Algunos analistas políticos insisten que una función primordial de la izquierda, occidental al menos, es tratar que la derecha más o menos tradicional, digamos que más o menos pacata, no se suelte el moño y termine en manos del fascismo que está creciendo por aquí y por allá. España, por ejemplo, había vivido después de la subida al cielo de Franco –quién sabe, nadie más religioso, a pesar de sus innumerables crímenes–, entre dos partidos, la derecha e izquierda, el Popular y el Socialista (el PP y el PSOE). Se repartían el poder, se insultaban con cierta cordialidad, y más bien que mal España se incorporaba a la modernidad y a un notorio desarrollo. Las cosas se alteraron un poco por la aparición de un grupo de izquierdistas, Podemos –que en mala hora nos frecuentaron– que sedujo al PSOE, llegando a tener acciones minoritarias en uno de sus gobiernos. La cosa se encrespó. Valga un ejemplo cercano, venezolanos de recursos, migrantes en la madre patria, se aterraron y hasta pensaron en buscar una nueva sede para su perseguida humanidad. No pasó nada trascendental y hasta nuevo aviso el demonio izquierdista feneció. España es hoy una de las grandes voces de Europa.
La contradicción tiene ahora signo contrario. En el reino de la reacción surgió el propio neofascismo, el partido Vox, con todas las características de otros descendientes aminorados de Hitler, Mussolini y Franco. El Partido Popular, derrotado, no resistió la tentación de engordar un poco y emprendió un enredado affaire con su intransigente y enardecido primo hermano. La política nacional se polarizó de mala manera y ha habido un toma y dame de sucia naturaleza. Solución: que los populares vuelvan a sus buenas y modestas maneras de convivencia con el PSOE, incitado también por éste, y se alejen del seductor monstruoso y sus socios europeos. Más o menos ese es el esquema. Los izquierdistas tradicionales se asombrarían de semejante tarea beatífica, pero el mundo gira, amigo Lenin.
El último capítulo de estos combates poco dignos ha sido la visita de Milei, no a España sino a sus hermanos de Vox. Bueno se armó la grande porque se le ocurrió decir en su fraternal discurso fascistoide que la primera dama del país podría ser corrupta, especie bastante extravagante que circula en los toma y dame de la política hispana. Nada, España retiró a su embajadora de Argentina y el alucinado mandatario se niega a disculparse por su falta de educación diplomática. Que Milei es un caso psiquiátrico, pues me parece cosa evidente, pero creo que son otras características genéricas de la ultraderecha el desafuero emocional y el menosprecio de toda racionalidad.
Pero la gran pregunta es por qué países, a veces hasta muy civilizados, siguen a energúmenos que si no fueran delincuentes ilimitados resultan payasescos. Posiblemente Hitler fue el hombre más grotescamente malvado de la especie humana, y unas cuantos animales, y también el personaje de una obra genial de Charlot, El gran dictador, que hace reír hasta a los chiquillos. Milei hay muchos, lástima que Chaplin haya demasiado pocos. Y que los pueblos pierdan el buen seso consuetudinariamente y en notables proporciones. Y hasta que ser un reaccionario más o menos moderado, sea una tarea a conquistar, incluso para los que dicen que quieren cambiar este mundo lleno de crueldad y desigualdad.
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