El escenario político peruano, con inestabilidad crónica, refleja volatilidad e incertidumbre sobre las elecciones presidenciales de 2026. A dos años de los comicios, los partidos políticos proliferan, más de 34 ya inscritos y el temor de llegar a 60 candidatos. El fragmentado escenario complica el panorama electoral y la gobernabilidad del país.
La prematura actividad de empresas encuestadoras que, sin una base sólida sobre participación ciudadana, intentan adelantar resultados es preocupante. La pregunta esencial es: «¿Está pensando o no en las próximas elecciones de 2026?». Según resultados publicados por DATUM, el 80% de los peruanos no está pensando en temas electorales, poniendo en entredicho las preferencias adelantadas por otras encuestas.
Solo el 28% de los peruanos está interesado en informarse sobre temas políticos. Este desinterés demuestra que los candidatos preferidos en las encuestas que circulan representan a una fracción de la población. Además, el 34% afirma no identificarse con ninguna propuesta política, mientras que 27% se identifica con la derecha, con demandas centradas en mejorar la economía, creando empleos (27%), combatir la corrupción (20%), y mejorar la seguridad, reduciendo la criminalidad (16%).
En cualquier caso, los peruanos reclaman honestidad y transparencia (39%), candidatos sin denuncias o antecedentes policiales o judiciales (39%), una gestión transparente, rindiendo cuentas (35%) y que tenga experiencia (25%). Pareciera que no es mucho pedir, pero garantizar estos ingredientes es un dilema para el Congreso.
Pero el aspecto más alarmante es que más de 6 de cada 10 peruanos desconfía de los organismos electorales. La sombra del fraude electoral es un espectro presente en toda América, donde la experiencia venezolana es un ejemplo paradigmático. Venezuela mostró cómo las elecciones son utilizadas como herramienta del autoritarismo, con 25 años de dictadura chavista y 15 procesos electorales plagados de irregularidades. La manipulación del aparato estatal, represión de la oposición y control del sistema electoral del régimen de Nicolás Maduro son parte de la misma problemática.
María Corina Machado, con Edmundo González como candidato, no buscaba ganar; diseñaron una estrategia para demostrar el fraude documentándolo y así ocurrió. Las denuncias anteriores de fraude, incluidos los comicios de 2019, cayeron en saco roto por ausencia de pruebas contundentes. Nunca antes pudimos constatar un fraude con tanta certeza, pero dejar que Maduro se autoproclamara evidenciando la farsa fue parte del plan.
La percepción sobre las elecciones venezolanas es clara: 91% de los peruanos cree que hubo fraude en estos comicios y 83% considera que Venezuela vive bajo una dictadura. Esta percepción influye en la forma en que los peruanos ven sus propias elecciones, incrementando la desconfianza en los procesos electorales y en los organismos encargados de llevarlos a cabo. La experiencia venezolana es un recordatorio del peligro del autoritarismo y de cómo una tiranía se perpetúa en el poder por medio del fraude electoral.
Las elecciones presidenciales de 2026 en Perú se llevarán a cabo en un contexto político fragmentado, sin lugar a duda, donde hoy prima el desinterés y desconfianza en los organismos electorales. Pero las elecciones en Venezuela marcan un antes y un después en la confianza electoral y los peligros de las tiranías, espejo en el que se pueden ver reflejados otros países de la región. La vigilancia, transparencia y participación ciudadana son decisivas para evitar que el fantasma del fraude electoral se apodere de otras elecciones en América.
Artículo publicado en el diario El Reporte de Perú