Cuando casi llegamos al final de 2022, es propicio el momento para reflexionar sobre el pasado y planificar para el futuro tomando en consideración las lecciones aprendidas y lo que queremos cosechar mañana, porque ello dependerá de lo que sembremos hoy.
Escribir un editorial de fin de año me ha resultado una tarea muy difícil, no tanto por la necesidad de combinar información y opinión, como hacemos en cada oportunidad, con el típico saludo de Navidad y las expresiones de buenos deseos para el próximo año, sino por la necesidad de decidir entre lo que quiero y debo decir al final de un ciclo que, al ser parte del pasado, ya no admite rectificaciones ni mejoras, y cuya consecuencia son las condiciones en las cuales se da inicio al siguiente en el que, si bien no arrancamos desde una página en blanco, su desarrollo y conclusión no son un destino escrito sino que dependerá, en buena medida, de lo que hagamos o dejemos de hacer.
Es por ello que resulta pertinente comenzar esta reflexión por cómo terminamos el 2022 e iniciamos el 2023, para continuar con lo que deberíamos considerar de cara al nuevo año. Para lo que comienzo por pedir disculpas por limitar estas reflexiones a lo político, siendo la vida mucho más que política, pero es en esta área donde hago mis aportes profesionales y académicos desde hace más de treinta años, y quizás esa sea la única razón por la que usted me está leyendo, con la expectativa de encontrar algunas respuestas.
Comencemos por decir que no soy de los que piensan que estamos como estamos porque el país se divide en buenos y malos, y los malos ganaron o los que creíamos buenos no lo eran porque se vendieron o eran corruptos. Al contrario, creo que los buenos y los malos existen y están, por gracia o desgracia, en todos lados, y los que ganan lo hacen porque, independientemente de donde están los buenos o los malos, han sido más disciplinados, más unidos, y mejor coordinados para enfrentar unas dinámicas políticas atípicas y en nada parecidas a un juego democrático, entre otras razones, por las ventajas que da el control del poder y el miedo a las potenciales consecuencias de perderlo, en especial cuando quienes lo controlan constituyen una pequeña élite, en la que no abundan precisamente los buenos, sino un grupo que tiene años abusando y violando los derechos y hasta la vida de los otros, y enriqueciéndose a la sombra del poder y de la miseria de quienes gobiernan, por lo que se han ganado el rechazo de las tres cuartas partes del país.
Decir que no se logran resultados por la incapacidad o la corrupción de la oposición es subestimar las fortalezas de quienes están en el gobierno y las ventajas que otorga el control del poder. Afortunadamente, tanto la historia como la ciencia política comparada nos demuestran que tales ventajas no son irreversibles, y hemos visto desplomarse regímenes autoritarios tan o más fuertes y longevos que el venezolano, de la noche a la mañana, como han sido los casos de Túnez, Sudán o Argelia, entre muchos otros países con poca o ninguna tradición democrática, si se les compara con Venezuela.
Pero para que una transición democrática, por la que casi nadie hoy apuesta, pueda suceder, algunas cosas deben cambiar. Y hacerlo es responsabilidad de todos, no solo de los líderes y partidos políticos de oposición (quienes continúan teniendo la principal responsabilidad), sino de la sociedad venezolana en primer plano, y de la comunidad internacional como aliados, y no como responsables, del éxito de este proceso. En otras palabras, la responsabilidad es nuestra.
A fin de tener una visión detallada sobre las tendencias y escenarios que se proyectan para el próximo año, le invitamos a consultar la información producida para nuestra Prospectiva Venezuela 2023 en el siguiente enlace: https://politikaucab.net/2022/12/07/el-exito-de-las-primarias-puede-proyectarse-como-un-sorpresivo-resultado-en-elecciones-de-2024/, en el que se incluyen los PDF con las distintas presentaciones sobre las tendencias en lo internacional, lo económico, la censura contra medios de comunicación, lo político, el estado de la primaria de la oposición y nuestro último estudio de opinión pública de finales de este año, además del boletín PROSPECTIVA en el cual se hace un resumen analítico de las conclusiones más importantes.
Si hacemos una breve revisión de los materiales presentados, iniciando por los actores externos y terminando por quienes estamos en el centro de la realidad venezolana, es posible identificar algunas condiciones que evidentemente no resultan favorables a un proceso de democratización en Venezuela y que, en consecuencia, deben cambiar si se quiere impulsar el anhelado cambio político.
Es así como en el plano internacional el gobierno seguirá en busca de la relegitimación en sus propios términos, para lo cual ya tiene a su favor la descoordinación de la presión/persuasión internacional, por lo que se hace necesario, de parte de la comunidad internacional democrática, una actitud menos pragmática y acomodaticia, y más coordinada y coherente con lo que se ha venido demandando al régimen venezolano y se aspira lograr desde hace años: DEMOCRACIA; manteniendo cualquier proceso de negociación asistida internacionalmente dentro de los términos acordados en agosto de 2021; así como la presión de un esquema de sanciones que debe ser revisado para garantizar su efecto sobre actores gubernamentales y no sobre la población.
La tarea más importante para la oposición democrática, hoy dividida, debilitada y deslegitimada por las ambiciones individuales, es fortalecer la unidad entre actores legítimamente democráticos, así como avanzar en la renovación de un liderazgo unitario y el fortalecimiento de su estructura organizativa y capacidades estratégicas para generar un cambio de expectativas, unir a la gran mayoría democrática del país, y mejorar su credibilidad en las audiencias internas e internacionales. En todo este esquema de fortalecimiento, para el cual, afortunadamente, hay aún tiempo, el proceso de elecciones primarias juega un rol esencial, no sólo como mecanismo para legitimar a un referente en torno a quien se una todo el país, sino como mecanismo de organización de una estructura de participación y movilización social, sin la cual el cambio nunca será posible por medios democráticos.
En lo económico, es necesario comprender y hacer comprender que Venezuela no se arregló, ni se arreglará, mientras las decisiones estén en manos de actores que no generan confianza hacia adentro ni hacia afuera; que una economía de burbujas es tan efímera como las pompas de jabón, que es una dinámica económica de burbujas, no sólo porque se reduce a sectores o localidades específicas, sino porque las asimetrías que se generan hacen que todo el modelo sea peligrosamente frágil y difícil de predecir, por lo que invertir en el largo plazo se convierte en una actividad de alto riesgo que solo se pueden permitir unos pocos, entre ellos quienes no tienen muchos otros destinos donde colocar sus capitales. Es aquí donde también se necesita una dirigencia empresarial menos acomodaticia y más exigente en relación a los derechos y garantías económicas para todos, porque un país con crecimiento económico y reglas estables, que solo son posibles con una institucionalidad sólida y autónoma de los caprichos de los gobernantes de turno, redundará en su propio beneficio y la hará más fuertes y menos dependiente.
Un actor fundamental que no la tiene fácil, sin lugar a dudas, son los medios de comunicación social que, a pesar de la proliferación de las redes sociales, siguen dominando la agenda informativa y de opinión pública. El cierre de un medio de comunicación de parte del Estado no es problema del dueño del medio, sino de todos, porque con ello no solo se cierra un espacio para mantenernos informados y opinar, sino que se reducen de manera drástica las probabilidades de generar un cambio político por la vía electoral, como es la aspiración tanto de actores internacionales como de la mayoría de los venezolanos. Dejar solos a los medios de comunicación y no hacer nada para detener su cierre (ha sacado del aire a unas 100 emisoras de radio tan solo durante este año), sólo contribuirá a aumentar los niveles de autocensura, como respuesta defensiva de los medios, que lo que hace es vaciarlos de contenido relevante, en perjuicio de todos, e incluso de los mismos medios que ven migrar progresivamente a sus audiencias hacia los medios digitales, en busca de lo que no consiguen en los medios tradicionales. Emprender la defensa de la libertad de expresión y contra el cierre de medios, tanto desde lo interno como desde lo internacional, es una prioridad impostergable.
Finalmente, somos los venezolanos, destinatarios finales de las consecuencias de mantener o cambiar al actual régimen, quienes tenemos la responsabilidad última y decisiva de transformar nuestra realidad. De nada sirve que 73,3% de los venezolanos consideremos necesario un cambio de gobierno si mantenemos una actitud pasiva ante una realidad que es muy distinta a lo que queremos.
Afortunadamente, hoy la mayoría de la población ya no cree en pajaritos preñados y no está esperando que el cambio político venga de afuera, y ante la pregunta: ¿Quién tiene la capacidad real para hacer un cambio político? 57,9% dijo, en nuestro último estudio, “nosotros mismos, todos nosotros”. Esto constituye un cambio esencial de actitud que no debe dejarse pasar por alto porque, como reconoce Huntington en su libro La Tercera Ola, a partir de 1974, cuando se inicia la última ola de democratización en el mundo, con la Revolución de los Claveles en Portugal, los procesos de transición han sido, en su gran mayoría, procesos nacionales. Estos procesos, al contrario de lo que sucede con las intervenciones y las conspiraciones que son decididas y ejecutadas por pequeños grupos, implican la movilización de muchas personas, la socialización de los procesos de transición, lo que coloca el acento en una red de actores y circunstancias internas al tiempo que diluye el peso de la influencia externa.
Esto representa una pequeña, pero muy importante ventana de oportunidad de cara a la elección presidencial de 2024. Pero lo que pase en 2024 está condicionado, inevitablemente, por lo que seamos capaces de hacer durante el 2023. Si la oposición democrática, entendida en sentido amplio, o sea, partidos y ciudadanos, son capaces de coordinarse y cooperar para articular y sacar adelante de manera exitosa una primaria, que se materialice en un proceso de movilización masiva y legitimación de un liderazgo unitario, imponiéndose a todos los esfuerzos por bloquear el proceso que el gobierno predeciblemente intentará, el madurismo y quienes le sostienen estarán ante un dilema similar al que tuvo que enfrentar Pinochet tras su derrota en el plebiscito de 1988: negociar para tener la certidumbre sobre las condiciones de una transición, que luciría inevitable a partir de la elección de 2024, o mantenerse en el poder por la fuerza, y con la incertidumbre de contar con la lealtad incondicional de un aparato estatal y militar que tendrá para entonces mayores incentivos para negociar sus propios intereses y mantener la neutralidad institucional.
No es cierto que la oposición logrará ganarle al gobierno si este se equivoca y pierde la elección. El régimen madurista no se engaña y no entregará el poder por un error de cálculo, lo entregará cuando no pueda hacer nada para retenerlo, y estas son condiciones que se pueden construir sólo con la UNIDAD de la gran mayoría democrática del país que reclama, desde hace mucho, un cambio de gobierno y de sistema.
Es por ello que deseamos que la Navidad de 2022 nos ilumine para que en 2023 tengamos la sabiduría para vencer los obstáculos y construir las condiciones para que Venezuela inicie el camino hacia una nueva democracia en 2024, con justicia y oportunidades para todos.
Editorial publicado en Politika UCAB