Su vida es paradigmática. Ella muestra todas las dificultades que una persona muy talentosa encuentra para realizar sus legítimas ambiciones. Pero también cómo una persistente dedicación al oficio que amó hasta el último minuto de su vida le permitió alcanzar una figuración mundial como jamás un artista colombiano había logrado. Hemos tenido el privilegio de compartir nuestra existencia con dos personalidades que alcanzaron el máximo reconocimiento: en el mundo de la literatura, Gabriel García Márquez, y en el mundo de la pintura y la escultura, Fernando Botero.
Creo que ambos recibieron la admiración primero en el exterior y no en Colombia. Bien pronto eso ya no se notaba. Pero es un factor que indica que llegar o comenzar a obtener el prestigio más significativo inicial es determinante en el itinerario de una celebridad. Personalmente, he creído que las deplorables circunstancias de seguridad no les permitieron a ellos convivir con nosotros. Triste porque para jóvenes escritores y artistas ellos eran un punto de referencia que los enriquecía. Y, claro está, para toda la juventud era una ausencia que se notaba en múltiples escenarios.
Pero Fernando Botero fue muy especial porque cuando visitaba Colombia se dejaba ver en múltiples escenarios. Sin embargo, más significativo, gracias a su inmensa generosidad, lo teníamos muy presente en el museo, frente a la biblioteca Luis Ángel Arango, o en Medellín, Museo y plaza, y así en muchos lugares. Además, por todas partes, en los afiches de sus exposiciones que están en restaurantes y bares. ¡Es que Fernando Botero era y es muy popular!
Con frecuencia visito el museo en Bogotá y me complace mucho ver visitantes, también, muy comunes y corrientes. El arte de Botero les llegaba. Gran cosa, que esa visita les permitiera contemplar y disfrutar cuadros de grandes artistas, privilegio que no tuvieron millones de colombianos que no pudieron visitar los grandes museos. Fernando Botero, al igual que García Márquez, fueron y siguen siendo los mejores embajadores de Colombia. Cultura, talento, originalidad de un carácter universal, Botero y García Márquez dos provincianos que lograron admiración universal. Porque cuando se habla tan mal de nuestra historia es conveniente destacar casos tan ejemplarizantes como estos para reivindicar algunas de nuestras virtudes. En algún momento una empresa o un empresario hicieron un gesto oportuno, que les abrió un horizonte.
Si algún rasgo de la personalidad de Botero ha sido sobresaliente, y así lo han venido señalando muchos, fue su extraordinaria generosidad. No solamente hacía una donación de obras de arte de inmenso valor artístico y monetario, sino que estaba pendiente de que la colección fuera accesible a todos, es decir, fuera gratuita, y velaba por cubrir gastos que eran necesarios, así fueran ocasionales, para una correcta presentación. Y si había que hacer un remate para obtener fondos para alguna calamidad doméstica, siempre se podía contar con una generosa donación de algunas de sus obras. Si a alguien se le ocurría hacer una Fundación de Jóvenes artistas, ahí estaba el nombre de Fernando Botero y la contribución económica para el premio respectivo. Y así de otras muchas que no se conocen públicamente.
Ojalá su obra, recogida en muchos libros bellamente editados, se coloque en todas las bibliotecas municipales, porque él desaristocratizó el arte, no solo el que produjo, sino buena parte del que coleccionó.
Sus hijos, Fernando, Juan Carlos, Lina, tienen un inmenso legado que deben administrar, también, con mucha generosidad. Porque en esencia ese es una buena parte del legado de su muy ilustre padre.
Artículo publicado en el diario El País de Colombia