AFP

Sangrante

En la guerra hay instalaciones de descanso. Cada cierto tiempo, en un plan de relevo que establece el comando superior, el soldado es desenganchado del contacto en el frente de guerra y enviado a la retaguardia a reposar.

Profundo

Hoy faltan 36 días para el 28J y no se ha completado el 100% de los comanditos y del padrón electoral para la defensa del voto. Tampoco se ha anunciado una fecha para practicar el plan. No vamos a comentar eso y sí la fatiga de combate.

Las dos últimas grandes guerras arrojaron un saldo significativo de bajas. Ambas fueron sangrientas y encarnizadas como toda guerra. El soldado sobreviviente después de su encuentro cotidiano con la muerte en las líneas, a su regreso a casa manifiesta algunas secuelas alineadas con el equilibrio y con el ajuste de su emocionalidad. Como neurosis de guerra se calificó el morbo sin establecerse un diagnóstico preciso. Psiquiatras y psicólogos de los aliados en la II Guerra Mundial lo vincularon con un tipo de trauma psicopatológico asociado a la continua exposición a la violencia masiva. Muertes, heridos, explosiones, ráfagas de ametralladoras, detonaciones de granadas, sangre. Ese ambiente y la proximidad con la muerte pone a rodar algunas tejas en el sistema límbico. En algunos casos hay quiebra emocional. Cuatro años de la gran guerra y seis de la segunda dejaron al regreso a casa a muchos mutilados del instinto de supervivencia y del horror. La sociedad norteamericana todavía resiente de esa patología cuando al regreso de los muchachos de Vietnam, las drogas, el suicidio y los asesinatos provocados empezaron a convertirse en un tema de atención prioritaria de los militares, la ciencia, los medios y la política.

Ser presidente de la república en paz es una rutina de decisiones comprometidas con el bienestar de sus gobernados y con la distribución justa y equitativa de la riqueza de la nación. El presidente de Irlanda, Michael Higgins, 83 años, poeta, es un apacible anciano que da sus ruedas de prensa en el verde jardín de su casa acompañado de su esposa y con la mascota inseparable y juguetona, un boyero de berna. Es común verlos a ambos en un pub de Dublín compartiendo sin la parafernalia de los esquemas de seguridad de una casa militar y sus anillos, y sí con algunos de sus amigos más cercanos. Irlanda es uno de los países con mayor calidad de vida del mundo y tiene una de las más altas rentas por habitante después de Noruega, Luxemburgo y Suiza. Parece un país feliz. El único evento donde el presidente manifestó alguna desventura pública fue cuando anunció al país la muerte de Brod, otra de sus mascotas. Está en el cargo desde el año 2011, un poco más de tiempo que Nicolás Maduro en Venezuela.

Letal

Es distinto gobernar un país en una guerra decretada por la revolución bolivariana desde el primer día de la llegada al gobierno en 1999. Primero con Chávez y ahora con Maduro. La muerte de aquel todavía sigue siendo un misterio que se asocia a la somatización de sus delirios en su enfrentamiento con su principal enemigo, el imperio norteamericano; y la de este, la anuncia él mismo, todos los días con una permanente develación de magnicidios, atentados y persecuciones. El país está en escombros con la artillería roja rojita destrozando la economía, con los blindados revolucionarios arrasando el parque industrial y el campo, y con los raids de la aviación del socialismo del siglo XXI obligando a todos los venezolanos a refugiarse. 8 millones de migrantes lo atestiguan en la diáspora. La infantería miliciana está lista para disparar a mansalva a quien ponga en riesgo la permanencia del régimen en el poder. Eso es vivir en Miraflores, con la muerte uniformada al lado, delante y detrás en una trinchera recibiendo el fuego cruzado desde todas las direcciones, esperando el balazo aleve, la bayoneta con golpe de culata, de revés y tajo, o la granada que pone a volar desmembrado, a cualquiera por los aires; debe provocar alguna neurosis, algún brochazo de chifladura inocultable. Y a su entorno familiar más estrecho lo arrastra en el mismo deseo de que el comando superior lo releve y lo  envíe hasta la retaguardia, a una instalación de descanso. Como si se estuviera en el frente de batalla. Así, algunas tejas se ruedan en el techo y la fatiga de combate después de doce años empieza a manifestarse en el esquema de un estrés postraumático sangrando, profundo y letal. Como si se recibiera una estocada.


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