Por fin, el final de este inusual, confuso y complejo año 2020 con la misma historia, salir de este ignominioso atolladero. Tragedia que de revolución “bonita” se transformó en fanática tiranía. Una verdadera calamidad. Siguiendo el protocolo de la buena educación que precisa desear feliz año a parientes, amigos, conocidos y a quien vea por la calle, lleve o no tapabocas. Es deseo tradicional, ¿qué menos se puede pedir?, pero irá como nunca acompañado de fingimiento y disimulo.

Se puede prever, con muy pocas posibilidades de equivocarse, que 2021 será peor que 2020.

Con una oposición comprable, tendiente a morisquetas, guiños y sonrisas con el régimen, aunque asegurasen distinto. Los contrarios que nunca quisieron ni quieren salir de la dictadura castrista, burlándose de aquel juramento, cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres, deseando con pasión cooperar y compartir el poder entre dos, para devorar lo que queda de país. Por eso, cambiaron el Estatuto de la Transición y lo acomodaron a conveniencia, para que el régimen participe en elecciones “libres”, traicionando inmisericordes a quienes participaron -de buena fe- en la consulta popular.

El colapso de una sociedad repercute en todos los sectores. La oposición venezolana no escapa al descalabro y es que, agotados de estrategia, sin credibilidad, el derrumbe se comienza a materializar, la dirigencia está desgastada y sin propuestas viables. El sector opositor, identificado como G4, se ha quedado en una estulta terca y obsesiva posición invariable en repetir fórmulas ya fracasadas. Continuar las mismas actitudes que han conducido al rotundo fracaso. En términos políticos esa porción opositora ha llegado al borde del abismo y se prepara irremediable para saltar al vacío.

Por si fuera poco, la comedia trágica de dos usurpaciones, la virtual y la otra con todos los poderes que más o menos siguen vigentes -no significa diligentes, en la Venezuela de hoy “vigente” es sinónimo de “obediente”- en manos de los mismos grupos, que, como los jefes pandilleros de Chicago y Nueva York, aquellos de las películas se lo pasan bien, mientras los que obedecen siguiendo instrucciones regular y muy mal los que no.

Nos espera el capítulo final de la destrucción; la convocatoria a elecciones fraudulentas regionales que ciertos opositores sueñan orgásmicos en participar, sin importar las condiciones y evadiendo el compromiso, cese de la usurpación; y la instauración formal del llamado Estado comunal que tanto alardeó y promovió Chávez, iniciado con los consejos comunales administradores de limosnas y realidades populares según directrices cubanas, aupado por un grupete entusiasmado, pero analfabeta de su significado.

¿Cómo manejará el Estado comunal a la Fuerza Armada, las fortunas de los enchufados, bolichicos y demás alimañas, cierres de fábricas y empresas, crecimiento gigantesco del desempleo y la demencia inflacionaria? Son preguntas interesantes para responder.

La tragedia tiene, responsables, por un lado, los miembros de la organización delictiva que secuestro al país, y por otro aquellos quienes por pequeñas cuotas de poder han optado por el establishment, oxigenándolo; acariciando como solución la vía electoral, obviando ciegos y sordos el auxilio necesario. En Venezuela es evidente la sistemática violación de los derechos humanos, miseria, inseguridad, desnutrición, pobreza, otras desgracias y convenios deshonestos e indecorosos; que representan amenazas para las democracias del continente y la estabilidad de los países libres y democráticos.

Ya no hay duda, la oposición cómplice está fracturada, negada a salir del régimen. Lo demuestra la nueva oferta engañosa para continuar embaucando por siempre a los venezolanos de bien, en la esperanza de continuar saqueando. Sin embargo, la indignidad está presente en el oficialismo, el que no tiene malas mañas ni es ladrón o sinvergüenza, que algunos hay; los de corazón y buena fe que comprueban después de veinte años y dos mediocres dirigiendo, la explotación a mansalva de las riquezas a manos de oportunistas, enchufados y bolichicos, que fueron recibiendo pedazos de un país con posibilidades, que día tras día esquilmaron y destruyeron hasta las ruinas de hoy. Con el inmenso descaro de prometer: “el problema se arreglará el próximo año”. ¿Quedará país para entonces?

Entretanto, ya que Venezuela parece resignada, vaya también nuestra cortés hipocresía y en el fondo remoto deseo, que tengan un muy feliz año; recordándole a los interesados y míseros convenientes que, cuando cedemos al miedo, dominación, chantaje y coerción lo perdemos todo; por cierto, con el diablo no se negocia.

@ArmandoMartini


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