OPINIÓN

Fedecámaras: ¡qué tristeza!

por Asdrúbal Aguiar Asdrúbal Aguiar
Fedecámaras

Foto: @fedecamaras

 

Son varias las opiniones que me suscitan la invitación del sector empresarial venezolano a la vicepresidenta de un régimen internacionalmente señalado por la comisión de crímenes de lesa humanidad, y asimismo la respuesta que aquel recibe desde el Vaticano, su otro invitado.

La operación de sincretismo de laboratorio adelantada por el presidente “madurista” de Fedecámaras no encuentra paralelo en los anales de la impudicia. Apenas se hace próxima a cuanto narra Tácito sobre Nerón, cuando al incendiar Roma y cantar desde sus aposentos creyendo mirar las ruinas de Troya, luego ordena se abra el Campo de Marte y sus propios jardines para recibir a la multitud indigente que ha perdido todo, a fin de consolarla.

La afirmación del líder saliente de la organización de la industria y el comercio nacionales –de larga tradición y muy distinta– en cuanto a que, como representante de lo económico no es contraparte de los liderazgos políticos que mandan en Venezuela desde hace 22 años, muestra la pequeñez de su criterio. Olvida que la economía sirve al hombre y no a la inversa; que coadyuva para que el hombre alcance a discernir sobre su libertad, que es la más excelsa expresión de la política; y para que esa libertad se vuelva libre discernimiento, en todos los campos de la realización humana.

No por azar, un antiguo expresidente del Banco Interamericano de Desarrollo recordaba el compromiso de los hombres de negocios con la defensa de la democracia y el Estado de Derecho.

Eso solo lo entendían, por lo visto, empresarios como Eugenio Mendoza, Adán Celis, Antonio Díaz Martínez, ya fallecidos, hombres de gran dignidad y sensibilidad social, arraigados en los valores éticos de la libertad. Ninguno hubiese hecho negocios con La Habana. Tampoco hubiese argüido que ninguna relación tienen estos con la política imperante. No eran, como algunos de los actuales, “pulperos endomingados”.

De modo que, querer juntar al régimen con el cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado del Vaticano, era para el invitante algo inocuo, irrelevante políticamente.

De esa fementida irrelevancia tengo memoria, aún fiel. Allí están las víctimas empresariales de Hugo Chávez, quienes, con las honrosas y no pocas excepciones que conoce el país, desde la banca intervenida hasta los medios impresos, la radio y la televisión, se apresuraban a celebrarlo y sacarlo del foso de la insignificancia política al que estaba condenado. Era el último en las encuestas, para enero de 1998. Le ofrecen generosos sus capitales, para llevarlo al poder. ¡No por razones políticas, se entiende! ¡Creyeron controlarlo!

¡Qué distantes quedan hoy los momentos aurorales del empresariado que acompañara el nacimiento de nuestra democracia, en 1958! Se la jugaba a fondo en los predios de la política. Sabía que sin libertad ni democracia mal florecería la libre empresa. Esto lo recordaba, justamente, en mi conferencia ante la LXVII Asamblea de 2011, cuando FEDECAMARAS se reúne en Margarita. Hago presente la historia de sus legítimos orígenes, cuando se reúne 67 años antes en la sede del Colegio de Ingenieros de Caracas, y Luis Rincón Troconis, cabeza de la Cámara de La Guaira, abre fuegos con una expresión que todo lo decía: “Soplan las ráfagas libertarias del 5 de Julio de 1811”.

La demanda del empresariado, en sesión que organiza Carlos Julio D’Empaire, en un tiempo que declaran como el “mes de la libertad”, era esa, no otra, la libertad. Así se lo exigen al presidente Isaías Medina Angarita, emparentando su iniciativa fundacional con la de Venezuela. Sabían, tanto como los firmantes del Acta de nuestra Independencia, que los derechos naturales del hombre y del ciudadano exigían en contrapartida y como garantía social a instituciones libres, por ende, el cese del absolutismo y el secuestro de la soberanía por un Estado unitario, personal y centralista.

El cardenal Parolin, al término, no asistió, como era de preverse, al convite revolucionario-empresarial. Pero, más allá de que en la hora vaticana, sujeta a la del globalismo relativista, se acepta como el mal menor entenderse con el crimen trasnacional y el narcotráfico, que exacerbar la violencia sobre sus víctimas –Colombia es el experimento– al cabo, cuando menos, la carta de Su Eminencia permite una sana lectura.

Quisiera entender que se trata del pedido una tregua, por poco rato. No es siquiera un armisticio. Es el instante necesario que se transa y dedica para recoger a los heridos y sanarles sus dolencias, en otras palabras, para distribuir vacunas y dar alimentos a toda la población. Inapropiado, lógicamente, para las simulaciones políticas, como las electorales. “Negociar, de un modo serio, sobre cuestiones concretas que den respuesta a las verdaderas necesidades de los venezolanos, y durante un período limitado en el tiempo”, dice el purpurado

No obstante, cabe la otra interpretación, muy ominosa, que de suyo compartirá el presidente saliente de Fedecámaras. La brevedad sería para la negociación –por ende, la rabieta del régimen– y lo que se ha de negociar es el acceso de la gente al consumo, a precio de su libertad, pues es un lujo. Así lo han proclamado Putin y Xi Jinping para sus pueblos. Así lo pensaba Bolívar en 1812, cuando maldice la obra civil y libertaria de 1811.

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