No hay otra alternativa mejor que hacerse cargo de cultivar nuestra propia felicidad de manera personal, en la familia y en el lugar. Las tendencias mundiales no son color de rosa, pero dan espacio para labrar una vida sana, haciéndose cargo de lo posible ahora y aquí, donde cada uno vivimos nuestra cotidianidad.
Frente a la rápida expansión global de la estupidez humana, no cabe otra alternativa que asegurarse la posibilidad de crear esas “islas de cordura” de las que habla Margaret Wheatley. Parecen ser tiempos para las personas y los lugares, tiempos para hacerse cargo, construyendo lugares de sensatez, espacios de calidad humana y ambiental, comunidades solidarias y redes de interacción entre estas experiencias, para expandirlas.
En este año que se inicia el 1 % de la población del planeta será más rico y concentrará dos tercios de la riqueza creada, mientras el 99 % restante se conformará con un tercio. La concentración de la información mundial en dos o tres ambiciosos seguirá su ritmo a pesar de los intentos de regulación de algunos Estados y de la Unión Europea, la economía de la codicia seguirá en expansión en su tarea de contaminar gente y naturaleza, y las petroleras seguirán abasteciendo la insaciable hambre de energía de un mundo en loca carrera. Las guerras seguirán su camino de sangre y ruina, apoyada en las más modernas tecnologías, creadas por las mejores mentes a su servicio.
Es deseable que la Organización de las Naciones Unidas y el Consejo de Seguridad avancen en su necesario proceso de transformación, incapaz como lo es en lograr su razón de ser: eliminar la guerra e imponer la paz. Y que aceleren el cumplimiento de los Objetivos del Desarrollo Sostenible y retarden el calentamiento global. Entre tanto, los activistas por un mundo mejor seguirán sus luchas, frente a los grandes poderes de la codicia.
Pero allí está la persona humana y su dignidad, como una esperanza que se hace promesa cada año y se concreta en pequeños éxitos que es deber propagar y dar a conocer. Las propias tecnologías dan pie a la democratización del conocimiento, y es mucho lo que significa que ya existan más teléfonos móviles que gente. Todo depende de su uso y así como crece la preocupación por la adición a las banalidades y peligros, también crece su utilización para la expansión de las buenas ideas y las experiencias exitosas.
Se expande el convencimiento que la libertad, la democracia, la participación, la calidad de las instituciones, la confianza y el respeto a los demás y a la naturaleza conducen al bienestar. Que la visión humanista y ambientalista del devenir es la que puede responder por mayor calidad de vida para todos. Que el camino es mayor calidad y menor crecimiento, mayor cooperación y menor competencia, mayor modestia y menor consumo.
También se registra un nuevo protagonismo de las ciudades, sobre todo las de tamaño intermedio y pequeño, y en sus agendas van ganando las políticas públicas que promueven espacios a escala humana con gran respeto por la naturaleza, como zonas peatonales, parques y plazas grandes y pequeñas, densificación de los centros y decrecimiento de los suburbios o su transformación en pequeños centros poblados de gran autonomía, ciclovías, lugares de encuentro para la conversación entre vecinos, mobiliario urbano hermoso y funcional, iluminación y otras medidas que potencien las relaciones humanas en un entorno más verde.
Las zonas rurales crecen en valor y unos caminos que combinan de manera sabia tradición y vanguardia se abren paso, reforzando su identidad, traduciendo lo global a sus particulares intereses, y aportándole la gran diversidad de sus realidades a un mundo que la codicia quiere hacer homogéneo.
Frente a la economía de la codicia, se toma conciencia que ese es el camino del desastre, y que urge tomar el sendero de la economía humana, al servicio del bien común y de un mundo sostenible, limpio y grato a la vida humana y de los demás seres vivos.
Y que todos ganamos para el desafío de la convivencia entre los componentes del gran sistema de la ecología integral, que nuestras relaciones sean sanas, proactivas y de respeto mutuo.
Eso no es tan fácil en los grandes espacios de los intereses de los poderes globales, pero en el entorno de cada quien podemos crear y expandir experiencias exitosas de sana convivencia. Esa escala íntima y cotidiana es la mejor garantía de tener un año nuevo más feliz, a pesar de todo.
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