavé Villalba para alojar a la creciente población estudiantil.

Fernando era un hombre entusiasta y amante de nuestro proyecto. Ambos coincidíamos en la necesidad de ofrecer una educación de primer nivel, con oportunidades para todos, como la mejor manera de combatir la pobreza y construir una sociedad más justa y feliz. Para Fernando, la educación debía ser sostenida por el Estado, mediante un sistema de becas que garantizara la cobertura de todos los gastos universitarios y de hospedaje, tanto en Venezuela como en el extranjero.

Fernando Cervigón me honró con su amistad sincera y generosa. Solíamos compartir almuerzos quincenales con toda mi familia, donde discutíamos ideas y recibíamos buenos consejos. Recuerdo que un día le mencioné mi deseo de contar con un laboratorio especial para medir los índices de contaminación de nuestras playas. Días después, me presentó un presupuesto modesto de 25.000 bolívares, pero decidimos invertir un poco más para reforzar el proyecto. Acto seguido, se entrevistó con el doctor Luis Carbonell, que era ministro de educación y presidente del IVIC, y le dijo: “El gobernador Ávila Vivas, al darme más recursos de los presupuestados, me hizo quitar el sueño y pasar cinco días pensando todas las noches en que otro proyecto invertiría la diferencia del dinero recibido.” Así era Cervigón, serio competente y honesto. 

Una de sus obras más queridas fue el Museo Marino, también conocido como el Museo del Mar de Boca del Río, un proyecto que le preocupaba profundamente por la falta de recursos para su finalización. Este tema lo abordaré en un próximo artículo.

Fernando Cervigón fue un hombre de bien, profundamente religioso, humilde y honesto. Falleció en Caracas el 17 de mayo de 2017, en la casa de Opus Dei donde vivía en Altamira. Estuve presente, junto a mis hijos, cuando bajaron su ataúd, como muestra de agradecimiento por tanta amistad y amor por su Margarita de siempre.

Descansa en paz, querido Fernando.