Nos encontramos en esos primeros días de 2023 en los cuales es común y cotidiano que aún nos deseemos unos a otros “Feliz Año Nuevo”. Una costumbre muy venezolana por demás, que adicionalmente es muy grata y habla muy bien del buen corazón de nuestros compatriotas y de nuestro gentilicio.
Sin embargo, es también el momento de preguntarnos qué tan feliz podrá ser realmente este año que apenas comienza, cuando se perfila como otro más en el que quienes vivimos en esta tierra tendremos que luchar –una vez más– contra toda suerte de adversidades, cuando sabemos que en el camino encontraremos un buen número de circunstancias que convertirán la más cotidiana acción en un evento complicado y cuando no vemos por parte de quienes deberían ser responsables de esto el menor atisbo de posible rectificación.
Para muestra, un botón: el gobierno dice que logró sus metas económicas de este año, pero la realidad los contradice de manera demoledora.
Prometieron estabilizar la moneda, pero el del dólar pasó de 4,50 a 18,55 bolívares al momento de cerrar esta nota. También prometieron recuperar el poder adquisitivo; pero el salario mínimo es de 7 dólares mensuales, mientras en El Salvador, por poner un ejemplo, se acaba de anunciar un aumento del salario mínimo a 350 dólares. Estamos hablando de un monto 50 veces mayor al que se paga en Venezuela. Dígame usted qué compramos con eso en la actualidad.
Finalmente, prometieron producir 2 millones de barriles de petróleo por día; sin embargo, al final produjeron apenas 650.000. Nuestro antiguo orgullo de potencia petrolera ha sido arrastrado por el suelo, cuando tenemos las mayores reservas probadas de crudos del planeta, pero somos incapaces de extraerlas y procesarlas.
Resulta un sarcasmo imperdonable que los responsables de este cuadro devastador nos ofrezcan buenos deseos para el año que comienza, cuando tenemos que enfrentar largas colas porque estamos sin gasolina, la pensión para nuestros adultos mayores apenas alcanza a 7 dólares y el pasaje urbano mínimo trepó hasta los 5 bolívares. Por si fuera poco, seguimos con los patéticos cortes de luz y agua “programados”, que solamente demuestran cuán lejos estamos de solucionar la aguda crisis de los servicios públicos.
Por si todo esto fuera poco, podemos encontrar informaciones aún más lamentables, si nos dedicamos a hurgar con más atención en los titulares de la prensa nacional. Resulta que el gobernador del estado Guárico otorgó un bono navideño a los empleados consistente en apenas 12 bolívares con 50 céntimos. Pareciera una broma de mal gusto, digna del Día de los Inocentes. Pero no lo es, se trata simplemente de otro síntoma del colapso del modelo económico nacional.
Con este sombrío panorama macroeconómico se está sellando una economía diminuta e insuficiente para nuestra ciudadanía, que no promete cubrir las más elementales necesidades del venezolano promedio ni siquiera en cuanto a la nutrición más básica.
Al día primero de enero nos encontramos con que la Harina PAN cuesta 1,42 dólares, la pasta asciende a precios entre 0,91 y 1,05 dólares, el arroz a 1,43 dólares, a 6 dólares la carne; entre otros alimentos de primera necesidad. Comparemos esto con el sueldo mínimo, multipliquémoslo por el número de integrantes de una familia mediana –digamos 4 miembros- y después hablemos de cómo pinta el nuevo año.
Y esto para no hablar de salud, educación, techo y otros bienes necesarios para una vida digna, que permita apalancar el progreso de una familia.
Según la organización Cedice Libertad, 2022 cerró con una inflación acumulada en los precios de 310,33%, mientras advierten que la inflación de diciembre superó el 50% en su variación, lo cual puede estar advirtiendo sobre un segundo ciclo hiperinflacionario durante 2023.
La misma fuente asegura que el consumo promedio de 61 bienes y servicios adquiridos por una familia de 3 personas alcanzó el valor de 7.734,95 Bs/mes al cierre de 2022, equivalentes a 507,88 USD/mes.
Sí, sabemos que estas reflexiones no son la mejor manera de comenzar un nuevo año; pero también creemos que el primer paso para superar todo este cúmulo de circunstancias adversas es enfrentarlas, además de tener un diagnóstico claro de lo que estamos padeciendo, para poder accionar en consecuencia.
Lejos estamos de pretender el lamento pasivo y sí nos encontramos totalmente alineados con las posiciones de acción que son urgentes y necesarias para modificar este panorama.
Porque sí, es totalmente posible –además de necesario– empujar el cambio.
Sencillamente porque no nos merecemos esto, porque no hay necesidad alguna de que nuestra gente pase por tantas penurias y porque estamos en esa época especial del año en la cual es habitual plantearnos qué debemos cambiar en nuestras vidas para tomar un rumbo mejor.