La edición de The Economist del 5 de septiembre puso el dedo en la llaga. Sus analistas aseguran que buena parte de la incapacidad de terceros de interpretar con precisión lo que ocurre con la economía del gigante deriva de la opacidad de la que está impregnada la información oficial disponible dentro del país. ¿Cómo puede analizarse con precisión la evolución de la dinámica china en todos los terrenos si su administración no pone a disposición del público interesado cifras reales y comprobables sobre su propia circunstancia?
Lo que desde afuera estamos observando sobre China no es tranquilizador: el país lucha denodadamente contra una crisis inmobiliaria que no logra contener, el sector de los servicios se continúa encogiendo, las transnacionales retiran aceleradamente sus capitales, la propensión a la inversión disminuye, el consumo continúa deprimido y la deflación se ha vuelto una constante.
La consecuencia es que las cifras prospectivas sobre su expansión que adelantan los expertos no son alentadoras. Pudiera ser que no estemos frente a una debacle en la economía del gigante pero lo que si enfrentamos es una crisis de desconfianza de parte de los observadores externos y de su propia ciudadanía.
Dice la prestigiosa publicación británica que el consumidor está “harto”. No puede ser de otro modo. Mas de 70% de la riqueza de los hogares chinos ha estado ligada a lo inmobiliario. La caída de valor de los bienes raíces se ha transformado en el más duro revés para su estado de ánimo, al igual que para su patrimonio. El precio de los inmuebles sigue cayendo en sus cifras anuales al ritmo más alto de los últimos 9 años.
La transformación emprendida por Xi Jinping, cimentada ella sobre un mayor consumo interno, no está mostrando frutos porque la tasa de ahorro continúa elevándose por estar ligada, justamente, a la desconfianza. A lo que se suma la ausencia de reformas a la protección social. Los ajustes están siendo dolorosos para la población de a pie y aun así el país no progresa a la velocidad de lo esperado por sus gobernantes. La tasa de desempleo urbano se mantenido creciendo en los últimos seis meses.
La desconfianza no es privativa del consumidor. Las empresas extranjeras se quejan de políticas imprevisibles o simplemente injustas y hasta ilegales y de falta de información confiable. La mejor prueba de cómo han éstas emprendido una huida es el desplome de las cifras de inversiones extranjeras del segundo trimestre de este año. La Cámara de Comercio Europea en China ha publicado un informe donde asegura que solo 13% de las empresas consideran hoy al país asiático como un destino de inversiones privilegiado contra 16% en 2023 y 21% en 2022.
Lo anterior va unido al hecho de que, a nivel de lo comercial externo, el bajo crecimiento de Occidente y las tensiones geopolíticas de dos guerras pesan fuertemente en las exportaciones “made in China”. Sobre el comercio externo chino también lo que abunda son datos sin soporte.
Total, la confianza en el devenir inmediato de la segunda potencia mundial está lesionado. Las empresas no encuentran data sobre las cuales basar su toma de decisiones como consecuencia de la censura gubernamental. Además, para conseguir controlar los flujos de información China debe acentuar la represión y limitar las libertades.
Es así como resulta imposible confiar que la tasa de crecimiento anual anunciada por Pekín hace dos semanas para 2024 será de 5%. Citibank y Bank of America ubican esta cifra en un máximo generoso de 4,7%.
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