OPINIÓN

Fanatismo versus libertad de expresión

por Ismael Cala Ismael Cala

La diversidad es una de las mayores riquezas de nuestro mundo. Cuando emigramos a otros países, llevamos nuestras mochilas repletas de recuerdos, experiencias y conocimientos, pero también de creencias (religiosas o no), dogmas y posiciones adquiridas.

A veces, la mochila tiene sobrepeso. Y para avanzar, debemos quitárnosla y digerir todo lo que trajimos, ahora bajo la nueva realidad. Entonces, empezamos a aportar, aprender y desaprender, siempre desde la humildad.

Hay quienes emigran con mochilas doctrinales que contradicen una de las grandes conquistas de la humanidad: la libertad de expresión. El asesinato de un profesor en París, las agresiones contra iglesias en Francia y los atentados en Viena, son muestras intolerables de fanatismo que pretenden silenciar a los demás sobre ciertos temas.

Es evidente que Occidente está en la encrucijada de garantizar los derechos fundamentales y, al mismo tiempo, frenar el terrorismo. Intentar imponer una doctrina religiosa es todo lo opuesto a mi concepción de Dios. Yo creo en el Dios del amor, no en el del castigo o la amenaza.

El escritor Stefan Zweig aseguraba: «Aquellos que anuncian que luchan en favor de Dios, son siempre los hombres menos pacíficos de la Tierra. Como creen percibir mensajes celestiales, tienen sordos los oídos para toda palabra de humanidad».

Y fíjate bien en «luchar», porque ahí radica la clave, es un término que deberíamos reducir en nuestro vocabulario. La «lucha» nos priva de paz y libertad. Por ello, prefiero hablar de «fuerza serena», uno de los principios del liderazgo bambú.

Encuestas del instituto norteamericano Pew Research revelan que el terrorismo islamista también preocupa a los musulmanes. Muchas veces nos movilizamos por acciones ocurridas en Occidente, pero no por las matanzas de unos contra otros en Afganistán, como sucedió recientemente en la Universidad de Kabul. A los musulmanes les toca liderar, junto al resto del mundo, la fuerza serena frente a la violencia; pero también el reconocimiento pleno de la libertad de expresión. Una idea va estrechamente ligada a la otra.

De acuerdo con el ensayista George Santayana: «El alma humana puede desarrollar su vida ideal (…) en una unión dinámica con el mundo; y puesto que esta unión implica diferencia, ningún alma necesita siquiera intentar imponer su lenguaje ni sus costumbres a las otras partes de la naturaleza, ni renunciar o negar la originalidad de sus propias ideas y placeres».

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