Somos lo que hemos sido. Estamos conformados por todo lo que hemos vivido, conocido, aprendido. Somos un aluvión de cosas, actos y hechos que nos ha ido constituyendo estrato por estrato, capa tras capa que se han sobrepuesto, y siguen haciéndolo, por eso siempre cambiamos. Cada nuevo detalle que vivimos nos modifica, para bien o para mal, y nos convertimos en ese río del que Heráclito habló: “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”.

Yo tuve el privilegio de nacer y comenzar a crecer en medio de una trinidad, no muy santa debo reconocer, que formaron mi padre, mi madre y mi abuela. Papá era mi héroe particular, el del comentario ingenioso e inesperado ante cualquiera fuera la situación, lector empedernido de los periódicos, de una agilidad inaudita para resolver los conflictos, siempre se ha mantenido como un faro que me indica el rumbo. Mamá era más parca en el hablar, pero de una voluntad acerada que le permitía superar los escollos más increíbles.

Mercedes, así se llamaba, como buena margariteña, era de una serena altivez que cautivaba a todo el que la conocía. Narradora por excelencia y de una memoria extraordinaria para los detalles y situaciones.  De su boca escuché la historia terrible de un patriarca de su natal Margarita. Este hombre, que había sido desde su fundación militante del partido Acción Democrática, se encargaba de hacer saber a los cuatro vientos que era adeco, y todo aquello que se opusiera al típico sectarismo blanco era digno de sus rencores más enconados. Estaba un día este caballero reunido con un grupo de sus amigos y familiares disponiéndose a sacrificar una cabra, chivo como se le conoce en aquella zona, y en el momento de matarla, asió un cuchillo y le asestó una puñalada al animal mientras decía: “¡Ah malhaya, le partiera así el corazón a Medina Angarita!”. Se refería a Isaías Medina Angarita, quien era en aquel momento presidente de Venezuela y con quien los adecos sostenían un enconado enfrentamiento.  Luego de muerto el animal y celebrado el condumio el grupo salió a cazar conejos en medio de los áridos parajes neoespartanos.  Y este patriarca disparó a uno de los animalitos, pero solo alcanzó de lleno en el pecho a su hijo favorito. Nadie supo cómo fue que no enloqueció aquel hombre.

En cuanto a la tercera pata de la trilogía mentada, mi abuela, la vieja Elvira, era de una lengua cáustica, de comentarios breves y lapidarios. Dueña de una verdadera enciclopedia de refranes, uno mejor que el otro. He tratado de colectar la mayor parte de ellos porque estaban llenos de una sabiduría y picardía infinitas. Hay uno en particular que siempre me produjo una gracia infinita, me recuerdo riendo a carcajadas por largo rato la primera vez que se lo escuché. Una vecina de ella que era de talante muy sensible fue a visitarla y se dedicó a quejarse de los comentarios que una amiga en común había hecho de ella. Cuando la señora se fue, la vieja Elvira soltó: “Esta es más delicada que peo de monja…”

Como la doña amiga de mi abuela está la cúpula roja rojita. No teniendo más de qué agarrarse para exterminar a los venezolanos, aprueban una ley antifascista que parece obra de un equipo de libretistas góticos borrachos. Y vuelvo al comienzo. ¿Qué ha sido esta manada de hienas? ¿Cómo han sido de miserables sus vidas que han terminado en un fascismo tropical que ahora muestran con iracundo orgullo?  ¿Acaso creen que semejante mamotreto va a tener algún efecto?

© Alfredo Cedeño

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