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Este año no fue bueno para el planeta. Las guerras mayores –Palestina, Ucrania, Sudán y otras decenas más limitadas– llenaron la prensa global. Los crímenes del gobierno de Netanyahu en Gaza pasarán a la historia por su peculiar crueldad e inclemencia, amén de los peligros que subsisten en el Medio Oriente de un conflicto de mayores proporciones.

Ya parece definirse, dice uno, la guerra de Ucrania y por supuesto a favor de Rusia, la mayor potencia nuclear del planeta contra un país débil y que muy valerosamente ha defendido su dignidad y sus derechos, apoyado –es cierto– por Europa y Estados Unidos. También, y más peligrosa para la especie entera, han quedado las posibilidades de una guerra fomentada por Putin y su delirio imperial, que como todos los delirios políticos podría terminar en una guerra fría y ¿por qué no caliente?, si Rusia insiste en devorar algunos países de la otrora Europa del Este, parte del imperio imaginario de la casta dominante en la tierra de los zares y  los revolucionarios triunfantes , y atentar luego contra la milagrosa Unión Europea.

Sudán es una guerra civil, fratricida como todas las guerras civiles, pero cuyas cantidades de migrantes, desplazados, hambrientos, heridos y muertos se cuentan por millones. Es símbolo de las grandes hambrunas del planeta. En el fondo las religiones y los militares han sido el alimento para esta monstruosa destrucción del último país descolonizado, ya en este siglo. Espantosa y triste juventud.

Lo que el mundo civilizado temía ha sucedido. El monstruo de Trump ha ganado la presidencia de la primera potencia del mundo. Su brutalidad, ignorancia, capacidad de mentir (más de 30.000 le contó el Washington Post en su pasada gestión), su racismo, su violencia incontrolada (remember la toma del Capitolio), su populismo, su nacionalismo fascistoide… todo ello es una desgracia y un peligro para la humanidad entera. Ya sus primeras medidas indican su inmodificable perturbación mental y su irrespeto a los valores mayores de la civilidad.  Ah, ahora se acompaña fraternalmente con otro espécimen abominable, enfermo de poder, el hombre más rico del mundo, Elon Musk.

Por supuesto que hay muchas cosas más. El crecimiento del fascismo en casi toda Europa. España (PP y Vox), Francia (Le Pen), Italia (Meloni), Alemania (Alianza para Alemania, crece y crece, y es un partido verdaderamente nazi), la Hungría de Orban y otros de menores dimensiones. Hitler y Mussolini resucitan, ¿quién podría creerlo? En unos casos cautivan a la derecha sensata de otrora, en otros se imponen ellos solos.

Y por aquí tenemos a nuestros inigualables Maduro, Ortega y la catástrofe cubana. Y, como novedad, el orate de Milei combinado con el reaccionario de Macri, matando de hambre a la mitad de la Argentina. O el no menos desquiciado Bukele y sus decenas de miles de jóvenes presos.

Se podría agregar unas cuantas cosas más, muchas más, por ejemplo, la impensable medida de la desigualdad, ese electrizante 1% que devora la casi totalidad de la riqueza mundial o la imposibilidad de luchar contra el egoísmo para salvar el planeta del cambio climático que saca sus garras cada día. Feliz año.

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