El pasado lunes tuvo lugar en Madrid, organizado por el Foro Nueva Economía, un desayuno informativo protagonizado por el presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, que, a pesar de haber ganado las elecciones presidenciales del pasado mes de julio, ha tenido que irse de su país y vive aquí, en el exilio.
He dicho que el protagonista de este desayuno fue Edmundo González Urrutia, pero me atrevo a afirmar que casi tan protagonista como el venezolano, si no más, lo fue Felipe González, que ejerció allí el papel de presentador.
Felipe González, que recordó que con Edmundo le unen lazos de amistad desde hace medio siglo, tuvo una intervención en la que dejó absolutamente claro su rechazo de la dictadura bolivariana de Maduro y su apoyo al presidente electo.
Pero no se conformó con manifestar esas dos cosas de manera fría y más o menos protocolaria. En sus palabras, no tuvo reparo en dirigirse, por un lado, a los actuales jerarcas del partido que él resucitó y llevó a ganar cuatro elecciones generales seguidas, y, por otro, a aquellos venezolanos que hoy apoyan a Maduro y obtienen beneficios de ese apoyo.
Nuestro González hizo un llamamiento explícito al Gobierno de Sánchez para que contribuya al regreso del presidente electo venezolano a su país. Añadiendo, no sé si con algo de ironía, «igual que ayudó a sacarlo el pasado mes de septiembre».
Hay que recordar que Edmundo González llegó a España el pasado 8 de septiembre, después de ser perseguido por las autoridades venezolanas. Y hasta la semana pasada no se le concedió el asilo que había solicitado al llegar a Madrid.
Pero no sólo esto, quizás pensando en la influencia que Sánchez está demostrando tener sobre Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, que le ha servido para colocar a dos exvicepresidentas de su gobierno en puestos de la más alta responsabilidad y sueldo, Felipe González ha pedido también al Gobierno de Sánchez que sea España la que encabece la iniciativa europea de reconocer a Edmundo González como el presidente legítimo de Venezuela.
Textualmente ha dicho: «Que España diga: Edmundo González es el presidente de Venezuela electo y está a su disposición para ofrecerle los medios necesarios para que sea eficaz su oferta de pactar una transición después de reconocer los resultados». Porque «Maduro ha perdido las elecciones», «sabe que no tiene ninguna legitimidad» y «se ha convertido en un tirano arbitrario». Para también añadir que, desde las elecciones del pasado mes de julio, «la represión ha crecido exponencialmente». Más aún, al terminar el desayuno, ha declarado que él está dispuesto a acompañarle en su regreso a Caracas.
Desde la experiencia de sus muchos años en la primera fila de la política y desde su más que probada inteligencia para intuir los comportamientos de políticos y ciudadanos, Felipe González ha llevado a cabo una reflexión sobre el final de las dictaduras. Una reflexión especialmente interesante y dirigida a todos esos que, en las dictaduras, bailan el agua a los tiranos creyendo que van a durar para siempre. Felipe ha advertido que «las tiranías no son eternas» y que, cuando caen, «los tiranos salen de sus países con la gente que cabe en un avión». Y ha añadido: «Que se lo pregunten a Al-Assad».
He hablado del protagonismo de Edmundo González Urrutia y de Felipe González, pero, para mí, en este desayuno ha habido un tercer protagonista: el PSOE de Sánchez, del que no había ni un solo representante. ¿Cómo es posible que, a un acto en el que va a intervenir el socialista español más importante del último medio siglo para apoyar a un líder político democrático perseguido por una dictadura comunista, no vaya ni uno solo de los políticos del PSOE?
Pues es posible. Y es posible por dos razones.
La primera, porque Sánchez no va a perdonarle nunca a Felipe que haya criticado sus chanchullos para conservar el poder, entre los que destacan su sumisión a los bilduetarras y sus amnistías a los golpistas catalanes. Como tampoco puede perdonarle que Felipe fuera un líder socialdemócrata en la línea de los Willy Brandt o Mitterrand, cuando él está a gusto con los socios comunistas, independentistas, golpistas y filoterroristas.
Y la segunda, y probablemente, aún más inconfesable, porque Sánchez, y su padre espiritual y modelo, Zapatero, no sólo tienen profundos lazos de unión con la dictadura venezolana, y ahí está Delcy Rodríguez para demostrarlo, sino porque el modelo político que Chávez ideó, la dictadura bolivariana, es un buen ejemplo de lo que pretende hacer con España: acabar con la separación de poderes, poner a su servicio todas las instituciones del Estado, con el Tribunal Constitucional y la Fiscalía General del Estado en primer lugar, descalificar a la oposición y acabar con la alternancia democrática en el poder.
Y a ninguno de ellos se le ocurre, ni por casualidad, asistir a un acto en el que se exalte la libertad, la democracia de verdad y esa alternancia en el poder, porque, si les ven ahí, pierden su puesto y su sueldo.
Salí del desayuno pensando que quizás el que debería presentar una moción de censura contra el autócrata de La Moncloa podría ser Felipe González.
Artículo publicado en theobjective.com
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