Aplicado para todo disidente que consideren inservible. Con más énfasis a niños, jóvenes, ancianos y discapacitados. Lo indican cifras aproximadas que a duras penas pueden detectar Provea y varias ONG dedicadas a investigar, difundir y reclamar por los derechos humanos que el chavomadurismo aniquila de modo sistemático, durante 24 años.
Octubre 1 es el Día Internacional para recordar otra vez a las “personas de edad avanzada”, elegante frase académica que la revolucionaria jerga criolla tradujo al habla cotidiana para calificarlas de vejetes, chochos, puretos, vejucos, a hombres y mujeres por igual. Indican hasta qué punto son molestos, pues inhábiles para ser adoctrinados o sobornados sobre la marcha, se tornan prescindibles.
El régimen tiránico militarista que hoy usurpa el poder político venezolano se especializa con máxima eficiencia a este sector porque los sistemas totalitarios de Stalin y Hitler, que les sirven de cartilla primaria, practicaron este delito de lesa humanidad. Asesinaron a millones de seres evaluados como desechables a través de dos métodos: los genocidas directos en Auschwitz y Gulag, más la aniquilación simulada en campos de trabajo forzado y presuntos hospitales geriátricos sin alimentos nutrientes ni asistencia sanitaria.
La Era Ciber ejercida por Fuerte Tiuna y Miraflores posterga por ahora la primera de las citadas prácticas debido a que los aparatos digitales impiden o dificultan ocultamientos, entonces recurren a la farsa bien comercializada -para beneficio de los empresarios oficialistas y sus colaboradores- venta de la importada basura CLAP que deriva en desnutrición fatal, enfermedades físicas y mentales, agonía lenta y segura, crimen programado para eliminar padres, abuelos y otros parientes secuestrados en lo que fue su patria, en el mejor de los casos, sobreviviendo de ahorros y la remesas que sus familiares les envían desde la dura diáspora. La mayoría, quizá 4 millones de pensionados, se recuesta en las aceras de las entidades bancarias para mendigar por horas su salario de 4 dólares, arrastra cholas rotas exigiendo las prestaciones que les corresponden como jubilados o desempleados antes protegidos por la Constitución violada. Sin falta, esas víctimas que reclaman desde pancartas en diarias manifestaciones son disueltas por equipos armados hasta las uñas.
Por eso, leer Cien cuyes, Premio Alfaguara de Novela 2023, del excelente y prolífico narrador peruano Gustavo Rodríguez -también se afana en libros para niños y adolescentes- produce sana envidia, pues al menos los recluidos de las clases medias en asilos de Lima, donde padecen los avatares y achaques normales de su longevidad, tienen alguna presencia médica y de enfermería proyectados en cuyes (conejillos de Indias) con acompañamiento musical de ciertas bandas condicionadas para sonar desde piezas folklóricas hasta el pop y el jazz, mecanismos que alivian un tanto la hostilidad manifiesta, recibida de allegados y de la propia sociedad en general.
Y sobre todo, un libro de hermosa portada que merece gratitud al autor. Aunque sea por breves horas, se disfruta de su tono compasivo que entre líneas expresa ternura acudiendo a la tragicomedia, recurso literario difícil de crear en medio del infierno. Hasta el momento no pueden ni deben usarlo escritores venezolanos pues en lo que fue su país, a la mayoría indefensa y desclasada de la “tercera edad” solo se le ofrece vacíos, miseria, soledad, maltrato, indignidad.
Bajo tantos crueles sistemas autoritarios anteriores, el venezolano de toda clase social respetaba a sus mayores en la medida de sus posibilidades. Los instalaba en un cómodo sillón de la sala, o en el zaguán de los medios acomodados para el “pase adelante”, o en el cuartico de atrás del empleado, o en el pobre rancho sobre un taburete cuidando sus pocas aves de corral. Eso lo acabó el carnet de la patria revolucionaria que requiere solo de carne joven, lista para el fácil adoctrinamiento.
Imposible resignarse, leer , opinar o escribir sobre el tema desde el humorismo cuando por ejemplo se pertenece a la tradición cultural del Sanedrín y todavía se rinde culto al sabio “Senior” juez o mandatario y en especial al Senado, funcionarios de experiencia, salvo raras excepciones, gente decente, generosa, dedicada al trabajo limpio con ganancias bien habidas. Aportan legitimidad a todo sistema político que, sea cual sea su etiqueta, es auténticamente revolucionario.